II Domingo despues de Navidad
Jn 1, 1-18: “La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

              En este domingo II después de Navidad seguimos contemplando el misterio del Nacimiento del Hijo de Dios, el misterio de la Encarnación. De esta realidad nos hablan las lecturas de este domingo, aunque, quizás, de un modo críptico. La Sabiduría, de que habla la primera lectura, y la Palabra, de la que habla el Evangelio, es Jesucristo. Por eso lo que os voy a comentar en estas palabras va a ser una relectura comentada del prólogo de San Juan.

 

 “En el principio ya existía la Palabra [Jesucristo], y la Palabra estaba junto a Dios, y la palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios”. Comienza este himno resaltando la existencia de la Palabra desde siempre; Jesucristo es eterno. Además dice que era Dios; por tanto desde el comienzo del Evangelio, San Juan deja de manifiesto nuestra fe trinitaria. La fe monoteísta del pueblo judío se ve sorprendida por la presencia de la Palabra, ya anunciada en la figura de la sabiduría del Antiguo testamento.

 

“Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho”. Solemos decir que la Creación es obra de Dios Padre, la redención de Jesucristo y la santificación del Espíritu Santo. Pero también afirmamos que en cada acción de cada una de las persona de la santísima trinidad las otras personas también están presentes. Jesucristo también participó en la creación.

 

“En la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”. Jesucristo es la vida del ser humano; sin su persona, sin su mensaje, sin sus valores, el ser humano no puede tener vida plena y eterna. Su vida era la luz de los hombres. Pero él vino a la tiniebla – así ve San Juan al mundo – y, dramática respuesta, la tiniebla no la recibió. El pecado del ser humano, que es oscuro como la tiniebla, no quiso ser iluminado por la luz.

 

[“Surgió un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz”]. Se destaca la figura de Juan el Bautista como precursor del Mesías. Se nota que cambia el sentido del himno, por lo que se piensa que este trozo es posterior al resto.

 

“La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron”. Vuelve otra vez el himno a temas ya apuntados. La Palabra es al luz verdadera, por la que se hizo el mundo, pero el mundo no la conoció. Y para resaltar más el rechazo del mundo de la Palabra, de la luz, dice: “Vino a su casa y los suyos no la recibieron”. Todo un preludio de la pasión y muerte de Jesucristo.

 

“Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. El ser hijos de Dios, según este himno no nos viene por el bautismo, sino por el hecho de recibir a Jesús y creer en él. ¡Cuántos bautizados viven sin creer en Jesús, de espaldas a él!. La filiación divina es una filiación espiritual, que no tiene que ver con la sangre ni la carne. Nos dice San Pablo en la segunda lectura, que somos elegidos y destinados, en la persona de Cristo, a ser hijos de Dios.

 

“Y la palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propio del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Llegamos al centro de este texto evangélico. Dios, en Jesús, se hace hombre y pone su tienda entre nosotros, aludiendo a la tienda donde estaba el arca de la Alianza. Dios se viene a vivir con los hombres, a compartir nuestra naturaleza humana. Este el misterio que contemplamos: la gloria del Hijo único del Padre.

 

[“Juan da testimonio de él y grita diciendo: “Este es de quien dije: el que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo”]. Continúa aquí el texto añadido al original. Habla del testimonio que da Juan el Bautista de la existencia anterior a él de Jesucristo.

 

[“Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”]. Es interesante esta afirmación: por medio de Moisés nos vino la Ley, los mandamientos; pero eso sirve de poco de cara a la salvación, cosa que si creían los judíos. Lo que si vale, la gracia y la verdad, nos vienen por Jesucristo.

 

[“A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”]. Termina haciendo esta afirmación de la revelación de Jesucristo: es él quien nos da a conocer a Dios, que es el único que le ha visto.

 

Que la contemplación del misterio de la encarnación, en estos días, nos ayude a comprender mejor a Dios y al ser humano.

 

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