“La vida es don de Dios”.

 Sagrada Familia, Ciclo C.

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

 

Celebramos la fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, María y José; fiesta en la que ponemos como modelo de nuestras familias y modelo de la Iglesia a la familia de Nazaret. Las lecturas de este día nos ponen de relieve algunas verdades fundamentales para vivir en nuestras familias y en nuestras relaciones en la Iglesia: La vida es un don de Dios, somos hijos de Dios. 

1º.- La vida es un don de Dios. 

La primera lectura del libro de Samuel deja claro que para Ana la vida de su hijo Samuel es un don de Dios, puesto que ella no podía tener hijos y se lo había pedido de un modo especial a Yavé. Para vivir una vida cristiana que nos humanice, para vivir una vida en familia y dentro de la Iglesia es preciso tener en cuenta esta verdad: nuestra vida es una don de Dios. Lo mejor que tenemos, que es la vida, nos lo han regalado: nuestros padres y Dios. Cuando uno toma conciencia de esta realidad, la vida se vive en clave de agradecimiento y de gratuidad; gratitud que lleva a vivir consciente y responsablemente. Esta gratitud te hace consciente de la dependencia con respecto a Dios y, por tanto te ayuda a vivir tu relación con él; esta gratitud ayuda a vivir la relación de dependencia con los padres. 

Si la vida es don, no es propiedad ni de los padres ni de uno mismo. La mayor traición que pueden hacer unos padres con respecto a la educación humana y cristiana de sus hijos es considerarlos de su propiedad. El ejemplo de Ana, en la primera lectura, es modélico: le devuelve el hijo a Dios. María hará este gesto con Jesús cuando lo lleve al templo para presentarlo al Señor. Es lo que tendríamos que hacer todos, personalmente; como cristianos, tendríamos que ofrecer nuestra vida a Dios. La vida es don, porque nos la han regalado, pero la merecemos, dándola, a Dios y a los demás. 

Signo de ese ofrecimiento a Dios es el hecho de que Samuel se quede a vivir en el templo de Siló con Elí o de que Jesucristo, con doce años, se quede en el templo de Jerusalén, dedicado a las cosas de su Padre, como dice el evangelio. Por eso se repite en el salmo: “Dichosos los que viven en tu casa”. Cuando uno vive su vida como don de Dios y se la ofrece a Dios, vive toda su vida en presencia de Dios, el mundo se hace templo de Dios para él; el mundo entero está habitado por la presencia de Dios y en toda la creación se le puede alabar y rendir culto. El mismo “respeto” que tenemos en el templo hemos de tenerlo con todo y con todos. 

2º.- Somos hijos de Dios. 

Dice el apóstol San Juan en la segunda lectura: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”. Esa es nuestra condición, de acuerdo a la que debemos vivir. No sólo hemos sido agraciados en la vida, si no que además se nos ha hecho hijos de Dios, por lo que el don de la vida queda extraordinariamente enaltecido. Si el don de la vida nos lleva a vivir en gratitud, el ser hijos de Dios nos debería llevar a vivir de cara a la otra vida: “... aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”. Y también nos debería llevar a vivir la fraternidad con todos los hombres. 

El apóstol San Juan resume su mensaje en estos polos: Dios y el hombre: “Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”. Fe y Amor, dos dimensiones del seguimiento de Cristo, propias de nuestra filiación divina, que también contribuyen al bien de la familia.  

Creer en el nombre de su Hijo es aceptar la persona de Jesús, su mensaje, sus criterios; es querer identificarse con él; es dar testimonio ante el mundo de lo que uno cree. Esta fe es importante para la familia porque los valores cristianos son fundamentales para la vida de las personas y su realización personal, por lo que es también importante para todos los campos donde se desenvuelven las personas: la familia, el trabajo, la vida social, la política... Tener fe incide en la vida concreta de cada día, si no es así, ¿de que sirve la fe?. La vida familiar está repleta de valores evangélicos: amor, perdón, confianza, solidaridad, generosidad, corrección fraterna... 

La otra dimensión es el Amor, tal como él nos lo mandó: “amaos unos a otros como yo os he amado”. El amor es el distintivo cristiano, que tiene su máxima expresión en la entrega de la vida de Jesús en el altar de la cruz; así tenemos que amar sus seguidores, hasta dar la vida por los demás, hasta gastar la vida por los demás. El Amor es importante para la familia, pues es el clima en el que nace y se desarrolla la misma: el amor une a los esposos, el amor da la vida a los hijos, el amor educa a los hijos en su crecimiento, el amor sostiene las buenas relaciones de los hermanos, el amor hace superar las dificultades, el amor hace madurar a los padres y a los hijos, el amor permanece por encima del paso del tiempo... 

¡Qué vivamos la vida como don de Dios, qué la vivamos como hijos de Dios; así fortaleceremos nuestras familias y la familia dela Iglesia!