VI Domingo de Pascua, Ciclo A:
San Juan 14, 15-21: “El que ama a Dios, guarda sus mandamientos”..

Autor: Padre Pedro Crespo   

 

 

Estamos en el domingo VI del tiempo pascual; celebrando la resurrección de Jesús. El Evangelio nos sitúa en un contexto de despedida de Jesús, en el que podemos ver:

 

-          Su ascención: “No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá...”, fiesta de la ascensión de Jesús que celebraremos el domingo próximo.

 

-          Pentecostés: “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad”; fiesta que celebraremos a otro domingo de la ascensión.

 

-          Un consejo para permanecer en su amor: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos... El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama”.

 

Me voy a centrar en esta última idea. Si de verdad amamos a Dios, guardaremos sus mandamientos. La guarda de los mandamientos es la prueba de que amamos a Dios.

 

Amarás a Dios sobre todas las cosas.

El primer mandamiento es el que nos centra en esta idea del Evangelio. Es el más difícil de cumplir. Hay que poner a Dios como lo más importante, por encima del resto de las cosas y personas. Hay que amarle más que al dinero, al bienestar, a la salud, a la familia... Quien ama a Dios sobre todas las cosas está dispuesto a amar al prójimo por encima de todas las cosas.

 

No tomarás el nombre de Dios en vano.

En la tradición judía se evitaba el nombrar a Dios para no hacerlo en vano. Quiere decir este mandamiento que no hay que blasfemar, que no hay que jurar poniendo a Dios como testigo. Quien no toma el nombre de Dios en vano, no toma a la persona en vano, la ama.

 

Santificarás las fiestas.

Quien ama a Dios lo manifiesta en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía dominical. ¡Cuantos cristianos dicen creer en Dios y amarle y no frecuentan la eucaristía! ¿Cómo se puede amar a una persona sin verlo nunca, nada más que teniéndolo en el recuerdo? Santificar las fiestas es dedicarle a Dios el tiempo que tenemos.

 

Honrarás a tu padre y a tu madre.

Quien ama a Dios, que es nuestro Padre, está dispuesto a amar a sus padres. Respetar a los padres, obedecerles, honrarles es un modo de manifestar el amor a Dios; pues si no amamos a quien vemos, ¿cómo vamos a amar a quien no vemos?.

 

No Matarás.

Quien ama a Dios está dispuesto a respetar la vida en todas las etapas de la misma, desde la concepción hasta la muerte. La vida es sagrada, es Dios quien la da y la quita; en la vida de los hombres está Dios presente. No se puede amar a Dios sin respetar la vida del prójimo. Hay muchos modos de matar la vida de los demás, no sólo físicamente, sino moralmente, quitándoles honra y crédito ante los demás.

 

No cometerás actos impuros.

Quien ama sólo entiende la sexualidad desde el amor. Sin amor la sexualidad es impura, más propia de animales que de personas. El amor en la sexualidad está abierto a la vida.

 

No robarás.

Quien ama a Dios respeta al prójimo y sus cosas. No está justificado nunca el robar, por muy insignificante que sea el robo. Un modo de respetar el prójimo es respetar su propiedad.

 

No dirás falso testimonio, ni mentirás.

Quien ama a Dios vive en la verdad, por eso no miente, por eso no dice cosas que son falsas sobre su prójimo. Hay muchas formas de faltar a la caridad con el prójimo, pero ninguna seguramente más perjudicial que esta: decir un falso testimonio.

 

No consentirás pensamientos, ni deseos impuros.

Quien ama a Dios y al prójimo tiene que aprender, incluso, a controlar el pensamiento. Es fácil, es normal, tener malos pensamientos; pero no hay que consentir con ellos. La tentación se puede tener, pero no hay que caer en ella.

 

No codiciarás los bienes ajenos.

Quien ama no sólo no roba, sino que se tiene que acostumbrar a no ser codicioso, a no desear lo que no es suyo.

 

Estos  son los mandamientos de la Ley de Dios, que Jesucristo no anuló, sino que perfeccionó con el mandamiento nuevo del amor: “... Que os améis como yo os he amado”.

 

Que amemos a Dios y al prójimo profundamente