II Domingo de Cuaresma, Ciclo A
La pasión es el camino de la resurrección”

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Estamos en el domingo II de cuaresma, camino de la Pascua, acercándonos a celebrar la muerte y resurrección de Jesús. Para hacerlo más conscientemente se nos invita a vivir nuestro bautismo, que es incorporación a la muerte y resurrección de Jesús, bautismo que renovaremos la noche del Sábado Santo. Dos aspectos: muerte y resurrección, cruz y gloria, dolor y dicha, que van inseparablemente unidos. A veces queremos quedarnos sólo con la dicha y la gloria. 

 Se nos invita también a la conversión para que el Evangelio y sus valores y criterios vayan aflorando en nuestros pensamientos y acciones. 

El domingo pasado se nos invitaba, con las tentaciones de Jesús en el desierto, a cambiar de modo de pensar: tener bienes, tener poder, tener fama no es la fuente de la felicidad. Hay que dejar esos criterios del mundo y ver que sólo el amor a Dios y a los demás nos puede dar la verdadera felicidad. 

Este domingo se nos sigue invitando a cambiar en otro modo de pensar: aceptar la cruz como camino imprescindible para la resurrección. Nadie quiere cruces en su vida y todos tenemos más de las que quisiéramos tener. Nos asusta, nos espanta, incluso nos escandaliza, la cruz. Se nos dice, como rezaremos en el prefacio – hecho a partir del evangelio de hoy – que la pasión es el camino de la resurrección. No hay otro camino. Que sólo llegaremos a la luz por la cruz; que no hay vida sin muerte y no hay muerte sin vida; que el grano de trigo para producir fruto tiene que morir. 

En el texto del Evangelio vemos como Jesús, en el monte Tabor, se transfigura delante de Pedro, Santiago y Juan; manifiesta cómo es su divinidad para que, viendo la gloria de Dios, puedan afrontar con mayor entereza y esperanza la muerte en cruz en Jerusalén. Esta es la pedagogía divina: adelantar un poco de gloria para poder afrontar la cruz con mayor entereza. 

Es difícil vivir la cruz, los momentos de cruz de nuestra vida; por eso Jesús tuvo buena pedagogía con sus apóstoles para que no se espantaran en Jerusalén. (Ejemplo: unos novios que viven y se comprometen por amor; las exigencias y las cruces vendrán después y serán llevaderas por el amor que se tienen). A pesar de la pedagogía de Jesús, los apóstoles no acababan de entender. 

Pedro se quedó encantado con la manifestación de la divinidad de Jesús y comentó entusiasmado: “¡Qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas”. La tentación es no querer afrontar la ‘cruz de la moneda’ y querer vivir siempre la ‘cara de la moneda’, el aspecto más llevadero. La tentación es quedarse en la cumbre y no descender al camino que lleva a la cruz. Todo tiene su cara y su cruz. 

El Tabor es como esos momentos de dicha y felicidad que todos experimentamos en nuestra vida y que nos animan a seguir luchando en los momentos difíciles.

 

Experiencias de este tipo, de encuentro con Dios, tuvo que tener Abrahán para salir de su tierra y obedecer al Señor, como nos cuenta la primera lectura. La ‘cruz’ así se nos puede presentar cuando los demás nos pidan disponibilidad para sus planes, lo que supone dejar lo nuestro, nuestra voluntad y centrarnos en las necesidades del otro.

 

Experiencias así tuvo San Pablo para entregar su vida por Cristo. También nosotros hemos de encontrarnos con el Señor para poder “tomar parte en los duros trabajos del Evangelio según las fuerzas que Dios nos dé”. Para trabajar por el Evangelio hay que trabajar, no sólo con las propias fuerzas, sino con las que Dios da: “Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo”. Esta ‘cruz’ de los duros trabajos del Evangelio llevó a Pablo a ser misionero, a estar en la cárcel, a dar la vida... Hoy esta cruz para muchos cristianos no es llevadera, pues claudican de sus criterios y valores (si es que llegaron a tenerlos) ante la presión social. Los jóvenes difícilmente dicen que van a la Iglesia, pues se ríen de ellos sus propios amigos. Suponemos que no son cristianos valientes por eso, pero quizá es que no estén capacitados para esa cruz porque no han gozado del encuentro con el Señor, de la felicidad que da vivir según la fe y sus valores.

 

¡Qué el Señor Jesús también se nos muestre a nosotros en su gloria, para que su contemplación nos ayude a vivir nuestras cruces con esperanza: estar disponibles para el otro y ser cristianos valientes!