XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

“La codicia es un saco sin fondo”.

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

            Las lecturas de este domingo XXV del tiempo ordinario nos ponen delante el tema del dinero y las riquezas. ¿Es malo tener cosas, tener dinero?, ¿Los ricos son malos?. ¿No dice la segunda lectura que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad?, ¿Por qué condenar entonces las riquezas y a los ricos?. 

El mensaje del evangelio es difícil de entender y de vivir en una sociedad como la nuestra en la que manda la economía, por encima de las ideas políticas parece que siempre hay motivos económicos. “Respiramos este ambiente” y llevamos en la médula que lo más importante es el dinero. 

¿Por qué el evangelio condena la riqueza y a los ricos: “Ay de vosotros los ricos porque ya tenéis vuestro consuelo”? (dice Lucas en sus malaventuranzas). 

Está claro que se condena la riqueza injusta que se tapa con gestos religiosos, como dice la primera lectura: “¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?. Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo”.  

Pero, ¿y la riqueza heredada o ganada con el propio esfuerzo?, ¿Por qué no se puede servir a Dios y al dinero? 

           Todos tenemos cierta inseguridad que procuramos tapar teniendo cosas. Los bienes de algún modo cubren esa inseguridad. Fijaos en una persona mayor que piensa que no va a tener para vivir, como aumenta esa inseguridad. Pues bien, la riqueza, el dinero, desencadena un mecanismo en la fantasía pensando que en los bienes vamos a encontrar esa seguridad, pensamos que cuanto más tengamos más seguros vamos a vivir; pero resulta que la codicia es una saco sin fondo que nunca se llena. Siguiendo este mecanismo fantasioso de pensar que vamos a encontrar esa seguridad en las riquezas, conduce a la autosuficiencia, a no necesitar de Dios ni de los demás. Por esto es por lo que se condena la riqueza y a los ricos en el evangelio, porque creen que con su riqueza ya no necesitan a Dios. 

            Frente a los ricos, Dios ensalza a los pobres. Repetimos en el salmo responsorial: “Alabad al Señor, que ensalza al pobre”, porque el pobre vive necesitado de los demás y de Dios. Puede encontrar la seguridad que busca en Dios y no en las riquezas. 

            Frente a servir al dinero, Jesús pone el servir a Dios; es decir, en vivir, no desde los valores de un mundo capitalista que crea paro, pobreza y marginación, sino desde los valores de Dios, del evangelio: desde la solidaridad, la fraternidad, la justicia,... 

Mención especial hay que hacer de la parábola del administrador infiel (que en el evangelio de este domingo se puede leer o no, según cada comunidad). El administrador infiel del evangelio es denunciado por derrochador; es decir gastaba de más y sin necesidad. Era mal administrador, pero sin hacer desfalcos, robos, apropiaciones indebidas... Viendo su despido, decide rebajar la deuda de los deudores de su amo, para luego ser recibido por ellos, y su amo felicita su astucia. La astucia no es robar a su amo, sino que el administrador cobraba con un tanto por ciento, que le correspondía como salario; por tanto lo que rebaja de la deuda es lo que le corresponde a él mismo. Esta parábola no alaba ninguna inmoralidad, ni ningún mal proceder con buena intención. No está permitido hacer un mal para conseguir un bien.

 

¿Dónde buscamos la felicidad en Dios o en el dinero? ¿Dónde la encontramos en Dios o en el dinero?. Quizá tenemos experiencia de buscar la felicidad en muchas cosas, pero, probablemente, sólo tengamos la seguridad de encontrarla en Dios. 

¡Que el Señor nos haga pobres necesitados de Dios y de los demás y nos haga vivir desde sus valores!.