IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 3, 14-21: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

 

            Como en domingos anteriores, las lecturas nos siguen presentando una relectura de la Historia de la Salvación y un anuncio de la pasión de Cristo.

 

En el recorrido por la historia de la salvación hemos recordado a Noé, a Abrahán, a Moisés. Hoy la primera lectura nos recuerda otro aspecto importante de esta historia: la deportación de Judá a Babilonia, a consecuencia de su pecado, y la vuelta posterior a Jerusalén para reconstruir sus vidas, gracias a la intervención de Ciro, rey de Persia. Este aspecto de la Historia de la Salvación nos hace ver el pecado del pueblo de Israel y la misericordia de Dios. Si miramos nuestra propia historia personal, también podemos ver nuestro propio pecado y la misericordia de Dios. Siempre la historia termina lo mismo: con la misericordia de Dios, no puede ser de otra manera. Es como si el hombre contrajese una gran deuda con Dios al pecar, deuda que no puede pagar él mismo, por lo que tiene que actuar la misericordia de Dios.

 

En el Evangelio vemos parte del diálogo de Jesús con Nicodemo. Yo destaco de ese diálogo dos comentarios de Jesús: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Cuando el pueblo de Israel iba por el desierto hacia la tierra prometida, algunos eran mordidos por serpientes; Moisés hizo un estandarte con una serpiente y al mirarla eran curados, era Dios quien lo curaba. Igual que la serpiente, el Hijo del Hombre tiene que elevado; se refiere a que Cristo será crucificado. Los heridos por el pecado quedarán sanos al mirar al crucificado.

 

El otro comentario que resalto es: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. “Dios entregó a su Hijo”, expresión que junto con la expresión “el Hijo del Hombre tiene que ser elevado” manifiesta, misteriosamente, que Jesús tiene conciencia de que va a ser crucificado y también quiere decir que en los planes de Dios entra la entrega de Jesucristo en la cruz. Quizá Dios podía haber solucionado las cosas de otro modo, sin necesidad del sufrimiento de la cruz. ¿Cómo suprimir las consecuencias del pecado de la humanidad sin sufrimiento? El caso es que Dios parece que sólo se queda satisfecho con la entrega de su Hijo.

 

“Tanto amó Dios al mundo...”. Quien no haya descubierto el amor de Dios, lo que Dios le quiere a él en concreto, no conoce a nuestro Dios. Quien siga pensando que Dios castiga con el mal, con la enfermedad, con el sufrimiento, no conoce a nuestro Dios. Quien siga pensando que Dios se desentiende de los problemas de la gente, de las catástrofes naturales, no conoce a nuestro Dios. Dios nos ama. Nos lo ha demostrado como nadie lo puede demostrar: creándonos, dándonos a su propio Hijo. Dios nos ama y Dios ama al mundo. Así que nadie diga que el mundo es malo. El mundo es obra de Dios y objeto de su amor. El cristiano tiene que amar el mundo, tiene que salvarse en el mundo.

 

“... Que entregó a su Hijo único...”. Fijaos si nos quiere Dios que nos da a su propio Hijo. Nosotros manifestamos de muchas maneras el amor: dando cosas, tiempo, cariño; pues Dios nos da lo mejor de él mismo, su propio Hijo. Podríamos decir que, antes del sacrificio del Hijo, fue el sacrificio del Padre, que tuvo que renunciar a lo mejor a favor de los hombres. En la entrega del Padre se contiene no sólo el “traslado” físico del hijo a la tierra, sino la muerte en la cruz. Dios Padre en consciente de lo que supone esa entrega.

 

“...Para que no perezca ninguno de los que creen en él...”. La finalidad de la entrega del Hijo es el amor: salvar a todos los que creen en él. Las consecuencias de nuestro propio pecado nos llevan a la muerte (así es en sentido bíblico), el pecado actúa en contra de nosotros mismos. Cristo viene a librarnos de las consecuencias de nuestro mal obrar. La única condición que nos pone es creer en él. Otros textos nos hablan de que lo más importante es el amor, San Juan resalta más el hecho de creer en Jesús, pues muchos judíos no creyeron en él. ¿Qué es creer en Jesús? Aceptar su persona y su mensaje; estar dispuesto a seguirle, a imitarle. No se puede decir que se cree en Dios y no aceptar lo que él dijo e hizo.

“...Sino que tengan vida eterna...”. El amor de Dios no sólo nos libra de las consecuencias de nuestro pecado, sino que además nos da la vida eterna. Dios, como nos quiere, quiere compartir con nosotros lo mejor que tiene: la eternidad.

 

La celebración de hoy nos invita a que nos demos cuenta de que la misericordia de Dios nos salva. Dice San Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, nos ha hecho vivir con Cristo”. ¡Qué aceptemos el amor de Dios!