“ ¿La resurrección nos transforma?”

II Domingo de Pascua, Ciclo C.

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

Estamos en el segundo domingo de Pascua, celebrando la resurrección del Señor.

Vemos en el evangelio el relato de una aparición de Jesús resucitado, en donde queda claro que la misión de los apóstoles comienza después de la resurrección de Jesús. Si Cristo no hubiese resucitado, los apóstoles no hubiesen realizado la misión de anunciar el evangelio, pues ¿qué habrían anunciado?. Todo el Nuevo Testamento es posterior a la resurrección de Jesús. Todo está escrito después. Todo empezó de nuevo con la resurrección: “Id a Galilea, allí os encontraréis con él”. Volved a empezar. 

También podemos constatar que los apóstoles a los ocho días están reunidos, probablemente celebrando la eucaristía, y Jesús les da con el Espíritu Santo el poder de perdonar los pecados. 

La idea común de todas las lecturas de este domingo es que la resurrección obra una transformación en quien la vive:

 

­1º.- Así podemos ver a los apóstoles, en el texto del evangelio, como estaban reunidos, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, pero después de la aparición de Jesús resucitado, como dice la lectura de los hechos de los apóstoles [que leemos durante todos estos domingos del tiempo pascual] anuncian con valentía la muerte y resurrección de Jesús, obrando signos. Crecía el número de los cristianos.

 

2º.- Juan, cuenta la lectura del apocalipsis, estaba en el destierro en Patmos, sufriendo la tribulación por anunciar el Evangelio; y en esas circunstancias tiene un éxtasis, una visión de Jesús resucitado, que le dice: “estaba muerto y ya ves, vivo por los siglos de los siglos”, lo que le abre a la esperanza en la tribulación.

 

3º.- En el evangelio vemos como después de aparecerse Jesús resucitado, Tomás no lo puede creer, “si no veo, no lo puedo creer”, demasiado esperanzador como para creerlo; es más, “si no pongo mis manos en sus llagas no lo creo”. Jesús se aparece y le dice: “Pon tu mano en mis llagas y no seas incrédulo sino creyente”. Ante esto, Tomás hace una confesión de fe, de la divinidad de Jesús: “¡Señor mío y Dios mío!”.

 

Conclusión: Así, pues, la resurrección da a los apóstoles valentía para anunciar el mensaje central del cristianismo, para dar testimonio de su fe; da a Juan esperanza para creer en medio de la tribulación; da a Tomás confianza para fiarse del Señor. Son tres aspectos de la misma fe: confianza para ponerse en las manos de Dios [Dichosos los que crean sin haber visto]; valentía para confesar, testimoniar lo que uno cree aunque las circunstancias sean adversas y esperanza para vivir con sentido aun en medio de la tribulación.

Análisis: Si miramos nuestro mundo, nuestra sociedad, nos podemos preguntar: ¿Hay misión que realizar? ¿Hay cristianos que tengan conciencia de la misión que hay que realizar? ¿En qué consiste esta misión? ¿Sigue siendo necesaria la fe, entendida como confianza, como testimonio valiente, como esperanza en el futuro?.

 

Acabamos de celebrar la Semana Santa; hemos tenido manifestaciones populares numerosísimas (para lo que estamos habituados, según nos dicen las estadísticas), ¿han tenido todos esos cristianos experiencias transformantes  desde la resurrección? ¿Contamos con ellos para la misión? ¿La misión tiene que empezar por ellos?

 

Me atrevo a decir, quizá demasiado deprisa, que vivimos en una sociedad cada vez menos cristiana: son cada vez menos los cristianos practicantes (en nuestro arciprestazgo calculamos que un 16%), son cada vez menos los cristianos que siguen los criterios del Evangelio y de la Iglesia a la hora de vivir (no me conformo pensando que todo el mundo es bueno, aunque sea verdad); es cierto que esta reducción en el número sigue acompañada con unas celebraciones de los sacramentos por motivos sociales: son muchos los que se bautizan, los que hacen la primera comunión, los que se casan por la Iglesia, los que celebran las exequias de sus familiares en la Iglesia... pero, a la hora de la verdad (de la vida cristiana) parece que eso sirve para poco; es cierto que esta reducción en el número va acompañada de una creciente participación en las manifestaciones populares de la religiosidad, como podemos ver de un modo singular en las procesiones de Semana Santa, pero que a la hora de la verdad (de la vida cristiana) parece que sirve de poco, sólo para expresar un sentimiento vagamente cristiano.

 

En esta situación: cada vez menos número de cristianos y conservando ciertas prácticas religiosas, está creciendo alarmantemente la increencia y la indiferencia religiosa. Son cada vez más los que se declaran no creyentes y los que se manifiestan indiferentes ante las cuestiones religiosas y cristinas, pero siguen con las prácticas sociales y populares de la religiosidad.

 

Circunstancias, en este análisis apresurado, que nos urgen a llevar adelante una nueva evangelización, comenzando por las cuestiones básicas de la fe y de la aceptación de Dios en la vida misma; a veces, incluso, no en un terreno virgen, sino en terrenos que hay que roturar y desbrozar previamente: quitar prejuicios, falsas concepciones, errados criterios... Es ingente, pues, la misión; es urgente la necesidad de cristianos preparados para la misma.

 

La misión comienza después de la resurrección. En la espera de un nuevo Pentecostés, le pedimos al Señor, que nuestro encuentro con él, nos transforme también a nosotros: nos de confianza, valentía, y esperanza, para que podamos ser en nuestro mundo anuncio de su resurrección.