V Domingo de Cuaresma, Ciclo C
San Juan 8, 1-11

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: -“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: -“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.” E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: -“Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: -“Ninguno, Señor.” Jesús dijo: -“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”» (Juan 8,1-11).

1º. Jesús, me cuesta perdonar, a pesar de que yo necesito que me perdonen.

A veces no perdono, como los maestros de la Ley y los fariseos del Evangelio de hoy.

Y cuando perdono, no siempre lo hago bien: No olvido, mantengo resentimientos, retraigo las faltas cuando me conviene.

Me cuesta pedir perdón, porque: Soy orgulloso, y me parece que me humilla.

Por el contrario, Dios no necesita perdón, y, en cambio, me perdona: Me perdona todo: por grandes que sean mis pecados. Me perdona del todo: borra la falta, la olvida, no la retrae nunca más. Perdona inmediatamente y sin humillar. Goza perdonando: “Hay más alegría en el cielo...” (la oveja perdida).

2º. Cada día, en todos los rincones del mundo, Jesús, a través de tus ministros los Sacerdotes, sigues diciendo: "Yo te absuelvo de tus pecados..." vete y no peques más. Eres tú mismo, Cristo, quien perdonas.

«La fórmula sacramental ´Yo te absuelvo...`, y la imposición de la mano, y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiestan que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios. Es el momento en el que, en respuesta al penitente, la Santísima Trinidad se hace presente para borrar su pecado y devolverle la inocencia, y la fuerza salvífica de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús es comunicada al penitente. Dios es siempre el principal ofendido por el pecado, y sólo Dios puede perdonar; en aquel momento todo pecado es perdonado y borrado por la misericordiosa intervención del Salvador"." (Juan Pablo II.- "Reconciliación y penitencia").

Las palabras que pronuncia el Sacerdote no son sólo una oración de súplica para pedir a Dios que perdone mis pecados, sino que en ese mismo instante, causan y comunican verdaderamente el perdón.

Pocas palabras han producido más alegría en el mundo que éstas de la absolución: "Yo te absuelvo de tus pecados...".

¿Con qué alegría las recibimos nosotros cuando nos acercamos al sacramento del perdón? ¿Con qué agradecimiento? ¿Cuántas veces hemos dado gracias a Dios por tener tan a mano este Sacramento?

En nuestra oración de hoy podemos mostrar nuestra gratitud al Señor por este don tan grande.

3º. Por la absolución, me uno a Ti, Jesús, que quieres cargar con mis pecados.

En el momento de la absolución me pides intensificar el dolor de mis pecados, diciendo quizá alguna de las oraciones previstas en el ritual, como las palabra de San Pedro: Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que te amo".

"He aquí que (el Padre) viene a tu encuentro; se inclina sobre tu hombro, te dará un beso, prenda de amor y ternura; hará que te entreguen un vestido, calzado... Tú temes todavía una represión...; tienes miedo de una palabra airada, y prepara para ti un banquete". (San Ambrosio)

El Amén se convierte entonces en un deseo grande de recomenzar de nuevo, aunque sólo me haya confesado de faltas veniales.

4º. Después de cada confesión, Jesús, ayúdame a dar gracias a Dios por la misericordia que has tenido conmigo, aunque sea brevemente, para concretar cómo poner en práctica los consejos o indicaciones recibidas o cómo hacer más eficaz mi propósito de enmienda y mejora.

También una manifestación de mi gratitud es procurar que mis amigos acudan a esa fuente de gracias, acercarlos a Tí, como hizo la samaritana: transformada por la gracia, corrió a anunciarlo a sus paisanos para que también ellos se beneficiaran de la singular oportunidad que suponía el paso de Jesús por su ciudad.

Difícilmente encontraré una obra de caridad mejor que la de anunciar a aquellos que están cubiertos de barro y sin fuerzas, la fuente de salvación que he encontrado, y donde soy purificado y reconciliado con Dios.

¿Pongo los medios para hacer un apostolado eficaz de la Confesión sacramental? ¿Acerco a mis amigos a ese Tribunal de la misericordia divina? ¿Fomento el deseo de purificarme acudiendo con frecuencia al Sacramento de la Penitencia? ¿Retraso ese encuentro con la Misericordia de Dios?

 Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.