IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 1, 21-28: “Predicar con el ejemplo”..

Autor: Padre Pedro Crespo   

 

Estamos celebrando el domingo IV del tiempo ordinario. Las lecturas de este domingo, sobre todo la primera y el evangelio son una invitación a escuchar la palabra de Dios y a profetizar. Decíamos en el salmo responsorial: “Ójala escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón”. La dureza del corazón son los cayos que nos salen de los desengaños de la vida, que van creando en nosotros un caparazón que nos cierra a los demás y a Dios. Una vez escuchado Dios, estamos dispuestos a hablar en su nombre, a profetizar. 

La primera lectura, del libro de Deuteronomio nos presentaba una predicción de Moisés que hablaba de la llegada de un profeta, como él, que hablaría en nombre de Dios. En el texto del Evangelio vemos como Jesucristo habla en nombre de Dios, es el profeta anunciado, y habla con autoridad, no como los letrados.

 

La autoridad de Jesucristo es una autoridad especial. No es la autoridad de ordeno y mando, sino la de quien predica con el ejemplo. Su autoridad no es como la de los letrados. La autoridad de los letrados se basa en el conocimiento de las Sagradas Escrituras y en una doctrina aprendida, tienen que citar lo que otros decían para que la gente los crea. Es como cuando nosotros decimos, para que nos crean, “lo han dicho en la tele”, o “está escrito en tal sitio”. Jesucristo tiene autoridad porque tiene una doctrina propia. Recordad, por ejemplo, aquel pasaje en donde Jesús dice: “Se dijo a los antiguos... pero yo os digo”. Además tiene autoridad porque su predicación normalmente va acompañada de signos como el que nos cuenta el texto de hoy: domina a los espíritus inmundos.

 

Como decía antes, estas lecturas son una invitación a escuchar a Dios y a profetizar en su nombre.

 

Es muy importante escuchar la Palabra de Dios y escucharla con un corazón limpio de prejuicios. Además de no endurecer el corazón, hay que despojarse de las ideas previas que uno tiene para poder entrar sin ideas preconcebidas en el mensaje de Dios. Hay que estar receptivos a lo que Dios nos puede sugerir. Para eso hay que saber hacer silencio de las cosas de uno mismo. Hay que orar y en la oración hay que callar. La escucha de la Palabra de Dios tiene otra dimensión además de la “auditiva”; es decir el receptáculo de la Palabra no es el oído, ni el corazón, sino la vida de la persona. Escuchamos la Palabra de Dios cuando traducimos en la propia vida los valores del evangelio.

 

Si de verdad vivimos a Dios estaremos en buenas condiciones para hablar en su nombre, para profetizar. Por medio del sacramento del Bautismo participamos en la triple misión de Jesucristo: sacerdotal, profética y real. Somos sacerdotes; es decir, estamos llamados a entregar nuestra vida, como hizo Jesús. Somos reyes; es decir, estamos llamados a servir a los demás, como hizo Jesús. Y somos profetas; es decir, estamos llamados a se Palabra de Dios con nuestra vida, a hablar en su nombre, a denunciar todo lo que es contrario a Dios.

 

Es esta misión una misión muy importante. Hoy entendemos la religión como una vivencia interior y privada; sin embargo hay que dar testimonio de nuestra fe, hablando de Dios y su mensaje con las palabras y las obras, con su mensaje y sus valores. Los cristianos somos muy cobardes, muy falsamente respetuosos; silenciamos muchas veces nuestra palabra ante los demás por miedos a complicarnos la vida. Un cristiano tiene que anunciar y denunciar, como hacían los profetas.

 

Y hay que dar este testimonio con autoridad, como hacía Cristo. Claro, nosotros no tenemos una doctrina propia ni podemos hacer signos milagrosos; por eso la autoridad moral que nosotros podemos tener como seguidores de Cristo es ser coherentes con el mensaje que creemos y celebramos; es decir, procurar que no haya distancia entre lo que creemos, lo que celebramos, lo que decimos y cómo vivimos. Si no somos coherentes con el Evangelio difícilmente podremos ser escuchados por los demás, porque si decimos algo lo primero que nos dirán es que nosotros no lo cumplimos.

 

También es cierto que el propio pecado no debería hacernos callar nuestro testimonio de cristianos, porque la Palabra de Dios tiene su autoridad propia, ya que es un mensaje que plenifica el corazón humano. Predicar a Dios con la conciencia del propio pecado nos hace más humildes y nos compromete a ser más coherentes.

 

Dice un pensamiento: “Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla” (S. Freud) es como una invitación bonita a callar más y a hablar menos. Está bien para guardar los secretos de la profesión. Es cierto que somos esclavos de lo que decimos en nombre de Dios, porque al decirlo nos comprometemos con lo que decimos, comprometemos nuestra propia vida; pero en sentido cristiano – en lo que nos ocupa – no somos dueños de lo que callamos, sino responsables de lo que callamos y mas aún si lo que callamos es algo malo.

 

Tomemos conciencia, pues, que nuestra vida de cristianos es como “palabra de Dios”, prediquemos con el ejemplo.

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