IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
“Jesús es la luz del mundo”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Estamos en el domingo IV de Cuaresma. Los tres últimos domingos de cuaresma tienen un contenido bautismal: El domingo anterior, Jesucristo aparecía en el texto evangélico de la samaritana como el agua viva; en este domingo se presenta como la Luz; el último domingo de cuaresma aparecerá como la Vida.

 

Se nos recuerda nuestro bautismo y se nos invita a vivirlo: El agua, que quita el pecado original; la Luz, que es la presencia de Cristo, y que se llevan los padres: “a vosotros padres y padrinos se os confía acrecentar esta luz” - les dice el sacerdote cuando les da una vela encendida del cirio pascual -; la Vida Nueva que comunica el sacramento: la vida divina, el ser hijos de Dios. Vivir el sacramento del bautismo es vivir el encuentro transformante con la persona de Jesucristo y dar testimonio de él en las circunstancias de nuestra vida.

 

Las lecturas de este domingo, la segunda y el evangelio, hablan de la luz y las tinieblas, la ceguera y la visión. La lectura primera, en este sentido, nos viene a decir, que sólo Dios mira y ve al hombre en su ser, pues el ser humano sólo ve las apariencias (“La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”). La ceguera no se refiere, solamente, a la ceguera física, sino a esa situación en la que uno puede estar invadido por el pecado, por las tinieblas, y vivir como si estuviese ciego. Jesucristo en el evangelio llama a los fariseos “guías ciegos”, porque ellos, que se creen los más sabios y religiosos, viven olvidándose de lo más importante: la justicia y la misericordia. Frente a esa ceguera se presenta Jesucristo como la luz del mundo.

 

Tomando la idea de la primera lectura, podríamos decir que el objetivo del cristiano es ver como Dios ve, mirando el corazón, la interioridad del otro. Hemos de tener cuidado porque cada uno de nosotros nos vemos sin objetividad, justificándonos en todo. Dios mira el corazón, la interioridad, -como nosotros-, pero nos mira según sus criterios.

 

También nosotros nos vemos necesitados de luz, de la luz de Cristo, porque son muchas las situaciones en las que nos domina nuestra ceguera, nuestra obcecación, la cabezonería, la terquedad... A nivel religioso sólo hay que mirarnos para comprobar cómo hemos transmitido leyes, pero no amor; cómo hemos transmitido nuestras tradiciones, pero sin el espíritu que las anima... hasta el punto de que la mayoría de los denominados cristianos han dejado a un lado la relación personal con Jesús, en la que se modela y perfila la personalidad humana y cristiana; han dejado a un lado los sacramentos, en los que uno se encuentra con la comunidad, con la Iglesia y crece, desde la gracia, en la relación con Dios; han dejado a un lado el compromiso, en el que uno expresa y concreta lo que cree y lo que celebra... nos encontramos con cristianos que han abandonado la Iglesia, sus criterios, su mensaje... no se sienten pertenecientes a la misma y, sin embargo se sienten pertenecientes a la hermandad o cofradía. ¡Qué labor tan ingente tenéis las directivas! ¿Qué diríamos de un enfermo que abandona su medicación y el hospital? Que camina hacia su muerte.

 

La situación es tal que, a muchos cristianos, los tendríamos que “echar en remojo”, como a los garbanzos para hacer un buen cocido; es decir, ponerlos en situaciones para que se ablanden y puedan ser empapados por Dios, ponerlos en conexión con Dios... para que lleguen a llenarse de los criterios, los sentimientos y los comportamientos de Cristo. Ser cristiano no es ser lo que a uno buenamente se le ocurre (ser buenos, tener buenos sentimientos... es insuficiente), hay que dejarse modelar por Dios y por la Iglesia.

 

El texto del evangelio nos cuenta el encuentro personal de un ciego de nacimiento con la persona de Jesucristo. De la ceguera a la confesión de fe del final: “Creo, Señor”, se da un proceso en el que podemos destacar los siguientes pasos:

 

1º.- Su situación no se debe a ningún pecado. Estamos acostumbrados a pensar que Dios “nos manda los males”. Más bien, dice el texto, su ceguera es ocasión para manifestar la misericordia divina.

 

2º.- Jesús, haciendo barro, le cura la ceguera. El ciego, en principio, es sujeto paciente (más bien gozoso) de la curación – salvación por parte de Dios.

 

3º.- Reacciones de la gente:

-          Admiración de los vecinos.

-          Incredulidad de los fariseos, pues si Cristo viniera de Dios guardaría el sábado.

-          Miedo de los padres por si eran expulsados del templo.

 

4º.- Confesión de fe del ciego y testimonio: Ante la pregunta de los fariseos: “¿Qué dices del que te ha abierto los ojos?”, él responde que es un profeta. Ante la pregunta de Jesús: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?”, él responde: “Creo, Señor”.

 

Podríamos aplicarnos este texto y este proceso a nosotros mismos:

 

a.- Nuestra situación humana y pecadora no es ningún castigo de Dios. Es la ‘condición humana’, que se ha ido haciendo “nuestro ser” en colaboración con nuestra libertad. Ser cristiano pasa, necesariamente, por el reconocimiento de la propia situación. ¡Qué difícil concebirnos pecadores! ¡Qué necesario percibirnos ciegos! ¡Qué imprescindible vernos necesitados de Dios y su salvación!

 

b.- Nosotros nos encontramos con Jesucristo en el sacramento del bautismo. Pasamos de las tinieblas a la luz. Se nos quitó el pecado original y se nos hizo hijos de Dios. De hecho ya estamos salvados; pero es tal el nivel de “degradación” al que hemos sometido este sacramento que es como si (es sólo un ejemplo) fuésemos destinatarios de una gran herencia y no tuviésemos noticia y conciencia de ello. Hemos de recuperar, desde nuestra existencia diaria, nuestra condición de hijos de Dios.

 

c.- Estamos llamados a vivir como hijos de Dios en medio de los demás (vecinos, fariseos, familia...) independientemente de su reacciones... Hoy en día las reacciones frente a la Iglesia y la religión no son muy halagüeñas; en la gran asignatura que es la vida, la hemos relegado a una “maría”.

 

d.- Estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe en esas circunstancias. ¿Qué has hecho como cristiano(a) en tu vida? Quita las procesiones y las asistencias a alguna ceremonia religiosa... ¿te ha servido de algo la religión para la vida? Si no encuentras respuestas, habrá que volver al hospital, habrá que ponerse en remojo, habrá que empaparse de Dios.

 

Por eso, ese encuentro inicial con Jesús que tuvimos en el Bautismo tenemos que alimentarlo para que se pueda seguir desarrollando:  ¿Qué hemos hecho por continuar creciendo en nuestra relación con Jesús?. Hemos invertido todo (tiempo, dinero, sacrificios, trabajos...) y en todo, menos en nuestra religión.

 

Como dice San Pablo en la segunda lectura: “En otro tiempo erais tinieblas. Ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz), buscando lo que agrada al Señor...”

 

¡Qué la luz de Cristo ilumine nuestras tinieblas y nos ayude a ser luz para los demás!