“Guardaos de toda clase de codicia”.

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

 

Nota previa: Debería quedar claro, al final: 

q  Que los valores del mundo son distintos de los valores de Dios.

q  Que la riqueza no es mala, pero sí poner en ella la seguridad de la vida.

q  Que la felicidad y la vida dependen de Dios, de los valores que vivamos, del servicio a los demás...

 

Las lecturas de este domingo XVIII del tiempo ordinario presentan una disyuntiva, una alternativa, entre el cielo y la tierra, entre los valores de Dios y los valores del mundo. O estamos en un lado o en otro; quizá, en este tema, no hay un terreno neutral.

 

Quien elige los valores del mundo, el tener, la codicia; quien pone su seguridad en los bienes materiales, ha de saber que está poniendo dificultades a sus relaciones con los demás y con el mismo Dios. Quien elige los valores de Dios, quien pone en Dios su seguridad, su Roca, ha de saber que está poniendo los cimientos para una buena religión y para una buena fraternidad, pero tendrá que luchar con las tendencias de este mundo de buscar la felicidad en el tener, el poder y el gozar.

 

El diagnóstico es muy claro, verlo en la realidad es más complejo, entre otras cosas, porque estamos acostumbrados a hacer compatible todo con nuestra religión. (“El dinero no hace la felicidad, pero ayuda” es lo que decimos y pensamos. ¿Depende de eso la felicidad en nuestra vida?). 

La primera lectura nos dice que todo es vaciedad; al final ¿qué saca el hombre de su trabajo?. Se lo tiene que dejar a uno que no se ha esforzado nada por conseguirlo. Relativiza, quita importancia a las cosas de este mundo nuestro por las que normalmente nos desvivimos. 

La segunda lectura nos dice: “buscad los bienes de allá arriba... aspirad a ellos... no a los de la tierra”. “Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia, la avaricia, que es una idolatría”. 

El texto del evangelio nos dice: “Guardaos de toda clase de codicia... la vida no depende de los bienes”. 

El contraste entre los valores de Dios y los valores del mundo se centra en la codicia, que aparece en la segunda lectura y en el texto del evangelio. La codicia es el apetito desordenado de riquezas, es el afán de posesión. 

Codicia: preocupación obsesiva por el “universo de los teneres” (materiales, espirituales, intelectuales, temperamentales). Conduce al afán de posesión, incluida la posesión de los demás. 

La consecuencia es una profunda autosuficiencia, sin necesidad de los otros, ni de la gracia de Dios; con lo cual se impide la relación con Dios y la relación con los demás: la fraternidad. 

Dice Adolfo Chércoles en un comentario a las Bienaventuranzas, cuando está explicando la bienaventuranza de la pobreza y diciendo que debajo hay un miedo a la inseguridad personal, que el hombre cree que puede satisfacer en las riquezas mejor que en Dios: “Lc 12, 13-34: “guardaos bien de toda codicia”, que desencadena mecanismos de tal forma que nos agarramos a la seguridad que nos dan las posesiones, porque creemos que vamos a encontrar ahí esa seguridad. “Guardaos bien de toda avaricia, que aunque uno esté en la abundancia, no tiene asegurada su vida con su hacienda”, teniendo más cosas, más poder, yo voy a estar más seguro; mi seguridad va a estar en eso que poseo. Entonces la riqueza tiene el poder, la atracción irresistible de suscitar en nosotros una fantasía de seguridad que puede sustituir esa única roca que es nuestro Dios. Y al buscar en la riqueza nuestra seguridad, se convierte en nuestro dios. El problema de la riqueza, no es que sea mala, sí lo es la fantasía que desencadena: aquí voy a encontrar mi seguridad” . 

Frente a ese valor, Jesús pone la pobreza: “ser tenido” en todas las dimensiones existenciales de la vida. Es una actitud de total disponibilidad, que me pone, conscientemente, en manos de los demás, para que se sirvan de mí, dándome perfecta cuenta de ello; que me lleva a servir a los demás. El pobre se ve necesitado de los demás y de Dios. Sólo desde esta actitud es posible la religión, la relación con Dios y la fraternidad, la relación con los demás.

Guárdate de toda clase de codicia; en vez de poseer, ponte al servicio de los demás; busca la seguridad en Dios, no en las cosas... Tu vida está en las manos de Dios (buenas manos, por cierto), no depende de los bienes que tengas.