“De la abundancia del corazón habla la boca”.

VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

La celebración de este domingo VIII del tiempo ordinario es una invitación a vivir desde la interioridad. Es importante este mensaje en una sociedad en la que se vive desde la imagen externa. En este vivir desde lo exterior, uno de los peligros que podemos tener es dedicarnos a arreglar las cosas, a los demás y olvidarnos de nosotros mismos, u ocultarnos nuestros propios fallos. Por eso la indicación de las lecturas: “No alabes a nadie antes de que razone” (en sentido positivo, nos podemos pasar porque nos dejemos llevar por lo externo); “¿Por qué te fijas en la mota de tu hermano y no te fijas en la viga que tú llevas en el ojo?” (nos da la clave: los cambios hay que empezarlos por uno mismo. Si quieres arreglar el mundo, el primero que tienes que cambiar eres tú mismo).

 

Por eso: “Sácate la viga de tu ojo”; es decir, empieza por ti mismo. Os habéis fijado en la facilidad que tenemos para ver lo que no nos gusta de los demás, la prontitud en nuestros juicios... lo que indica que no sabemos empatizar, sintonizar con los demás, y lo poco que los queremos. Y el mensaje del evangelio de hoy: lo mucho que desconocemos nuestros propios fallos.

 

Quizá un modo de resumir el mensaje evangélico de este domingo es un refrán castellano que dice: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”; es decir, una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos, y podríamos decir más: y otra cosa es la que sentimos interiormente. La invitación de las lecturas de este domingo es a ser coherentes, a que no haya distancia entre nuestro interior y lo que decimos y lo que hacemos.

 

Así se expresaban las lecturas:

- “Lo que rebosa del corazón lo habla la boca” (“De la abundancia del corazón, habla la boca”, dice otro refrán castellano). Esta cita pone de manifiesto la importancia de la vida interior (Lo que rebosa del corazón), que es la que puede manifestar lo bueno o lo malo que hay en nuestro interior. En ningún sentido se quiere decir que lo importante, al valorar moralmente una acción, sea la intención. Mucha gente piensa que la intención es lo que califica una acción de buena o de mala, con lo que se justifican que se puedan hacer males con buena intención. La buena intención no hace buena una acción que de por sí es mala (V. G.: Blasfemar). Más bien lo que se quiere poner de manifiesto, en la sociedad judía que vive una religión externa, de cumplimiento... es que más importante que lo que se aparenta es la vida interior de las personas, que hay que vivir el culto que se practica, la religión que se cree...

Dice la primera lectura: “La palabra muestra la mentalidad del hombre”; es decir, lo que vivimos interiormente lo expresamos con nuestras palabras, nuestras palabras son una revelación, una manifestación de los que somos. Dice un pensamiento, en este sentido, “cuando uno no piensa lo que dice, dice lo que piensa”. Pone de manifiesto que lo que decimos nos distancia del pensamiento. Es la distancia que ponemos nosotros.

- Decía el Evangelio: “Cada árbol se conoce por su fruto”. Además de las palabras, tenemos otro vehículo para expresarnos: los hechos, las obras.

 

Podemos resumir: El ser humano tiene una interioridad, que es la que le manifiesta cómo es, más que lo externo. Sus palabras y sus obras ponen de manifiesto esa vida interior. El mensaje de hoy es: Sé coherente, que no haya distancia entre lo que vives interiormente y lo que manifiesta tu vida.

 

¿Qué hacer? Lo primero limpiar la interioridad. No se quiere decir que si uno tiene malas intenciones, malos pensamientos, malos propósitos, que los lleve a cabo, porque hay que ser coherentes con lo que uno vive, sino “Saca la viga de tu ojo”, purifica tu interioridad, adecenta tu casa, limpia tu corazón. Una vez hecho eso, que es lo más difícil, hay que salvar la hipocresía, la adulación, la mentira, la falsedad...

 

¿Cómo se puede hacer esto? Podemos seguir dos caminos: de dentro a fuera o de fuera a dentro. De dentro a fuera quiere decir que primero uno purifica su interioridad y luego se pone a manifestar lo bueno que es y los buenos sentimientos que tiene. Es el mejor camino, pero el más largo y el que más nos puede distanciar de la vida. Si te esperas a ser bueno del todo, quizás no te quede tiempo para hacer el bien. Por eso el otro camino es de fuera para dentro. Por ejemplo, yo tengo que atender a un enfermo, a una persona mayor, pero es para mí una carga porque tengo mucho trabajo, muchos problemas, y lo hago siempre de mala gana, pero lo hago. No voy a dejar de atenderlo porque no tengo los sentimientos que debiera tener. El amor es el bien hecho. El amor no son los sentimientos que tengo. A base de hacer el bien modificaré mis sentimientos.

 

Qué el Señor nos ayude a tener una vida interior rica, religioso, limpia y que nos dé fuerza y valentía para ser lo más coherentes posible con nuestra fe.