Solemnidad de la Santísima Trinidad
San Juan 3, 16-18: “La gracia de Jesús, el amor de Dios y la comunión del Espíritu”.

Autor: Padre Pedro Crespo   

 

 

Celebramos, en este domingo séptimo - esta semana - del tiempo ordinario, el domingo de la Santísima Trinidad. Un misterio central del cristianismo. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es Uno y, al mismo tiempo, Tres. Un misterio que quizá es difícil de entender y de explicar, pues no podemos concebir cómo se puede ser al mismo tiempo uno y tres. Hay una sola naturaleza divina y tres personas con esa naturaleza divina. Hay una naturaleza humana y muchos millones de personas, por hacer una comparación. Un solo Dios verdadero y tres personas.

 

Es un misterio de amor, un misterio de relación personal en la comunión. El Padre es el origen de todo; el Hijo es la expresión del Padre, la Sabiduría o la Palabra (El Padre se expresa a través de Hijo); el Espíritu Santo es como el ambiente, el clima, el aire, el perfume, en el que se expresa Dios Padre por medio del Hijo.

 

Vemos en la segunda lectura una formula de San Pablo que solemos utilizar de saludo en la Eucaristía: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros”. A cada una de las personas de la Trinidad le atribuye una cualidad: a Jesús, la gracia; a Dios Padre, el amor; al Espíritu Santo, la comunión.

 

La gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Por medio de los sacramentos Jesucristo nos comunica la gracia. La gracia es la vida divina, la filiación, que está en nosotros por medio del sacramento del bautismo. Esa vida divina está en nosotros como semilla y tiene que ir creciendo con nuestra colaboración.

 

El amor de Dios Padre. Amor que aparece manifestado en la primera lectura, cuando dice que Dios es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Amor que aparece también en el evangelio cuando dice: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo”.

 

La comunión del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el creador de comunión entre las personas. Nos puede bastar con recordar las lecturas del domingo pasado, Pentecostés: El Espíritu Santo se manifiesta en cada uno para el bien común; se manifiesta como don que hace posible el entendimiento entre las personas (glosolalia).

 

El tiempo del Padre, tiempo de la creación, tiempo de la Alianza con el pueblo de Israel, es un tiempo que ya ha pasado. En su tiempo actuaba principalmente el Padre, aunque el Espíritu y la Sabiduría estuvieron presentes en aquel tiempo.

 

Ø  El Espíritu se cernía sobre las aguas.

 

Ø  La Sabiduría jugaba con la bola de la tierra.

 

El tiempo del Hijo, tiempo de la encarnación, de la redención y de la resurrección, también ha pasado. Cristo se encarnó en María; murió por nosotros para conseguirnos la salvación y resucitó. El Padre y el Espíritu también están presentes en el tiempo del Hijo.

 

Ø  Es el Padre quien le envía, es quien le resucita de entre los muertos para darle la razón y quitársela a quienes le crucificaron.

 

Ø  El Espíritu está presente desde la concepción (fecundó a María cubriéndola con su sombra), está en el bautismo, lo lleva al desierto, le acompaña en su vida pública, está en su muerte y en su resurrección; después de resucitar, Jesús nos envía su Espíritu.

 

Desde entonces estamos en el tiempo del Espíritu Santo, que es el tiempo de la santificación de los hombres y del mundo, el tiempo de la Iglesia, el tiempo de irnos incorporando progresivamente a la nueva vida en Cristo, tiempo de ir entrando en comunión con Dios. Tiempo en que el Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del amor de Dios, el espíritu de la verdad, que nos conducirá a la verdad plena. También en este tiempo están presentes el Padre y el Hijo.

 

Ø  El Padre, que es el origen de todo, es ahora el punto culminante de toda la obra de la salvación, el punto de referencia.

 

Ø  El Hijo sigue estando presente en los sacramentos, sigue vivo y actuante. Pero todo es en el Espíritu.

 

Por eso podemos decir que en el cristianismo todo lo hacemos, igual que decimos en el culto, por Cristo, al Padre, en el Espíritu. Es decir, nuestra relación religiosa (es una redundancia) es con el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. La meta es el Padre, Cristo el camino, y el Espíritu Santo el estilo, la motivación...

 

La fiesta de la Santísima Trinidad es una invitación a descubrir también nuestro ser personal. Si estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, también nosotros somos un misterio de relación, de comunión, un misterio de amor. Nuestra vida debe ser un reflejo de la vida divina que hay creciendo en nuestro interior.

 

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu esté con vosotros.