Pautas para la homilía

XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 4,26-34:
El Reino de los cielos se desarrolla en la historia a base de confianza en Dios

Autor: Fray Juan José de León Lastra

(con permiso de dominicos.org) 

 

En las parábolas de este domingo emerge el concepto histórico del Reino de los cielos: el Reino se va realizando en un proceso. Jesús nos lo enseña utilizando ejemplos agrícolas. Es un proceso que comienza con la siembra, se va realizando en un crecimiento continuado y termina con los frutos. Nosotros nos encontramos en pleno proceso, no lo iniciamos - no sembramos- ni disfrutamos de la plenitud del fruto. No estamos en la “patria”, que dice Pablo, estamos en camino. Estando en camino lo imprescindible es la esperanza que genera la confianza en quien nos llama a incorporarnos a ese Reino. (2ª lectura). La esperanza se alimenta también de la satisfacción por lo que vayamos creciendo en orden a dar fruto, o por los frutos que ya recogemos y ofrecemos. Pero también debe estar presente la esperanza en momentos que parecen de retroceso, de esfuerzo inútil, cuando podemos creer que estamos “dejados de la mano de Dios” y sin reconocimiento humano: “siempre tenemos confianza”….,”aunque nos sintamos desterrados”, “sin ver al Señor”. Nos basta la fe que alimenta esa confianza. Esto leemos en la segunda lectura.

Invitados a incorporarnos al Reino, consciente de que la semilla del Reino está en nuestro corazón humano, cristiano, en nuestro mundo, ¿qué nos toca hacer

a) Ante todo, escuchar la invitación a dejar que la semilla de la Palabra de Dios, el mismo Espíritu Santo, permanezca “sembrada” en nuestro interior. Escuchar no es poco. Solemos estar más dispuesto a hablar. Creemos que es más importante lo que tenemos que decir que lo que nos digan. Eso puede bloquear la semilla de la Palabra de Dios. Incluso bloquear la presencia del Espíritu Santo y no permitir que despliegue su fuerza interior, porque nos fiamos más de nuestras luces, proyectos y decisiones que de Aquel que sembró la semilla.

b) La parábola de la semilla del texto evangélico muestra que no somos nosotros quienes podemos hacer germinar y crecer la semilla. Tampoco se nos pide. Es suficiente que preparemos una tierra apropiada en nuestro interior y dejemos que despliegue la energía que tiene dentro. Lo que con precisión enseñaba Jesús en otra de sus parábolas, la de la semilla que cae en diversos suelos; ella completa esta parábola. Nos toca ser suelo acogedor de la semilla.

Todo ello exige un proceso, exige, por tanto, un tiempo. Se empieza por un grano de mostaza, por lo insignificante a la vista, pero que guarda en sí una energía que ha de desplegarse. Es necesario tener paciencia. O sea, saber esperar. Esperar no con los brazos cruzados como se espera al tren, sino en el continuo esfuerzo de facilitar que lo noble depositado en nosotros germine y crezca. Pero sin prisas. Nuestra sociedad es sociedad de prisas. Se desea la satisfacción inmediata. Se quiere disfrutar del éxito. Falta el espíritu de los constructores de catedrales que nunca las vieron terminadas. Si no se hubiera planeado y se hubiera puesto una primera piedra, nunca se hubiera puesto la última. Quien tiene que triunfar es el Reino de Dios, no nosotros. Cooperar a ese triunfo es lo que se nos pide. Puede que veamos la semilla hecha árbol, puede que no. Jesús murió dejando unos pobres y pocos discípulos, llenos de miedo. Éstos vieron crecer con dificultad las comunidades cristianas. Ni entrevieron la expansión de sus nombres y de su predicación, como tampoco la de las comunidades que fundaron, eso necesitó mucho tiempo.

a) La ternura como origen, la tierra como ámbito. “De sus ramas de arriba arrancaré una tierna”. Tierna por lo que tiene de poco consolidada, por su juventud: el tiempo no la madurado. Tierna por su virginidad, no ha estado maleada por fuerzas que la retuercen o la doblan, ha crecido arriba del cedro y hacia arriba. Tierna porque sabe de aire puro y mira hacia el cielo. Pero la rama virgen, tierna será plantada en tierra, porque sólo en la tierra puede “echar brotes y dar frutos”, como planta autónoma.

b) No es cuestión de formar una “secta de puros”. En otra parábola Cristo exponía cómo en el campo en que se sembró la buena semilla crecieron las malas hierbas. Quisieron los criados arrancarlas, pero el dueño les dijo, no “dejad crecer juntas la buena y la mala hierba”, tiempo habrá para separarlas.

c) El Reino de los Cielos es también de la tierra, solo en la tierra se desarrolla. La encarnación de Dios nos indica que pisando tierra es como llegaremos al cielo. Cristo bajó del cielo a la tierra para manifestar que desde la tierra, siendo tierra, podemos tener como horizonte el cielo.

d) La tierra es el mundo, nuestra Iglesia; pero también cada uno de nosotros. No somos ángeles, somos la tierra que recibe la semilla, en la que crecen malas hierbas. Dentro de nosotros, junto a la semilla del Reino, crecen malas hierbas. “Dejadlas crecer juntas”, o sea asumamos lo que somos. De lo que se trata es de saber de qué nos vamos a cuidar más: de la semilla del Reino o de las malas hierbas… (Mantengamos el estilo de parábola, cada uno ha de ver cuáles son las malas hierbas con las que ha de verse, y qué lugar ocupan en su corazón).