“Dios cree en el hombre”.

Solemnidad de San Pedro y San Pablo.

Autor: Padre Pedro Crespo    

 

 

Introducción: 

La fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo es una invitación a vivir la apostolicidad de la fe: La Iglesia está fundada sobre los apóstoles; nuestra fe, nuestro credo, están fundados sobre el testimonio de los apóstoles. Fiesta propicia, pues, para confesar la fe. 

Un día se me acercó una persona y me preguntó: “Pero, ¿tú, crees en Dios?”. Ya me había pasado más veces en otros contextos. La pregunta y las circunstancias requerían una respuesta breve. Yo, sencillamente, le contesté (creo que inspirado por el Espíritu Santo): “Algunos días creo que Dios cree en mí”. 

Estas dos realidades me han llevado a escribir esta “versión” del credo niceno-constantinopolitano, con el ánimo no de “suplir” al credo de la Iglesia, sino de expresar los misterios de la fe del credo desde mi vida.

 

Credo:

 

Algunos días pienso que Dios Padre cree en mí; me siento criatura en sus manos, sin nada que temer del pasado ni del futuro porque él me ha creado; me vivo como hijo, vuelto del vacío del mundo, en la casa del Padre. Creo en la vida repleta de realidades invisibles, que asaltan mi corporalidad, interpelando toda mi materia, y me abren al más allá. Esos días son hermosos de vivir. 

Algunos días pienso que Jesucristo cree en mí; me siento hermano del Hijo Único y hermano de los hombres y mujeres de nuestro mundo; soy consciente de la eternidad que vive en mí como semilla que cultivar; me vivo como emanación de Dios, de su Luz, de su Ser y noto como se va gestando en mi interior la Vida que Cristo me regala y que me hace semejante a él. Algunos días soy capaz de elevarme sobre la tierra y contemplar a Jesús, nacido de María, que se acerca a mí, humano y fraterno. También hay días en los que el peso de la cruz me puede, me paraliza y me sepulta bajo la tierra; en esos días sé que Jesucristo sigue creyendo en mí, aunque llego a pensar que me ha abandonado. Esos días me han dado experiencias de resurrección, cuando he visto renacer vida de las cenizas; días que me han abierto al horizonte de la vida más allá de la carne. Son días que me adentran, de la mano de Dios, en el misterio del mundo. Creo que mi vida cobra sentido desde los valores del Reino: Amor, Justicia, Paz, Verdad..., que predicó Jesucristo y, desde él, aprendo a juzgar con misericordia mi vida y la de todos los que me rodean. Esos días son hermosos de vivir.

 

Algunos días pienso que el Espíritu Santo cree en mí, cuando fluye la vida en todo mi ser, y gozo de todo y con todo; caigo en la cuenta de que, en momentos cruciales de mi vida, me he abandonado a él y me he dejado guiar por su soplo y me sobrecojo; me siento inmerso en el misterio de comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu y descubro la verdadera procedencia de mi ser. Creo que el mundo proclama la gloria de Dios y descubro la voz del Espíritu en tantos profetas de nuestro tiempo. Esos días son hermosos de vivir.

 

Algunos días pienso que la Iglesia cree en mí, cuando me llama y me confía la misión de anunciar el Evangelio a mis hermanos, y deposita, en mi barro, el tesoro de la fe. Me siento, en la Iglesia, unificado, a pesar de las tensiones que me dividen; santo, a pesar de  los valores del mundo que me atraen; católico, a pesar de las preferencias que limitan mi entrega; apostólico, a pesar de las comodidades que dificultan en mi la misión. Creo en la fuerza regeneradora de la gracia, recibida en el Bautismo, que posibilita en mí el germen de la vida eterna  y me regala la confianza de un futuro en la presencia de Dios. Esos días son hermosos de vivir.

 

Algunos días creo que Dios cree en mí. La experiencia de esos días invade todo mi tiempo, incluso “los otros días”, que van siendo regenerados y redimidos.