“Deus caritas est”.

Domingo de Ramos, Ciclo C

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

 

Con la celebración de este Domingo de Ramos entramos en la Semana Grande de los cristianos, la Semana Santa, en la que vamos a vivir acontecimientos centrales de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, la redención de la humanidad. Vamos a contemplar hasta dónde es capaz de llegar el Amor de Dios por los hombres. Comenzamos rememorando la entrada de Jesús en Jerusalén, entrada desde la humildad y la plena conciencia hacia la entrega total.  

En estos meses pasados, el papa, Benedicto XVI, ha publicado su primera encíclica: “Deus caritas est” (Dios es Amor), que nos habla del amor de Dios, que la Iglesia lo traduce en caridad para los más necesitados. Me propongo, a lo largo de estos días de Semana Santa (Domingo de Ramos, Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado / Domingo) presentar algunos aspectos del contenido de esta encíclica, en consonancia con la celebración de cada día. Todo centrado en el tema de la encíclica, el Amor, que es el móvil de Jesús para llegar a la entrega de la Cruz. 

’Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él’ (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la primera Carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan no ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: ‘Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él’” (DCE, 1a). Así comienza el Papa su encíclica: Dios es amor, permanecer en su amor, así es Dios, así es el hombre... Después retomo estas ideas. 

Continúa el Papa: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva” (DCE, 1b). El cristiano ha de hacer una opción fundamental en su vida; nadie la hace por él, es una opción personal y primera, básica, determinante: creer en el amor de Dios. Será cristiano, no por haber nacido en una ‘sociedad católica’ (lo cual hoy es dudoso en Europa), no por estar inserto en unas tradiciones sociológicas de ‘cultura cristiana’, no por haber recibido unos sacramentos de iniciación (digo yo, pues hoy éstos se reciben más socialmente que como opción personal y familiar), sino porque ha tenido un encuentro con Dios, un encuentro personal con Cristo, en el que se ha quedado prendado de su Ser. 

Vivimos estos días de Semana Santa en torno a los misterios de Cristo. La participación de los fieles es más numerosa que normalmente. Podemos comprobar como a pocos deja indiferentes la Pasión de Cristo. Nadie queda fuera del ámbito del amor de Dios, todos somos objeto de su amor, pero también, si nos preguntan individualmente, todo queremos vivir ese amor lo mejor posible y llevarlo a los demás. 

Sin embargo, otra cosa sería si nos preguntaran si nosotros hemos tenido un encuentro personal con Dios, si tenemos experiencia de Dios, si nuestra fe es una opción personal y consciente... o si por el contrario nuestro contacto con la Semana Santa es puramente social, cultural, folclórico, de turismo de interior... Vivimos tiempos, en esta semana se pone especialmente de manifiesto, en los que la religión queda reducida a fe sociológica o privada. La fe sociológica consiste en que hay prácticas religiosas, piadosas: sacramentos, procesiones..., pero no hay un opción fundamental, personal y clara por Dios. Nos dejamos “llevar por la corriente”, pero con la idea de “mojarnos” lo menos posible. ¡Qué Dios no nos complique la vida! Es urgente personalizar la fe, que los cristianos que estemos, aunque menos, estemos realmente convencidos de lo que queremos y creemos. La fe privada es la de quienes sí se dejan implicar personalmente con Dios y por Dios, pero sólo en la intimidad de su conciencia y de su vida privada; sin que los identifiquen con la Iglesia, ni con el templo, ni con sus enseñanzas, ni con sus sacramentos. Es urgente desprivatizar la fe: hacerla eclesial y comprometida. 

El encuentro personal con Dios se produce naturalmente dentro de una opción personal clara por Dios, en el ámbito de la Iglesia, en la práctica de la oración, en la celebración de la fe en los sacramentos. Los sacramentos son encuentros reales con Dios. Otra cosa es cómo los puede vivir cada persona: por limitaciones en la fe, por carencias en la celebración... no se pueden tener vivencias claras y conscientes de esos encuentros. Pero no se puede suplir la relación con Dios, que se da en los sacramentos, con otras devociones buenas de la piedad cristiana. 

Además la encíclica insiste, en su amplia segunda parte, en manifestar que, fruto de la presencia de Dios en la Iglesia, del encuentro de los cristianos con su amor, es la Caridad que la Iglesia vive con los más desfavorecidos, en los que también uno se puede encontrar con Dios. ¡Que labor tan clara para la Hermandades y Cofradías de Semana Santa: fomentar en el encuentro con Dios de sus hermanos cofrades, desde una opción clara por Dios, desde los sacramentos, desde las obras de caridad!. 

Cuando se produce este encuentro con Dios es fácil descubrir la imagen cristina de Dios, la imagen del hombre y de su camino, como dice el Papa en las palabras que cité al principio. 

Cristo nos revela la imagen de Dios: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna” (Jn 3, 16). La carta a los Filipenses, que hemos escuchado, nos pone de manifiesto ese amor en la Encarnación de Jesús (“Siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó de su rango...”), en la Redención (Se sometió hasta la muerte y una muerte de Cruz”), aspecto que vivimos detalladamente a lo largo de esto días y que hemos escuchado en el relato de la Pasión, y en la Exaltación, la Resurrección (Por eso Dios levantó sobre todo y le concedió un nombre sobre todo nombre...). Sólo cabe concebir a Dios, como un ser enamorado de la humanidad, que lleva la locura de su amor hasta el misterio de la cruz y el nuevo horizonte de la resurrección. 

Y desde este Dios, desde su Hijo, nos podemos concebir a nosotros mismos como hijos de Dios, con una dignidad personal, igual para todos, insuperable por ningún otro criterio; nos podemos vivir como injertados en Cristo, somos hijos en el Hijo, a través del que recibimos la fuente inagotable de su Gracia y de su Amor; nos podemos sentir a gusto en la Iglesia, pues en ella encontramos las condiciones mejores para desarrollar nuestra humanidad. 

Desde el encuentro personal con Dios, en el que asimilamos nuestra voluntad a la voluntad de Dios, podemos hacer nuestros los sentimientos de Cristo expresados en la lectura de San Pablo y vivir el amor, no como algo impuesto desde fuera, como “mandato”, sino como nuestra propia vocación y camino: “Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero, ahora el amor no es un ‘mandamiento’, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (DCE, 1b) 

Que vivamos las celebraciones de estos días, en la calle y en el templo, como una ocasión propicia para encontrarnos con Dios y con nuestra vocación cristiana.