XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San
Mateo 22, 1-14: “Todos estamos invitados al banquete del Reino”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

Como suele ocurrir normalmente en los domingos, la primera lectura y el Evangelio presenta una relación; también en este domingo XXVIII del tiempo ordinario. La relación es el banquete. En el Evangelio se dice que el Reino de Dios se parece a una boda y en la primera lectura se dice que la salvación es como un festín.

 

La salvación es una realidad definitiva que se dará en el cielo, consistirá en gozar eternamente de Dios y vernos libres de todos los males. El profeta Isaías la compara a un gran festín de manjares suculentos y vinos generosos, en el que Dios enjugará las lágrimas y aniquilará la muerte para siempre.

 

El Reino de Dios es una realidad más amplia que la salvación en la otra vida. El Reino de Dios comenzó con Jesucristo; es un mundo mejor que tenemos que construir los cristianos aquí en la tierra, lo tenemos que hacer con los valores de Dios: el amor, la justicia, la solidaridad, la misericordia, el perdón...; este Reino llegará a su plenitud en el cielo. En el Evangelio es comparado con un rey que celebra la boda de su hijo.

 

Pues bien, estas realidades de la salvación y el Reino de Dios son comparadas con una boda, con un festín. Siempre que tenemos que celebrar algo que consideramos importante no puede faltar una buena mesa. Así celebramos los humanos nuestras cosas.

 

La parábola de este domingo es como una síntesis entre gracia y responsabilidad. La gracia es que Dios invita a todos a su Reino y lo hace de un modo gratuito. La responsabilidad es que cada uno debe aceptar personalmente esa invitación y aceptarla con “un traje de fiesta” digno de semejante banquete.

 

La parábola del Evangelio, como en domingos anteriores, va dirigida a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo judío. El rey busca invitados para la boda de su hijo. Los primeros invitados buscan excusas para no ir a la boda y maltratan a los enviados del rey, a algunos incluso los matan. El pueblo de Israel, sus dirigentes religiosos, no quisieron aceptar el plan de Dios y se cerraron a su mensaje, no aceptando a los profetas ni a Jesús. Por esta cerrazón del pueblo judío, el mensaje se abre a los gentiles. Por esto la parábola continúa  con los criados del rey saliendo a todos los caminos a invitar e “buenos y malos”. El Reino de Dios se abre a todos los hombres. La cuestión más importante de la parábola es si los invitados aceptan la invitación a la boda.

 

Se completa la parábola con otra comparación. El rey se fija en uno que no llevaba traje de fiesta. El traje de fiesta expresa lo más importante de la parábola: que cada uno tiene que aceptar personal y vitalmente la invitación al banquete del Reino con su conversión personal.

 

El mensaje, pues, de las lecturas de este domingo, sin utilizar comparaciones podría concretarse así: Dios eligió al pueblo de Israel y le invitó a entrar en comunión con él, a gozar de su salvación; el Pueblo de Israel, representado en sus dirigentes, se cerró a la invitación de Dios, su cerrazón fue ocasión para que el mensaje de la salvación de Dios se abriera a todos los hombres. Cristo se encarnó y murió y resucitó por todos. Pero es necesario que cada uno, personalmente, acepta a Dios y la salvación que él nos trae.

 

¿Qué sería lo más importante para aceptar personalmente la salvación de Dios y su Reino?

 

Cada cual considera importante una cosa: mucha gente, sus sentimientos interiores; con eso se siente profundamente religioso; otros, su participación en los sacramentos; otros, su compromiso por la justicia...

 

Yo considero que tendríamos que vivir personalmente una sintonía con la persona de Jesucristo y sus valores; para ello, seguramente, nos tenemos que convertir; es decir, dejar de pensar y actuar desde los valores de este mundo y empezar a pensar y actuar desde los valores de Dios. Para que tenga lugar esta sintonía con la vida de Dios son necesarios los sacramentos, pues ellos nos trasmiten la gracia de Dios, su misma vida divina; es cuestión de facilitarle el camino a la gracia para que se exprese en nuestros pensamientos, en nuestras opciones, en nuestras palabras, en nuestras acciones...

 

Dios nos invita al banquete de su Reino, Dios nos llama a su salvación. ¡Qué sepamos acoger su invitación en nuestra vida!