“Aquí estoy, mándame”.

V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

        Las lecturas de este domingo V del tiempo ordinario son un recorrido por la vocación de tres grandes personajes: Isaías, Pablo y Pedro. Son, por tanto, una invitación para que nos demos cuenta que cada persona tiene una historia personal en su relación con Dios, como nos pasa a nosotros. Dios nos continua llamando hoy, nos sigue pidiendo que en su nombre volvamos a echar las redes.

 

En esta llamada de Dios encontramos elementos comunes, que siempre se repiten: Dios tiene la iniciativa, el ser humano se siente indigno, Dios le purifica y el hombre responde.

 

Dios nos continua llamando igual que a Isaías, Pablo y Pedro.

 

-1ª Lectura: Isaías: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”.

- Pablo fue llamado por Dios cuando iba camino de Damasco para encarcelar a cristianos.

- En el Evangelio Jesús le dice a Pedro: Volver a echar las redes; “desde ahora serás pescador de hombres”.

- Hoy también el Señor nos continua llamando; hay que estar atentos para oír su voz.

 

Los tres se consideran indignos de la llamada del Señor:

 

- 1ª Lectura, Isaías: “Ay de mi, estoy perdido!. Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros”.

- Pablo en la 2ª lectura: “...como a un aborto se me apareció a mí. Soy el menor de los apóstoles, no soy digno de llamarme apóstol”.

- Pedro en el Evangelio: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.

- Nos puede pasar como a estos tres personajes, que no nos consideremos dignos de la misión que el Señor nos da, porque nos conocemos y sabemos de nuestros pecados; pero eso no es malo, es incluso la base sobre la que se construye la auténtica vocación.

 

Dios les purifica y les envía, y actúa a través de ellos:

 

- 1ª lectura, Isaías: “Mira esto [el ascua] ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”.

- 2ª lectura, Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo sino la gracia de Dios conmigo”.

- En el Evangelio dice Pedro: “Por tu palabra [en tu nombre], echaré las redes” y Jesús le dice: “No temas”.

- El Señor se acerca a nuestra vida para capacitarnos para la misión; lo hace con su perdón, con su misericordia, con su amor. Así nos sana y nos purifica.

 

Responden positivamente a la llamada del Señor: 

“Aquí estoy, mándame”.

“Y dejándolo, todo le siguieron”.

Ojalá y nuestra respuesta fuese igual de pronta y de generosa. 

Además de este estructura común en cada vocación, podemos ver como cada uno tiene su historia personal, su contexto propio. 

Isaías es llamado en medio de una visión escatológica. El escenario es impresionante. El Señor se encuentra sentado en un trono elevado. Su manto cubre todo el templo. A su alrededor hay serafines de pie gritando: “Santo, santo, santo es el Señor...” Ésta es la liturgia del cielo, a la que nosotros nos añadimos cada vez que celebramos la eucaristía: “Por eso con los ángeles y los arcángeles proclamamos tu gloria diciendo: Santo, santo, santo es el Señor...” La respuesta de Isaías antepone una objeción: “¡Ay de mi, estoy perdido¡ Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros...”. Sólo la fuerza del Señor puede superar la dificultad. Es con la fuerza del Señor con la que Isaías puede responder a la llamada: “¿A quién enviaré?” “Aquí estoy, mándame”. 

Pablo es el menor de los apóstoles. Su historia anterior a la conversión parece que juega en contra suya: había perseguido a la Iglesia. Pero Dios es el Padre que acoge y perdona al hijo, porque es hijo, sin preguntar qué tipo de pecados ha cometido, cuántos y en virtud de que circunstancias. Se alegra porque el hijo que daba por muerto ha regresado vivo, el hijo que daba por perdido ha sido encontrado. Pablo es un converso. “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí”. Los mismos cristianos de Corinto son testigos: recibieron la Buena Noticia anunciada por Pablo y lo acogieron. Quizá la profunda concepción de su propio pecado le capacitó, en la misericordia de Dios, para tener más empuje para levar el Evangelio. 

Pedro y los hijos del Zebedeo son pescadores experimentados. Saben que si no han pescado nada durante toda la noche, no harán nada durante la mañana. Dios mismo les llama: “remad mar adentro y echad las redes para pescar”. La respuesta no demuestra precisamente demasiados ánimos, aunque tampoco hay nada que perder: “por tu palabra...”. Con la fuerza del Señor, la gracia de Dios, la pesca se convierte en un milagro; hechos pescadores de hombres, la Palabra del Señor llegará, como nos explica Lucas en otro libro, hasta Roma; es decir, al corazón del imperio romano, y de un confín al otro de la tierra. 

También tú tienes una relación propia y personal con Dios, tienes tu propia historia. Dios entra en toda historia, en toda persona, con tal que tú te dejes y respondas.