XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 14, 22-33: “Dios no se impone a la fuerza”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Estamos celebrando el domingo XIX del tiempo ordinario. Creo que un mensaje que nos trasmiten las lecturas de este domingo es que Dios no se impone a la fuerza en la relación personal con el hombre, sino que quiere ser aceptado libremente por él. Efectivamente, la fe es una relación personal entre Dios y el hombre; Dios tiene la iniciativa y el hombre tiene que responder a esa invitación; pero el hombre es libre, le puede decir que no a Dios. También nos recuerdan las lecturas el papel que puede jugar el miedo (los miedos) en esa relación personal que es la fe: nos pueden abrir a una mayor confianza en Dios. 

En nuestro modo de transmitir la fe nos puede pasar que queramos obligar a la fuerza a nuestros hijos o nietos a que vengan a la Iglesia; así obraba el profeta Elías, quería imponer a la fuerza a Dios al pueblo de Israel. Elías es un profeta que se ha jugado todo por Dios; muy fogoso, crítico y fulminante. Denuncia al pueblo de Israel que se ha olvidado de la alianza con Dios; por eso es perseguido por la reina Jezabel. En estas circunstancias Dios le lleva al monte de Horeb, al Sinaí, como dice la primera lectura. A Elías le gustaría que Dios fuese como él, demoledor con el enemigo, como aquel discípulo del evangelio que le pidió a Jesús que bajara fuego sobre una ciudad porque no se convertían. Sin embargo, Dios se le revela en el monte no como un viento huracanado, no como un terremoto, no como fuego, sino como una suave brisa. Dios no “arrasa” al hombre, le quiere y le perdona y espera que se abra a él libremente. 

 En la segunda lectura vemos como San Pablo está dolido porque el pueblo de Israel está cerrado el reconocimiento del Mesías. Este es el misterio de la fe: el hombre le puede decir que no a Dios. Pablo dice, incluso, que le gustaría ser un proscrito lejos de Cristo por el bien de sus hermanos. Después de ser hijos, tener la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto, las promesas, los patriarcas, no reconocen al Mesías. 

El texto del Evangelio que tenemos este domingo, cuenta cómo Jesucristo se acerca a sus discípulos andando sobre el agua, también lo podemos situar en este contexto de la fe como relación personal. Jesucristo no se impone a la fuerza, sino que espera que el hombre le pida la salvación, como hizo San Pedro. Este pasaje también da pie para ver qué papel pueden jugar los miedos en esa relación personal con Dios. Jesús dice: “¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!”. A Pedro le entró miedo, cuando iba andando sobre el agua, y empezó a hundirse; en ese momento dice: “¡Señor, sálvame!”. 

El ser humano es un ser miedoso. Tenemos miedo de muchas cosas: a la muerte, al sufrimiento y al dolor, a la incomprensión, al ridículo, a la soledad, a perder lo que tenemos... El miedo, en cualquier caso, nos paraliza, nos hace vivir encogidos, al acecho, a la defensiva, nos hace caer. Imaginaos que hay que cruzar un río por un tronco redondo; lo cruzará mejor quien tenga menos miedo, quien tenga miedo casi seguro que se caerá al río.  

Hay personas a las que los miedos les llevan a dudar de Dios, les cierran a Dios, pues le culpan de su situación: “¿Por qué has permitido que me pase esto?”.  

Sin embargo el papel que debería desempeñar el miedo en la relación personal con Dios es el que hace que un niño en mitad de una tormenta se aferre a la mano de su padre; es decir, nos debería acercar más a Dios y confiar más plenamente en él. Como pasó con San Pedro: “¡Señor, sálvame!”, ó como pasó con los discípulos, que les llevó a reconocer a Jesús: “Realmente, eres Hijo de Dios”. 

Así habla Fernando Sebastián en el Curso de Verano de la Universidad Juan Carlos I, en una ponencia llamada SECULARIZACIÓN Y FE (22 de julio de 2.005): “Los jóvenes no ven la importancia de lo que se les dice, no son capaces de valorarlo, les parece aburrido, inútil, molesto. No les interesa, no les atrae, no les dice nada. No entra en su mundo de valores, de intereses, de proyectos. Están en otro mundo cultural, antropológico, moral. Se sienten a gusto en otra concepción de la vida, centrada en sí mismos, dominada por el ideal de una vida fácil, abundante, sin exigencias éticas ni compromisos de ninguna clase, abandonada al ritmo que se supone espontáneo de la felicidad de cada momento, sin grandes proyectos, sin hacerse preguntas incómodas, sin aceptar limitaciones ni ingerencias en el sueño de una vida desinhibida y feliz, de un mundo abundante puesto al alcance de su mano. La vida es tan divertida y tan mediocre como un inmenso supermercado.

 

En esta situación no les resulta fácil entrar de verdad en la vida cristiana, se encuentran cómodos en la indiferencia religiosa, sin compromisos ni problemas de ninguna clase, pacíficamente instalados en una vida que ofrece lo que tiene y que tratan de aprovechar al máximo. Hasta que algún contratiempo, algún desengaño fuerte les hace ver la inconsistencia de todo el sistema. Este puede ser un momento de desesperación o de gracia. Esa es nuestra responsabilidad”. 

Así, pues, el mensaje de este domingo podría ser: Dios está esperando que te abras totalmente a él; si en tu vida experimentas algún miedo, ¿no será una llamada de Dios para que confíes más en él?