Pautas para la homilía

Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
San Marcos 14,12-26

Autor: Fray Manuel Santos Sánchez

(con permiso de dominicos.org)  

 

No podemos cansarnos de repetir que lo de Dios con nosotros es una historia de amor. Solemos decir que el amor es loco y que, por lo tanto, comete locuras. De manera equivocada, llamamos locuras de amor a lo que son en realidad locuras de desamor, cuando, por ejemplo, un hombre mata a su esposa porque no se siente correspondido. Las locuras de amor de Dios siempre van en la línea del amor, en la línea de hacernos bien y nunca mal.

Corremos el riesgo de que las maravillas, que hemos contemplado desde niños, desde siempre, no nos parezcan tan maravillosas. En el plano de la naturaleza, ya no nos sorprende la maravilla de ver nacer y morir el sol cada día, no nos sorprende que la tierra no esté en reposo, sino que se mueva girando sobre sí misma cada 24 horas, y dando una vuelta completa en torno al sol después de 365 días. No nos sorprende que haya cuatro estaciones al año. Es lo que hemos visto siempre y nos parece lo más normal del mundo.

Con Dios y con todo lo que ha hecho y sigue haciendo con nosotros, en favor nuestro, nos puede pasar lo mismo. Muchos de sus gestos no nos sorprenden. Como lo de Dios con nosotros es amarnos, busca lo que desea toda persona que ama: la unión con la persona amada. El amor busca la unión y no la desunión y la distancia con la persona a la que ama. Es la historia de su progresivo acercamiento amoroso a nosotros.

Dios no se limitó a la maravilla de darnos la vida, a crearnos a través de nuestros padres, para luego retirarse de la escena. Ya en el AT, se relacionó con el pueblo judío, como nos recuerda la primera lectura de hoy. Hizo un pacto, una alianza con ellos. Yahvé se comprometió a ser el Dios del pueblo judío y el pueblo judío a tener a Yahvé por Dios. “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Cuando los pueblos vecinos se enteraron de esta maravilla, no salían de su asombro. Leemos en el profeta Zacarías: “En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas de las naciones asirán por la orla del manto a un judío, diciéndole: Queremos ir con vosotros, porque hemos oído decir que Dios está con vosotros” (Zac 8,23). Los de los otros pueblos quedaron deslumbrados al enterarse de que Dios se había acercado al pueblo judío para ser su Dios, para hablarles, orientarles, consolarles, protegerles, amarles… No es extraño que deseasen ir con ellos, “porque hemos oído decir que Dios está con vosotros”.

Dios no se contentó con este primer paso de acercamiento. Llegada la “plenitud de los tiempos”, en una nueva locura de amor, rompiendo los moldes de lo “normal”, nos envió a la tierra a su propio Hijo, para que su cercanía amorosa fuese más clara, más palpable, más humana a todos los pueblos de la tierra. Y Jesús nos habló de Dios no como de un juez castigador, sino como de un Padre permanentemente con los brazos abiertos para acogernos y abrazarnos a todos nosotros sus hijos. Quiso borrar para siempre el miedo de nuestro corazón, cuando pensásemos en Dios y cambiarlo por la confianza amorosa de hijos. Nos dio su opinión sobre las actitudes que debemos adoptar ante todas las realidades de nuestra vida, para que nos fuese bien, porque él es el Camino, la Verdad y la Vida. Nos aseguró que Dios, después de esta vida terrena, nos tiene reservados un cielo nuevo y una tierra nueva, donde nuestra felicidad va a ser total. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar”.

Cuando después de su resurrección y ascensión, se alejó de nosotros en su forma humana, no nos dejó solos. Su acercamiento amoroso continuó y siguió haciendo maravillas en favor nuestro. Sólo voy a recordar la relativa a la fiesta de hoy. Su locura de amor le llevó, dado que es Dios y puede, a realizar el prodigio, la maravilla, de hacerse pan y de hacerse vino, con una doble intención. En primer lugar, para seguir estando presente en nuestra vida. “Aquí me tenéis, sigo con vosotros para lo que me necesitéis, escondido en el pan y en el vino, no os he abandonado”. Si le dejamos, él seguirá modelando nuestro corazón, nuestra inteligencia, nuestros sentimientos, nuestros deseos. En segundo lugar, para ser nuestro alimento. A veces, nuestro camino por esta tierra, se nos hace duro y largo, y nos pueden faltar las fuerzas. Él nos ofrece su cuerpo entregado, su sangre derramada, que contienen amor y vida a raudales. Lo que más necesitamos para nuestro caminar sobre la tierra.

Ojalá en esta fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo reconozcamos las maravillas que sigue haciendo con nosotros. Y de la admiración y el agradecimiento, aceptemos, llenos de alegría, su presencia y el alimento especial, divino, rebosante de amor, de su cuerpo y de su sangre… para seguir su ejemplo y entregar nuestra vida, por amor, a nuestros hermanos. “Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis otro tanto”.