XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 14, 13-21: “Dios sacia tu hambre de felicidad”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Buscando alguna idea que pudiera resumir y concretar lo que nos quieren decir las lecturas de este domingo XVIII del tiempo ordinario, creo que puede ser la siguiente: Dios sacia tu hambre de felicidad. Efectivamente, el único que puede saciar el deseo de plenitud que todos llevamos dentro es Dios. Todos tenemos la experiencia de ver como en nuestro interior surgen deseos de realización personal; hemos intentado saciarlos en distintas cosas y personas, pero el deseo sigue permaneciendo, porque sólo Dios lo puede colmar. Esto es lo que creo que nos quieren decir las lecturas. 

La primera lectura es una clara expresión de esta idea: “Venid, sedientos todos”, “los que no tenéis dinero”, “comed sin pagar”; “¿por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?”. Dios invita a todos, de un modo especial a los pobres, a saciar su hambre y su sed, como señal de la alianza que va a realizar con su pueblo. Hace reflexionar sobre esos gastos “en lo que no alimenta”. ¡Cuánto tiempo y energías hemos gastado en lo que no puede saciarnos nuestra hambre y sed de felicidad! Cuantos más instintivos son los deseos, más hartura produce su satisfacción y, por consiguiente, más insatisfechos nos deja con respecto a los deseos de plenitud. 

La segunda lectura también contiene esta idea. Nada podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Cuando uno ha experimentado el amor de Dios es prácticamente imposible que se pueda apartar de él. Cuando uno ha experimentado el amor de Dios es difícil que se pueda ir a otras fuentes a saciar su sed. Nada nos puede apartar del amor de Dios: ni la aflicción, ni la angustia (hay personas a las que las malas experiencias de la vida: el sufrimiento, por ejemplo, les separa del amor de Dios); ni la persecución (en la actualidad, entre nosotros, no se da persecución por el hecho de ser cristiano; alguna incomprensión si parece que se da); ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada, ni la muerte, ni la vida (hay personas a las que la muerte de un ser querido les afecta tan negativamente que piensan que Dios se ha olvidado de ellos; o a las que las dificultades que experimentan en la vida les hace dudar del amor de Dios); ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro. En todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado. 

También esta idea: Dios sacia el deseo felicidad del ser humano, aparece en el texto del Evangelio de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús sacia al ser humano en su hambre material y espiritual.  

Jesús, enterado de la muerte de Juan el Bautista, seguramente impresionado, se marcha a un lugar tranquilo para asimilar esa muerte; pero se encuentra con la gente que le sigue. Olvida “sus problemas” y se centra en las necesidades de los demás. Le dio lástima de la gente y cura a los enfermos. Es interesante esta lección de Jesús: una persona que ama  a los demás, nunca está centrada un uno mismo, sino en los demás. Esta actitud de Jesús contrasta con la de los apóstoles, que sólo ponen pegas: “Estamos en despoblado y es muy tarde; despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”; a lo que Jesús les dice: “dadles vosotros de comer”. Los discípulos responden con otra pega: “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces”. Jesús hace una multiplicación de los panes y los peces, que recuerda a la Eucaristía y da de comer a toda la gente. Jesús puede saciar el hambre que todos tenemos. 

También este texto de la multiplicación de los panes y los peces tiene otro mensaje importante: Jesús les dice a sus discípulos: “dadles vosotros de comer”. Se nos invita a todos a que saciemos el hambre y la sed de los necesitados de pan y de felicidad. O dicho de otro modo, si hemos experimentado el amor de Dios, la felicidad que Dios nos da, si hemos comido el pan de la Eucaristía, ese amor, esa felicidad, ese pan, lo tenemos que llevar a los demás. Dios y “las cosas de Dios” no valen para quedarse estancadas entre cuatro paredes – aunque sean las paredes del sagrario – o las paredes del interior de la persona; Dios es para ser comunicado a los demás.  

Que acudamos a Dios, a comer y a beber sin pagar, ¡Qué Dios es gratis! Que saciemos en él nuestro deseo de felicidad y que lo acerquemos a los demás para que ellos también lo puedan encontrar.