Dedicación de la Basílica de Letrán
Juan 2, 13-22: “Sois templos de Dios”.

Autor: Padre Pedro Crespo   

 

 

Lecturas: Ez 47, 1-2.8-9.12 / Sal 45 / 1Cor 3, 9c-11.16-17 / Jn 2, 13-22

 

En este domingo XXXII del tiempo ordinario, al coincidir con el 9 de Noviembre, celebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán (Conoce en este enlace esta Iglesia; pero después de ver la Homilía, claro), que es la catedral de Roma, donde tiene su sede el Obispo de Roma, el Papa. Es una fiesta que se celebra en todas las iglesias católicas de rito romano. Expresa esta fiesta la unidad que tenemos todas estas iglesias con el Papa, ya que la basílica de Letrán es como la Madre de todas la iglesias.

 

Las lecturas de esta fiesta ponen de manifiesto la importancia del templo en la religión judía y en la religión cristiana. La reflexión la voy a centrar en esta idea.

 

La piedad judía gira en torno a varias ideas centrales: la Ley, el Culto, el Templo y la idea de Dios. Jesús manifestó un concepto distinto del Templo, de la Ley, del Culto y de Dios.

 

En el Antiguo Testamento, cuando el pueblo es nómada, Dios se hace presente en el monte, en la nube, en la tienda; pero una vez establecido en la tierra prometida, el lugar por excelencia de la presencia de Dios es el Templo, el templo de Jerusalén. Del templo nace la Ley que expresa la voluntad de Dios, y que el judío aprecia de un modo singular, pues de su cumplimiento viene la salvación. En el templo se realiza el Culto, que es la manera que el ser humano tiene de relacionarse con Dios. Desde este contexto, la visión del profeta Ezequiel, en la primera lectura, es realmente bella: las aguas que manan del templo van inundando la ciudad y van sanando y dando vida por donde pasan. Es la ley, que nace del templo, la que da vida. Fuera de esa Ley no hay vida. En definitiva, es Dios, su presencia en el templo, la que da vida a la ciudad de Sión. El salmo responsorial también manifiesta la misma idea: “El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios”. En medio de un mundo en guerras y lleno de problemas, la ciudad de Sión es un remanso de paz y de vida.

 

Este concepto tan bonito del templo y de la presencia de Dios se pervierte en el pueblo de Israel. La ley se multiplica inútilmente y la piedad judía se hace legalista; el culto se convierte en un rito vacío y externo, que no sirve para relacionarse con Dios; el templo pasa a ser un mercado de todo. En este contexto llega Jesús y propone un nuevo Templo (él mismo), una nueva Ley (el amor), un nuevo Culto (en espíritu y verdad)  y un nuevo concepto de Dios (Padre).

 

Los evangelio sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) presentan el incidente de Jesús en el templo de Jerusalén una semana antes de su pasión, como un factor importante, desencadenante de la misma. San Juan lo presenta más al inicio de su misión por el contenido programático que tiene esta incidencia. Más interesante que el hecho de la expulsión de los mercaderes del templo y ver si Jesús utilizó o no la violencia contra las personas, es la afirmación que hace: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Y comenta Juan: “Hablaba del templo de su cuerpo”. Jesucristo se está manifestando como el nuevo templo de Dios, en él esta la presencia de Dios, él es el lugar de encuentro con Dios. Desde él es posible un nuevo culto y una nueva ley.

 

Pero no se queda ahí el concepto cristiano del templo. Pablo interpreta muy bien la practica de la compasión y la misericordia de Jesús con los más necesitados y afirma: “Sois templos de Dios”. Nos invita a cimentar nuestra vida en Cristo y a mirar como construimos ese templo. Recordad la parábola que dice que un hombre edificó su casa sobre arena; cuando llegó la lluvia y las dificultades, se hundió. Pero el que edificó su casa sobre roca es capaz de afrontar todo tipo de tormentas. Creo que lo revolucionario de esta idea no está en que “yo” sea templo de Dios y tenga que cimentar mi vida sobre Cristo, que está bien. Si no que “tú”; es decir, el prójimo es templo de Dios, es el lugar de encuentro con Dios. De donde podemos deducir claramente el respeto a todo ser humano y a sus derechos fundamentales. Dios está en el templo, Jesús está en el Sagrario, allí lo debemos adorar y podemos relacionarnos con él; es una presencia que hemos de buscar. Pero, también es cierto, con la misma fuerza, que Dios está en el prójimo, el otro es sacramento de Dios, lugar de encuentro con él. Es la misma presencia de Dios, que no podemos rehuir.

 

Hoy el templo, este templo, en el que celebramos la Eucaristía, se convierte en un manantial de agua para sanar y dar vida. Vosotros sois esa agua. Vuestra presencia en el mundo tiene que ser sanante y vivificante. Esa es vuestra misión: hacer consciente al mundo que, desde el templo, Dios inunda nuestro pueblo, a través de los cristianos, para purificarlo, para sanarlo, para darle vida. Con la presencia de Dios, el desierto se convertirá en vergel.