III Domingo de Adviento, Ciclo A

“La alegría nace de la salvación que Dios nos trae”.

Autor: Padre Pedro Crespo 

 

 

Las lecturas de este tercer domingo de adviento son una invitación a gozar con la salvación que Dios nos trae. Decimos en este tiempo: “Ven, Señor Jesús, y sálvanos”. La salvación es algo que ya se está produciendo en nosotros, pero llegará a su plenitud en el cielo.

Dice la segunda lectura: Tened paciencia, como el agricultor, hasta la venida del Señor. ¡Qué impacientes somos cuando esperamos! Nos gustaría acelerarlo todo, que todo llegase enseguida; pero hay que tener paciencia como el agricultor que sabe esperar y respetar el ciclo de la naturaleza. Como decía Santa Teresa: “la paciencia todo lo alcanza”.

 

Parece que también perdía la paciencia San Juan Bautista, cuando se veía en la cárcel y no iban a liberarlo; por eso envía mensajeros a Jesús para que le pregunten: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.

 

Jesucristo responde de un modo que seguramente no se esperaban. Quizá les hubiese gustado escuchar que el Reino de Dios se iba a implantar de un momento a otro; sin embargo, Jesús responde con las obras de su misericordia, obras que anuncian la salvación que nos trae, pues la salvación es la liberación de todos los males: “Los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Una idea parecida a la que se encontraba en la primera lectura: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. Y luego dice Jesús: “Dichoso el que no se sienta escandalizado por mí”, el que no se sienta defraudado por mí. Quizá en esta frase podemos ver los que decía anteriormente: Dichoso quien no espere de Jesucristo un reino desde los criterios de este mundo, porque así no se sentirá defraudado por él.

 

La salvación que nos trae Jesucristo, que es la liberación de todos los males, es la que produce la verdadera alegría en nosotros. Dice en la primera lectura el profeta Isaías, cuando el pueblo estaba en el exilio: “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa; se alegrará con gozo y alegría... Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza alegría perpetua; siguiéndolos gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán”.

 

Este domingo tercero de Adviento se denomina el domingo de “Gaudete” (alegraos). La alegría nace de la salvación que Dios nos trae.

 

Os pongo a continuación el decálogo de la alegría del libro “Palabras para el silencio” de José María Alimbau Arguila (Ed. STJ, 1.991)

(Si en vez de leerlo en la homilía, quieres hacer un comentario, hay dos aspectos [“estos diez mandamientos se cierran en dos”] que me llaman la atención: La alegría tiene que ver con la moral vivida (nº 6 y otros que se refieren al comportamiento) y la alegría tiene una dimensión religiosa (nº 7). Ser buenos y ser creyentes son dos caminos hacia la alegría, hacia la salvación).

 

1.    No busquemos contentarnos y servirnos a nosotros mismos, sino intentemos  y busquemos servir y contentar a quienes andan por nuestro perímetro geográfico.

 

2.    Las matemáticas fallan en lo que atañe al espíritu, y más concretamente cuando hacen referencia a la alegría. No queramos “sumar” sólo alegría para nuestro disfrute personal. Si pretendemos “sumar” alegría lo que lograremos es que “restaremos”, “perderemos” alegría. En cambio si “dividimos”, “restamos”, “repartimos” alegría, entonces “sumaremos”, “multiplicaremos” alegría. A la inversa de las matemáticas.

 

3.    El odio, el rencor y la envidia no deben anidar en nuestro corazón. La alegría es incompatible con los enfermos de la ira, de la revancha y del egoísmo.

 

4.    Seamos justos y procuremos estar en paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

 

5.    Debemos ahuyentar de nosotros toda tentación de desesperanza, de descontento, de desconfianza y de tristeza.

 

6.    La alegría es un asunto moral, pertenece a la dimensión espiritual. No es el bienestar el que proporciona la alegría, sino el alma la que la produce.

 

7.    La alegría acompaña a la oración. Intentemos abrir nuestro corazón a Dios y Él nos concederá el don de la alegría. La alegría es fruto del Espíritu Santo.

 

8.    Se dice que si uno no tiene corazón alegre... no hay bien que valga. Y si uno posee la alegría serena no existe mal en este mundo que le pueda dañar.

 

9.    Teresa de Lisieux, la joven enferma de tuberculosis, afirmaba: “La alegría reside en lo más profundo del alma; podemos poseerla lo mismo en una oscura prisión que en un espléndido palacio”.

 

10. Ignacio de Loyola aseguraba: ”Un cristiano no tiene ningún motivo para estar triste y tiene muchos para estar alegre”. También solía decir: “Me gusta ver reír a la gente”.

 

Que el Señor nos haga esperanzarnos ante la salvación que nos trae, que aumente en nosotros la paciencia y que nos dé la verdadera alegría.