“Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”.

VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

        Pienso que la cuestión fundamental de las lecturas es: ¿Confiamos en Dios?. Ó ¿confiamos más en el hombre, en el dinero, en nosotros mismos?. Esta idea es la expresada en la primera lectura: maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en Dios. Y lo decimos en el salmo responsorial: “Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”. 

En el texto del evangelio escuchamos las bienaventuranzas de San Lucas, que son cuatro, mientras que en Mateo son ocho. Lucas es más radical que Mateo. Mateo escribe a una comunidad en donde son pobres y les invita a vivir su pobreza con verdadero espíritu; por eso dice dichosos los pobres de espíritu. Lucas escribe a comunidades grecorromanas en donde hay ricos. 

Me voy a centrar en la primera bienaventuranza porque es el pórtico de las demás, es la condición de posibilidad de las otras, es la que nos indica el grado de confianza en Dios. Aunque hoy, campaña contra el Hambre de Manos Unidas, escuchar: “Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados”, merece una buena explicación, que intento después. 

¿Dónde está el límite para ser pobre o rico?. Nos podríamos perder buscando una definición y una acomodación a personas concretas. Todos somos ricos en comparación con los zaireños, por ejemplo. Lo cierto es que Dios da el Reino a los pobres: Dios es fiel a sí mismo, a su justicia, que es tomar partido por los pobres, por los desvalidos, como lo hace un padre con el hijo más necesitado. 

Los pobres, de los que es el Reino, son los pobres de Yavé, los anawin (inclinado, humilde), la clase humilde desheredada, que, por no tener nada, es más fácil que confíen en Dios que los ricos, que confían en ellos y en su dinero. Este es el problema de la riqueza, no el que sea una cosa mala, sino que se utiliza para saciar la inseguridad que tenemos y terminamos poniendo nuestra confianza en las cosas que tenemos y no en Dios.

 

Concreción de la pobreza:   

Riqueza contra pobreza: 

Riqueza: preocupación obsesiva por el universo de los teneres (materiales, espirituales, intelectuales, temperamentales). Conduce al afán de posesión, incluida la posesión de los demás. 

La consecuencia es una profunda autosuficiencia, sin necesidad de los otros, ni de la gracia de Dios; con lo cual se impide la fraternidad y la religión. 

“Lc 12, 13-34: “Guardaos bien de toda avaricia”, que desencadena mecanismos de tal forma que nos agarramos a la seguridad que nos dan las posesiones, porque creemos que vamos a encontrar ahí esa seguridad. “Guardaos bien de toda avaricia, que aunque uno esté en la abundancia, no tiene asegurada su vida con su hacienda”, teniendo más cosas, más poder, yo voy a estar más seguro; mi seguridad va a estar en eso que poseo. Entonces la riqueza tiene el poder, la atracción irresistible de suscitar en nosotros una fantasía de seguridad que puede sustituir esa única roca que es nuestro Dios. Y al buscar en la riqueza nuestra seguridad, se convierte en nuestro Dios. El problema de la riqueza, no es que sea mala, si lo es la fantasía que desencadena: aquí voy a encontrar mi seguridad”. (Adolfo Chércoles en “Las Bienaventuranzas”, editado por las Familas de Carlos de Foucauld) 

Pobreza: “Ser tenido” en todas las dimensiones existenciales de la vida. Es una actitud de total disponibilidad, que me pone, conscientemente, en manos de los demás, para que se sirvan de mí, dándome perfecta cuenta de ello; que me lleva a servir a los demás. El pobre se ve necesitado de los demás y de Dios, por eso es posible la fraternidad y la religión. 

También podríamos concretar la pobreza, siguiendo las tentaciones de Jesús en la humildad y en el servicio, frente a la soberbia el poder y la fama. 

Alguna traducción de la Biblia dice: “Dichosos los que han elegido ser pobres”, pero no es una elección de la voluntad, es cuestión de amor. Quien no experimente la presencia de Jesucristo en su vida es inútil que se proponga estas opciones: ser pobre, ser humilde, porque jamás comprenderá la raíz de las mismas, que es el amor. 

Cuando uno es pobre está capacitado para luchar contra el hambre del mundo. 

La dicha de las bienaventuranzas es una mezcla de cruz y de gloria. La pobreza es una limitación, pero la confianza en Dios da seguridad. Llorar es expresión de algún dolor o sufrimiento, después viene el consuelo... Quizá la felicidad no la fabrica nuestra sociedad del bienestar. 

Lucas no habla de hambre de justicia; sólo habla de hambre y dice que quedarán saciados. (Cómo se predicará este Evangelio en un país pobre, donde muere gente de hambre?) Nuestros sentidos ven en el Norte la riqueza y en el Sur la pobreza; en nuestro mundo la saciedad y en el Tercer mundo la desnutrición... El Hambre es un grave problema de todo el Mundo. Desconozco los mecanismos que hay poner en marcha para solucionar tan ingente problema, con las causas y problemas colaterales que tiene. Mientras no se toman decisiones a gran escala de gobiernos, la mejor forma de contribuir  al desarrollo de los pueblos es la colaboración con proyectos concretos, como hace Manos Unidas. 

¡Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor!. ¡Seguro que la confianza en Dios contribuye a paliar los efectos del hambre en el mundo!