“Salgamos al encuentro de Cristo”.

 Adviento I, Ciclo C.

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

 

Comenzamos con este domingo el tiempo de Adviento, tiempo para prepararnos a recibir a Jesucristo, que viene a nuestra vida. Este tiempo sirve de preparación para recordar la primera venida, el nacimiento de Jesús en Belén; pero también sirve para prepararnos para su segunda y definitiva venida al final de los tiempos. Entre una venida y otra el Señor nos ha concedido la vida y, con la vida, el tiempo para preparar nuestro encuentro con Jesús. 

Dice la oración colecta: “Al comenzar el Adviento, aviva, Señor, en tus fieles, el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras”. Esta podría ser la finalidad de este tiempo: prepararnos para salir al encuentro de Cristo, sabiendo que el encuentro se dará si se crean personalmente y socialmente algunas disposiciones. ¿Qué queremos decir con salir al encuentro de Cristo?. Crear unas actitudes y unas obras que nos abran a la presencia de Cristo, a recibirlo en nuestra vida. Cuando dos personas están reñidas, solemos decir que tienen una posición encontrada o que están enfrentadas. Aquí “encontrarse” o “situarse frente a” tiene un valor positivo; quieren expresar, no una cercanía física, sino una sintonía espiritual. Por eso hemos de ser conscientes que determinados modos de vivir nos indisponen para encontrarnos con Cristo; los mismos modos de vivir que nos hacen distanciarnos de los demás. 

¿Qué disposición hemos de tener para encontrarnos con Cristo? El adviento nos va a señalar que la mejor disposición es la conversión. Hoy las lecturas nos dicen tres actitudes: el amor, la esperanza y la vigilancia: estar despiertos. 

Dice la segunda lectura: ”Que el Señor os haga rebosar de amor mutuo... para que os presentéis irreprochables ante Jesús”. El amor es una dimensión fundamental para encontrarnos con Jesús. La persona que es egoísta se sitúa como el centro de todo y se relaciona con las personas como si fuesen objetos, no como otras personas con sus propias iniciativas, sino como meros instrumentos para conseguir lo que uno se propone. Así nunca podrá tener un encuentro personal porque no reconoce a los demás como personas, como iguales. Si no se puede encontrar con los demás, tampoco con Jesús. En su “relación religiosa” (es una redundancia) con Jesús tenderá a reproducir sus “relaciones personales” o su instrumentalización de los demás. Sin embargo, la persona que ama está percibiendo al otro como una persona distinta de uno mismo y distinta de los demás objetos, la está reconociendo como un igual con el que se puede relacionar de tú a tú. Sólo se puede encontrar uno personalmente con una persona a la que se ama, sin amor no hay encuentro personal. 

Otra disposición que hay que crear, en la que inciden las lecturas de este domingo, es la esperanza, que es la actitud de quien se fía de Dios y, en consecuencia, espera que venga  a salvarlo. Sin esperanza no puede haber encuentro personal, porque sólo me puedo encontrar con quien tengo confianza, con quien espero que me puede aportar solución a mis problemas. La desconfianza me distancia de los demás, me impide esperar en ellos. Esta idea de la esperanza aparece, indirectamente en la primera lectura y el Evangelio. En la primera lectura, el profeta le dice al pueblo de Israel que Dios cumple sus promesas, suscitando un vástago de David. El pueblo de Israel atraviesa un mal momento y el profeta les consuela con las promesas de Dios. Esperar un vástago de David era como decir que vendrían tiempos mejores, en los que el pueblo podría vivir en paz y en prosperidad. El texto del Evangelio presenta unos signos catastróficos para anunciar la venida del Hijo de Hombre, signos que el lector contemporáneo del Evangelio identifica con la destrucción de Jerusalén. Pues bien, cuando veáis suceder eso, “levantaos, alzad vuestra cabeza, se acerca vuestra liberación”. Cristo viene a liberarnos de los males que nos afligen, viene a salvarnos, a sacarnos de las situaciones a las que nos ha llevado nuestro propio pecado y de las que no podemos salir por nosotros mismos. Eso es motivo de esperanza. 

Otra disposición de la que nos habla el texto del Evangelio, muy propia de este tiempo, es la vigilancia. Ante la venida de Hijo del Hombre, el evangelio dice: “Estad siempre despiertos... no se os embote la cabeza...”. Esta actitud es una llamada de atención no para vivir intranquilos, con ansiedad, como quien está solo en su casa y no se atreve a ir al servicio por si llaman a la puerta (por poner un ejemplo), sino que es una invitación a estar conscientes de lo que hacemos, de lo que queremos, de lo que somos; a vivir responsablemente; a estar dispuestos a recibir a Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida, pues él está esperando cualquier momento para entrar en nuestra vida y ocupar el centro. 

Estas actitudes: el amor, la esperanza y el estar despiertos, son actitudes que se expresan en obras, si no corren el riesgo de desaparecer. Recordemos que la oración colecta decía: “Salir al encuentro de Cristo acompañados por las buenas obras”. Cristo viene a nuestro encuentro, pero sólo nos encontraremos con él en la medida en que nosotros salgamos a buscarlo.