XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San
Mateo 10:26-33: “No tengo miedo; sé de quien me he fiado”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Las lecturas de este domingo XII del tiempo ordinario nos ponen delante un tema, algo difícil de entender: si vivimos el Evangelio y sus valores, si vivimos como Jesús, en nuestra vida se tiene que presentar tarde o temprano el conflicto con los demás, la persecución.

 

En la primera lectura vemos como Jeremías es perseguido, probablemente por el mensaje que anuncia y lo que denuncia. “Delatadlo, vamos a delatarlo, mis amigos acechaban mis traspiés... nos vengaremos de él”. En medio de esas circunstancias, Jeremías está seguro de la relación con Dios: “El Señor está conmigo”.

 

En el texto del Evangelio continúa el discurso de la misión, que se comenzaba el domingo anterior (“Proclamad que el reino de los cielos está cerca, curad enfermos, resucitad muertos y dad gratis lo que habéis recibido gratis”): dice tres veces: “No tengáis miedo”.  No tengáis miedo, porque nada hay que ocultar; proclamar el Evangelio que os digo. No tengáis miedo porque la persecución sólo  puede destruir el cuerpo, pero no la vida de Dios en nuestro interior. No tengáis miedo, sino tened confianza en Dios, que “tiene contados los cabellos de vuestra cabeza”.

 

No se refiere el evangelio a los miedos que tenemos las personas por el hecho de ser humanos: miedo a la muerte, miedo al sufrimiento, miedo a la soledad, miedo a la incomprensión... sino que se refiere a los miedos que nos pueden surgir a la hora de proclamar el Evangelio y de seguir a Jesucristo; por eso al final dice: “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y, si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.”

 

En el salmo responsorial se dice: “Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro. Soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre, porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí".

 

Así, pues, cabe preguntarnos hoy: El hecho de ser cristianos, ¿nos plantea a nosotros algún conflicto en nuestra vida, nos acarrea alguna persecución?. No creo honesto considerar que los cristianos estamos perseguidos por las decisiones tomadas o por tomar del gobierno actual en temas como la vida no nacida, la enseñanza o la familia. La cuestión es que vivimos en una sociedad que los cristianos no gobernamos y en la que hay mucha gente que vive desde otros criterios a los nuestros. Sociedad en la que hay que tener muy claro qué valores defendemos desde la Iglesia y a los que no hay que renunciar. Pero si miramos seriamente nuestra sociedad son muchos más los puntos de fricción con el evangelio, ante los que también debemos tomar posiciones: el hambre, la globalización, la justicia... Hemos de defender la vida no nacida, hemos de defender la enseñanza religiosa, hemos de defender el matrimonio como realidad entre hombre y mujer; pero no hemos de poner obstáculos para la comprensión, la misericordia, la acogida... El cristianismo hemos de defenderlo con el testimonio personal y diario.

 

Y, la verdad, es que yo creo que no nos produce ningún conflicto. Quizá la razón esté en que la sociedad en la que vivimos es más tolerante (¡?) que antes; respeta la religión (¡?). Pero, quizá, la razón más profunda esté en nuestra vivencia mediocre del cristianismo, en nuestro seguimiento de Jesucristo poco radical:

 

1.    Vivimos un cristianismo “Light”, acomodado a los criterios de la sociedad. Hoy en día se llevan los productos “light” en la alimentación, productos rebajados de su riqueza alimenticia; se lleva el café descafeinado, el dulce sin azúcar... Pues igual nos puede estar pasando en nuestra vivencia del cristianismo. Hemos rebajado sus exigencias para que no resulten estridentes con los valores de la sociedad. Valores como el poder, el tener, el sobresalir, la competitividad, el individualismo, están presentes en las organizaciones eclesiales, en sus opciones, en sus decisiones.

 

2.    Vivimos un cristianismo “privado”, “intimista”, que busca la autocomplacencia en el consuelo y la misericordia divina, pero alejado de su compromiso en la vida pública. En el fondo pensamos que "cada uno en su casa y Dios en la de todos”; pensamos que la religión es para vivirla en la intimidad personal, pero que no tiene implicaciones públicas.

 

3.    Vivimos un cristianismo “cultual”, separado de la vida. No hay más que fijarse en la cantidad de culto que hay en nuestra religión: [más de veinte misas en un domingo aquí en Daimiel, cantidad de procesiones... ] Cuando alguien o alguna asociación quiere hacer algo de carácter religioso, sólo se le ocurre hacer una misa y una procesión. Es que entendemos la religión como “culto”, pero no como vida. La religión sólo tiene sentido si somos capaces de vivirla en nuestros centros de interés, en nuestras opciones, en nuestros pensamientos y en nuestras acciones.

 

4.    Vivimos un cristianismo “social o sociológico”, en el que se hacen las cosas porque son tradición, costumbre, o porque se hacen en otro sitio; pero un cristianismo en el que falta una clara opción personal por seguir a Jesucristo.

 

Que el Señor nos dé valentía para vivir los valores del Evangelio, aunque nos acarree algún tipo de incomprensión.