X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 9,9-13: “Quiero misericordia y no sacrificios”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

En este domingo X del tiempo ordinario, en el que estamos, coincide la primera lectura de Oseas y el Evangelio de Mateo en resaltar la idea “quiero misericordia y no sacrificios”. Una idea muy importante para entender como se vivía la religión en el Antiguo Testamento y la novedad del mensaje de Jesús. 

El culto es el modo que el ser humano tiene de relacionarse con Dios. El culto tiene que incidir en la vida. La vida se lleva al culto y el culto transforma la vida. La frase “quiero misericordia y no sacrificios” podría querer decir: quiero vida y no culto (¡entiéndase bien!) y más si el culto que me tributáis está vacío y es externo a vuestra personalidad.

La misericordia es en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la definición más clara de Dios, por eso se equipara en la primera lectura la misericordia con el conocimiento de Dios: “quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos”. Que Dios es misericordioso quiere decir que Dios es compasivo, cercano a los problemas del ser humano, que hace lo posible por remediarlos; además quiere decir que se acerca al ser humano con perdón, para sanarlo. Ser misericordioso con el prójimo quiere decir lo mismo: ponerse en su lugar, comprender, ayudar en sus problemas, perdonar. Este es el mejor modo de expresar el amor de Dios, la mejor manera de vivir la religión. 

Los sacrificios son el modo de relacionarse con Dios del pueblo judío en el culto del Antiguo Testamento. Hoy en día nos relacionamos con Dios desde la oración, los sacramentos, las procesiones, los ofrecimientos y las promesas que le hacemos... En el Antiguo Testamento el pueblo judío ofrece sacrificios a Dios, que pueden ser cruentos (de sangre), cuando le ofrecen animales (toros...) e incruentos (de ofrendas), cuando le ofrecen cualquier otra cosa. Los sacrificios se ofrecían de un modo ritualista, legalista y externo; es decir, se cumplía muy bien lo que decía la ley al respecto del culto pero la vida (las opciones, las actitudes, los comportamientos...) podían estar muy separados de lo que se estaba ofreciendo, llegando incluso a situaciones en que el culto se convertía en una “tapadera” de situaciones de falta de justicia y misericordia con el prójimo (parábola del buen samaritano, denuncia de Mt 23,...). 

Esta dimensión externa y legalista era trasladada a otras situaciones de la vida religiosa del pueblo judío, llegando incluso a establecer categorías de pecadores desde estos criterios. Los publicanos, recaudadores de impuestos para los romanos, eran considerados pecadores públicos por realizar esa tarea, independientemente de que se aprovecharan y cobraran más impuestos de los establecidos. 

Con este contexto repasemos la situación que nos describe el Evangelio: Jesús llama a que le siga a un publicano: Mateo y se sienta a la mesa a comer con ellos. Los fariseos, cumplidores estrictos del culto y sus leyes, lo critican porque se sienta a la mesa con publicanos y pecadores. Jesús les dice que tienen necesidad de médico los enfermos, no los sanos. Aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios. 

Con lo que se da una correspondencia interesante: Jesús y el médico, los pecadores y los enfermos... Jesús es el médico que ha venido a curar a los pecadores que son los enfermos. Y nos quedan los sanos, que no tienen necesidad del médico, que son... los fariseos. Con lo que este evangelio se convierte en una gran denuncia de los sacrificios externos, del culto legalista, que no llevan a la vida, que no la transforman, y una denuncia para quienes lo viven así: los fariseos. Cuando una persona tiene conciencia de que ha “cumplido” con su religión porque ha hecho una serie de prácticas determinadas (sin llevarlas a la vida) no tiene necesidad de la misericordia de Dios porque piensa que todo lo ha hecho bien. El falso culto se convierte en un muro que impide llegar a Dios y que Dios llegue al hombre. 

No sé a vosotros, pero a mí este texto me resulta interpelante. ¿Pensáis que nuestro culto, nuestras misas, nuestras bodas, nuestras procesiones, nuestras promesas... le resultan agradables a Dios? 

Hay que tener en cuenta que si algo le resulta agradable a Dios es, principalmente, el sacrificio de su propio Hijo y, en ese sacrificio, nuestra propia entrega puede ser aceptada. 

Dice, en nombre de Dios, el salmo responsorial de este día: “Si tuviera hambre no te lo diría, pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?” (Es decir, ¿se va a conformar Dios con eso que le ofrecemos en nuestro culto?).

 

¡Que el culto que damos a Dios redunde en misericordia con el prójimo!