II Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Marcos 9: 2-10: “La pasión es el camino de la resurrección”

Autor: Padre Pedro Crespo   

 

Estamos en el domingo II de cuaresma, camino de la Pascua, acercándonos a celebrar la muerte y resurrección de Jesús. Para hacerlo más conscientemente se nos invita a vivir nuestro bautismo, que es incorporación a la muerte y resurrección de Jesús, y que renovaremos la noche del Sábado Santo. Se nos invita también a la conversión para que la vida diaria y sus valores y criterios vayan aflorando en nuestros pensamientos y acciones. 

El domingo pasado se nos invitaba, con las tentaciones de Jesús en el desierto, a cambiar de modo de pensar: tener bienes, tener poder, tener fama no es la fuente de la felicidad. Hay que dejar esos criterios del mundo y ver que sólo el amor a Dios y a los demás nos puede dar la verdadera felicidad. 

Este domingo se nos sigue invitando a cambiar en otro modo de pensar: aceptar la cruz como camino imprescindible para la resurrección. Nadie quiere cruces en su vida y todos tenemos más de las que quisiéramos tener. Nos asusta, nos espanta, incluso nos escandaliza, la cruz. Hoy se nos dice, como vemos en el prefacio – elaborado a partir del evangelio de hoy – que la pasión es el camino de la resurrección. No hay otro camino. Que sólo llegaremos a la luz por la cruz; que no hay vida sin muerte y no hay muerte sin vida; que el grano de trigo para producir fruto tiene que morir. 

Este cambio de modo de pensar para aceptar la cruz se da en un contexto de RELACIÓN PERSONAL con Dios, relación de fe. Sólo desde la confianza en Dios, poniéndose en sus manos, se puede aceptar la cruz, se puede cambiar. 

Esta relación personal con Dios se expresa: 

·         En el Evangelio: cuando escuchábamos que Jesús subió al monte Tabor con tres apóstoles: Santiago, Pedro y Juan. El monte es lugar de encuentro con Dios, lugar propio para la oración (Sinaí, Monte de las bienaventuranzas, Calvario). En la vida de Jesús esta relación con el Padre es muy significativa; en los momentos más difíciles Jesús siempre reza, siempre se dirige en oración a su Padre. En la vida del cristiano este trato con Dios también tiene mucha importancia. En este trato de amistad con Dios, Dios nos va modelando, transformando, ajustando a su vida divina. 

·         En la primera lectura: se nos sitúa en otro monte: el Moria, también lugar de encuentro con Dios. Vemos a Abrahán dispuesto a sacrificar a su propio hijo, a sacrificar lo mejor de él mismo. Por esa obediencia a Dios, Dios le promete una descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa. En la relación personal con Dios, Abrahán acepta todo lo que significa el sacrificio: la cruz. 

·         En la segunda lectura vemos una declaración, tremendamente fuerte, en boca de San Pablo: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. En los planes de Dios entra la cruz para los hombres y también para su propio Hijo. Cristo aceptó la cruz. 

Y en el texto del Evangelio vemos como Dios adelanta, en su Hijo, en la transfiguración de Jesús, cómo será nuestra transformación según su condición gloriosa. Jesús, en el monte Tabor, se transfigura delante de Pedro, Santiago y Juan; manifiesta cómo es su divinidad para que, viendo al gloria de Dios, puedan afrontar con mayor entereza y esperanza la muerte en cruz en Jerusalén.

 

(Ejemplo: unos novios que viven y se comprometen por amor; las exigencias y las cruces vendrán después y serán llevaderas por el amor que se tienen).  

Es difícil vivir la cruz, los momentos de cruz de nuestra vida; por eso Jesús tuvo buena pedagogía con sus apóstoles para que no se espantaran en Jerusalén. A pesar de la “mano izquierda” de Jesús, los apóstoles no acababan de entender. Aún así no lo entendieron y se espantaron de la cruz; pero tampoco acabaron de comprender lo que dijo, que tenía que resucitar.  

Pedro se quedó encantado con la manifestación de la divinidad de Jesús y comentó entusiasmado: “¡Qué bien se está aquí!, haremos tres tiendas”. La tentación es no querer afrontar la cruz de la moneda y querer vivir siempre la cara, el aspecto más llevadero. Todo tiene su cara y su cruz. 

¡Qué el Señor Jesús también se nos muestre a nosotros en su gloria, para que su contemplación nos ayude a vivir nuestras cruces con esperanza!