XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,1-15: “Abres tú la mano y nos sacias”.Autor: Padre Pedro Crespo
Estamos en el
domingo XVII
del tiempo ordinario. En este domingo hemos pasado
del evangelio
de Marcos al evangelio de Juan;
hemos comenzado a leer el
capítulo 6 del
evangelio de Juan; capítulo que seguiremos leyendo a lo largo de los domingos de
agosto (menos el día 30). Este capítulo es el
discurso del “Pan
de Vida”, en el que se pone de manifiesto la
importancia de la Eucaristía y la centralidad de la persona de Jesucristo
para saciar el hambre de plenitud del ser humano.
Tendremos ocasión de irlo comentando despacio.
Este domingo vemos el
relato de la
multiplicación de los panes, que es la
introducción de este capítulo. Me voy a centrar hoy en el hecho de que
la multitud tenía
hambre y como fue la respuesta de Jesús y la respuesta de los apóstoles ante
esta necesidad, para ver cómo puede ser nuestra respuesta.
El
hecho de la multiplicación de los panes y el texto del evangelio de Juan
tienen la
prefiguración en el texto de la
primera lectura
de libro
de los reyes, en el que
Eliseo multiplica
los panes:
veinte para cien
personas. En el texto del Evangelio de Juan se pone de manifiesto que
Cristo es más que
Eliseo:
cinco para cinco
mil hombres; y se dice de él:
“Éste si que es
el profeta”. Es Dios quien estaba detrás del
milagro de Eliseo. Cristo va a poner de manifiesto en este discurso que él es
Dios.
Jesús
ve una multitud que pasa hambre;
hambre de
pan, evidentemente; pero además Jesús en este
discurso va a decir que él es el alimento de otra hambre,
hambre de
plenitud, que podríamos llamar, o
hambre de Dios.
Si miramos el mundo detenidamente
podemos contemplar que hoy también
se sigue pasando
hambre. El 80% de la población tiene grandes
necesidades, mucha gente muere de hambre. Hay quien ha dicho que
el siglo
XXI puede ser el siglo de la erradicación del hambre en
el mundo. Es un
problema difícil
que pasa
por perdonar la deuda externa a los países
pobres;
pasa por dejar de explotarlos a través de
multinacionales o venta de productos, como armamento;
pasa por
instruirlos social y culturalmente para que
puedan explotar sus propios recursos y cultivar sus tierras y mantener sus
ganados. Como veis
no es cuestión de alimentarlos con los alimentos que nos
sobran, que, materialmente, serían suficientes
para alimentarlos. Además mientras se solucionan esos problemas,
hay solucionar
los problemas adyacentes al hambre, como es el
problema de
las inmigraciones: como
no tienen para comer y como no se soluciona el problema se nos vienen a nuestras
mesas, sin llamar a la puerta, para que les demos de comer.
Benedicto XVI en su reciente
Encíclica:
“Caritas in Veritate”
dedica el
nº 27 al tema del hambre, que adjunto, para su
lectura atenta.
Si miramos el mundo con ojos de
Dios, más allá de las apariencias, podemos contemplar
una multitud
hambrienta de plenitud, de felicidad y de
Dios. El grave
problema, no más pequeño que el anterior, es que esta gente
no tiene
conciencia de donde está lo que ansían,
lo que puede
saciar su hambre y buscan soluciones donde no
las pueden encontrar. Se detecta una grave carencia o enfermedad, pero no se
reconocen sus soluciones.
¿Qué
podemos hacer ante esta realidad?
Jesús no se cruza de
brazos, sino que intenta dar una solución.
Los apóstoles
se sienten desbordados y pretenden despedir a la gente para que se vayan a sus
casas. Un
niño pone en común lo poco que tiene. Son
pistas para encontrar cómo podemos colaborar
nosotros.
Seguramente nos sentimos desbordados ante el problema del hambre en el mundo:
hambre material y espiritual. Y esto nos puede llevar a pensar que son otros los
que tiene que solucionar el problema. “Doctores tiene, la Iglesia”. Sin embargo
debemos aprender del niño del Evangelio a
poner lo poco que
nosotros podamos poner. Hay hambres que
solucionar también por aquí, no sólo en el tercer mundo. Hay necesidades que
atender, ante las que no podemos quedar indiferentes. Es cuestión de
educarnos en la
cultura de la solidaridad. También podemos
hacer de
“médicos” que ayuden a descubrir a los demás sus hambres de Dios.
Cuando alguno se ve en una encrucijada, le podemos sugerir que piense si es que
Dios le está pidiendo algo en especial, por ejemplo. Les podemos invitar a
nuestras celebraciones, a la oración, conscientes de que el “comer y el rascar,
es empezar”. Quizá cuando empiecen se les despierte el hambre. Tú pon lo que
puedas de tu parte con la seguridad de que
Jesús multiplica
tus esfuerzos como multiplicó los cinco panes
y los dos peces del niño del evangelio. Termina el Evangelio con
la bendición de
Jesús y la repartición de los panes y los peces.
Buena sugerencia.
Que el
banquete de la Eucaristía sacie nuestras hambres para que se lo podamos contar a
los demás.