XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 21. 33-46: “Demos fruto abundante, para Dios”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

La celebración de este domingo XXVII del tiempo ordinario es una invitación para que en nuestra vida cristiana demos fruto abundante y ese fruto no nos lo apropiemos, sino que lo dejemos para Dios. Dar fruto en la vida cristiana es tener buenas obras en nuestra relación con los demás.

 

La religión, que viene de re-ligar, relacionar, es una relación con Dios a nivel personal y a nivel de pueblo. En esta relación Dios tiene la iniciativa, es él el primero que nos llama y el ser humano tiene que responder a esa llamada. Pues bien, las lecturas de este domingo nos hablan de esta relación de Dios con su pueblo y con los hombres, pero lo hace figuradamente. El propietario de la viña cuida su viña (primera lectura). Dios es el propietario y la viña es su pueblo. El propietario de la viña arrienda la viña a unos labradores (Evangelio). Dios es el propietario y los labradores somos nosotros.

 

En la primera lectura vemos un canto a la viña, en el que se muestra los cuidados del propietario por la viña: la entrecavó, la descantó, plantó buenas cepas... Así son los cuidados de Dios por su pueblo y por cada uno de nosotros. Dios hace lo posible porque cada uno dé buen fruto en su vida. Pero esa viña, en vez de dar uvas, dio agraces (uvas sin madurar), en vez de derecho produjo asesinatos; en vez de justicia, lamentos. Por eso el dueño de la viña le va a retirar todos los cuidados, porque no produce frutos. Esa viña es el pueblo de Israel.

 

El pueblo de Israel celebró la Alianza de Dios con su pueblo; alianza que se hizo por medio de Abrahán y por medio de Moisés; desde esa alianza reconoció al Dios de la Creación. El pueblo de Israel vivió un tiempo de prosperidad y de paz en la monarquía, con David, Saúl y Salomón. Volvió a su tierra después del destierro en Babilonia y pudo reconstruir su ciudad, Jerusalén. Después de todo lo que Dios había hecho por su pueblo, Israel fue infiel a la Alianza, tuvo que ver dividirse su reino, sufrir el destierro a Babilonia, ver la destrucción de Jerusalén. Después de los cuidados de Dios por su pueblo, éste no supo responder a su Dios.

 

¿Y, nosotros? Nosotros también hemos sido cuidados por Dios. Dios nos ha dado la vida, una familia, un hogar, una casa, una educación... nos ha dado la filiación divina, su gracia para que le conozcamos. ¿Qué fruto hemos dado nosotros? ¿Es nuestra vida un fruto maduro? ¿Abundamos en buenas obras?.

 

En el Evangelio se cuenta la parábola de los viñadores homicidas, que va dirigida a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo. Es, por tanto, una crítica a los dirigentes judíos. Un propietario prepara su viña y la arrienda a unos labradores (el pueblo, aquí, ya no es la viña, sino los labradores). Después manda unos enviados para que recojan el fruto, pero los labradores matan a los enviados; manda a su hijo para que recoja los frutos y matan al hijo del dueño, y se apoderan de los frutos.

 

Estos labradores son los dirigentes del pueblo de Israel, a los que Dios dejó el cuidado de su pueblo. Dios envió mensajeros a su Pueblo para reconducirlo en su Alianza con él; pero mataron a los profetas. Dios envió, por último, a su Hijo; pero también le mataron y se adueñaron de los frutos del pueblo del Señor.

 

¿Y, nosotros? ¿Cómo tratamos a los que nos son enviados en nombre de Dios, a los que nos dicen que obramos mal, que no tenemos criterios cristianos, que no somos coherentes...? ¿Nos apropiamos nosotros de “los frutos que son de Dios”?. Este lenguaje simbólico aquí es un poco confuso. ¿Qué es eso de apropiarse de los frutos de Dios? Pues, por ejemplo, pensar que todo el bien que uno hace se debe a uno mismo y no a Dios.

 

Imaginaos un cura que por su dedicación a las cosas de Dios se dedicara a buscar poder sobre las personas, dinero, fama, posición social.

 

Imaginaos las hermandades y cofradías se dedicaran a comercializar la devoción de la gente a sus imágenes y explotara esa devoción para sacar dinero para enriquecer la hermandad, sin revertirlo a la gente necesitada.

 

Imaginaos las catequistas o los animadores de jóvenes que se dedicaran a hacer amigos de sus catequizandos, en vez de a evangelizarlos.

 

Imaginaos que la gente utilizara la religión para lucir sus trajes, su floklore, su cultura...; que hiciéramos de la religión un escaparate de nosotros mismos, en vez de una relación con Dios para transformar la realidad en un mundo mejor.  

Quizá no hace falta tener imaginación, si no sólo fijarse en lo que hacemos con nuestra religión. 

“Por sus frutos los conoceréis”, dijo una vez Jesucristo. Los frutos son la expresión de lo que somos. Nuestras obras nos expresan, nos dicen. La celebración de hoy nos invita a dar fruto abundante y a no apropiarnos de los frutos que son de Dios.