I Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Marcos 2, 1-12: “Déjate perdonar por Dios”.

Autor: Padre Pedro Crespo   

 

            Estamos iniciando el camino cuaresmal, que es como un recorrido por la Historia de la Salvación y por nuestra propia historia personal. La primera lectura nos cuenta cómo Dios hizo un pacto con el pueblo de Israel en el tiempo de Noé; la señal de ese pacto era el arco del Señor, el arco iris. Dios, desde el principio, se empeña en estar al lado del hombre, librándolo de las consecuencias de su propio pecado. En la segunda lectura recordamos que, con la muerte y resurrección de Jesús, Dios hace un nuevo y definitivo pacto con el hombre, pacto que queda sellado en el sacramento del Bautismo, sacramento del que era señal la salvación de Noé del diluvio. Por este nuevo pacto, por este nuevo sacramento, Dios se propone limpiar el mundo del pecado y de sus consecuencias; pero quiere que  el hombre colabore con él.

 

La Cuaresma es un tiempo de conversión: “está cerca el reino de Dios: convertíos y creed la Buena Noticia”, vemos en el Evangelio, es tiempo de desierto, de prueba, de purificación. ¿Por qué todo esto si Cristo ya murió y resucitó por nosotros, si ya estamos bautizados? Pues, desde el momento del Bautismo estamos injertados en Cristo y su vida divina se nos va comunicando como la cepa comunica la sabia a los sarmientos; de tal forma que la vida divina va creciendo en nuestro interior y va formando como una segunda naturaleza, la naturaleza divina, pues somos hijos de Dios. Este “trasplante”, por llamarlo de una manera que se pueda entender, que Dios opera en nosotros, puede ser rechazado por la naturaleza humana, que se cierre a la gracia de Dios. Para que no se produzca ese rechazo, el hombre tiene que pasar por el desierto, por la purificación, por la cuarentena, por la conversión; es decir se tiene que acomodar a su nueva naturaleza y a sus valores.

 

En muchas cosas nos tendríamos que acomodar a Dios, a Cristo. En este domingo, el Evangelio, nos propone reflexionar sobre las tentaciones que tuvo Jesús en el desierto, que son prototipo de todas las tentaciones que puede tener el ser humano. Serían los valores que tenemos que extirpar de nuestra vida porque hacen peligrar la vida divina que está en nuestro interior. Las tentaciones en sí mismas no son pecado, pero pueden ser fuente de pecado.

 

(Las ideas que vienen a continuación están sacadas del libro: “Reestructurar la vida. Materiales para ejercicios ignacianos” de Norberto Alcover, de la Ed. Paulinas; páginas 54-58):

 

TENER “Haz que estas piedras se conviertan en pan”: [SER Tenido]

 

Pensamos que, cuanto más tengamos, vamos a ser más felices. Preocupación obsesiva por el universo de los teneres (materiales, espirituales, intelectuales, temperamentales). Conduce al afán de posesión, incluida la posesión de los demás. Desemboca en la codicia, en la avaricia.

 

La consecuencia es una profunda autosuficiencia, sin necesidad de los otros, ni de la gracia de Dios. El que todo lo tiene, cree que todo lo puede. Lo tenido te acaba poseyendo.

 

Frente a esta tentación lo que Jesucristo hizo fue ponerse a disposición de todos; es decir, no sólo compartir, sino repartirse, ser tenido por los demás. (Ejemplo: una madre de familia).

 

FAMA: “Tírate desde el alero del templo”: [Servicio]

 

Preocupación obsesiva por el universo de las apariencias, que en pura lógica provoca el aplauso de los demás y la consiguiente vana - gloria, que es una de las tentaciones más sutiles, que no es voluntad de Dios, sino mi deseo de aparentar. Es buscar el sobresalir en todo, en no pasar desapercibido. Que me vean, que me aprecien, que me aplaudan.

 

La consecuencia es una autoidolatría desmedida, por autocomplacencia, narcisismo.

 

Frente a esta tentación lo que Jesucristo hizo fue ponerse al servicio de los demás (lavatorio de los pies). En vez de destacar en los primeros puestos, destacar en el último puesto (el pesebre de Belén) y en le servicio.

 

PODER [Soberbia]: “Todo este reino es tuyo si me adoras”: [Humildad]

 

Preocupación obsesiva por el universo del poder, que es el objetivo de una sociedad ejecutiva y competitiva. Es una sobrevaloración propia que me conduce a aplastar a los demás, a sometérmelos, sólo por que me considero poderoso. Significa que no me conozco y que no ando en verdad.

 

La raíz de esto es la autoprepotencia, considerarse el centro del mundo: dios.

 

Frente a la tentación del poder, del mandar, del someter a los demás, de la soberbia, Jesucristo presenta la humildad: el justo reconocimiento de lo que uno es puesto al servicio de los demás.

 

Si queremos cultivar nuestra naturaleza divina hemos de extirpar valores como el  tener, el poder, el sobresalir y cultivarnos con valores como el compartir, la solidaridad, el servicio, la humildad. Que Dios nos ilumine y nos acompañe en este camino cuaresmal.