III Domingo de Pascua, Ciclo C
San Juan 21, 1-19

Autor: Pablo Cardona

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse

 

«Después se apareció de nuevo Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades. Se apareció así: Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, Natanael que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Les dijoSimón Pedro: Voy a pescar. Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron anda. Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús. Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No. El dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarle por la gran cantidad de peces. Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ciñó la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces. Cuando descendieron a tierra vieron una brasas preparadas, un pez puesto encima y pan. Jesús les dijo: Traed de los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y siendo tantos no se rompió la red. Jesús les dijo: venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú quién eres?, pues sabían que era el Señor. Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de haber comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis corderos. De nuevo le preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le preguntó por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: Cuando eras más joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieras. Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.» (Juan 21, 1-19)

1º. Jesús, los apóstoles te obedecen y vuelven a Galilea en espera de verte allí.

Mientras, aprovechan para hacer lo que saben hacer: pescar. Y vuelve a suceder lo que ocurrió en la anterior pesca milagrosa, cuando llamaste a los primeros discípulos para que fueran pescadores de hombres y ellos lo dejaron todo para seguirte.

Ahora, después de resucitado, es como una segunda llamada.

Esta vez serán ellos los que tengan que predicar, y llevar el peso de las contradicciones, las persecuciones, los azotes y hasta su propia muerte.

Jesús, Tú no les abandonas: estás siempre cerca, en la orilla, para bendecir con fruto abundante el trabajo de tus apóstoles.

Jesús, hoy me vuelves a enseñar que el fruto apostólico no es proporcional al esfuerzo humano -«aquella noche no pescaron nada»-, sino que depende de la obediencia a tus mandatos: «echad la red a la derecha.»

Porque «Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia» «San Juan Crisóstomo.

Ayúdame, Jesús, a obedecerte en aquellos planes apostólicos que me sugieres a través de la oración o de la dirección espiritual.

Jesús, a veces me falta el amor de Juan para verte en el trabajo, para tratarte en la oración y en la Comunión, para servirte en los que me rodean.

Necesito toda la pureza y toda la ternura del apóstol adolescente, a quien amabas tanto.

Por mi parte, he de intentar tener el corazón limpio a través de la Confesión frecuente y luchando por vivir las virtudes cristianas.

También te pido la fe de Pedro, para lanzarme de cabeza a todo lo que me pidas, y no quedarme en mi barca: en mis cosas, en mi comodidad, en el éxito de una pesca profesional que es tuya, y que sólo vale la pena si sirve para ponerla a tus pies.

Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?

Jesús, si me fío de Ti, si obedezco, si busco únicamente tu gloria, si me esfuerzo por amarte con fortaleza y con piedad, Tú llenarás de fruto mi barca de apóstol, pues todo es posible cuando Tú diriges la pesca.

2º. Jesús, desde el primer momento has ido preparando a Pedro para ser la cabeza de tu Iglesia cuando Tú no estés.

Le has cambiado el nombre de Simón por el de Pedro -piedra- porque «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mateo 16,18).

Que me dé cuenta de la misión tan fundamental que tiene el Papa, sea quien sea, como sucesor de Pedro: él ha de ser pastor de tus ovejas.

Toda la Iglesia se apoya en él, en su unión contigo, en su santidad.

«Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: «A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, «el Buen Pastor» confirmó este encargo después de su resurrección: «Apacienta mis ovejas». El poder de «atar y desatar» significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles y particularmente por el de Pedro, el único a quien Él confió explícitamente las llaves del Reino» (CEC.-553).

Jesús, pones a Pedro una condición antes de confiarle la Iglesia: «¿me amas más que éstos?»

No es que los demás te amen poco, sino que es tal la responsabilidad y el ejemplo que se le pide a Pedro, que es necesario que sea santo.

Por eso tengo el deber de pedir cada día por él.

Jesús, te pido por el Papa actual: por su persona; por sus intenciones; por sus necesidades espirituales y también corporales.

«Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo.»

¡Qué buena jaculatoria para repetirla por dentro muchas veces!

Jesús, a pesar de mi fragilidad, a pesar de que a veces no puedo con mi carácter o con mis defectos, «Tú sabes que te amo. Tú lo sabes todo,» y ves que lucho, que me esfuerzo, que te pido perdón.

«Tú sabes que te amo,» pero todavía te amo poco, y por eso en ocasiones las tentaciones me vencen.

¡Aumenta mi capacidad de amar!

Y para ello, Jesús, aumenta mi capacidad de sacrificio, de entrega.

Jesús, veo que hay dos posibles móviles en la vida interior: hacer las cosas porque me siento bien cuando las hago, porque me interesan o me emocionan; o hacer lo que creo que Tú me pides simplemente por agradarte a Ti, tenga yo más o menos ganas de hacerlo.

El móvil que demuestra un amor más verdadero es el segundo, y es el que me pides tres y mil veces con la pregunta: ¿me amas?

Jesús, me estás mirando con una mirada de Amor; con ojos de Padre, de hermano mayor.

Que sepa descubrir siempre esa mirada, incluso cuando te haya traicionado, cuando te haya abandonado.

Que sepa mirarte a los ojos y decirte: «¡Tú sabes que te amo!...,» y cambie de vida.

Porque si no pusiera los medios para cambiar lo que hago mal, mi amor a Ti sería falso.

Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.