XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 41-51: “El que cree tiene vida eterna”.

Autor: Padre Pedro Crespo  

 

En este mes de agosto estamos siguiendo el “Discurso del Pan de vida” de San Juan. Todo este discurso señala la importancia de Jesucristo en la vida cristiana y la centralidad del sacramento de la eucaristía. Todavía nos quedan dos domingos en los que seguiremos comentando este capítulo.

 

En este domingo me quiero centrar en la idea: “El que cree tiene vida eterna”. Dos afirmaciones: “Creer” y “vida eterna”. Normalmente los sacerdotes hablamos del amor y las obras como pasaporte para la otra vida. Es cierto que es así. También es cierto que para ir a la otra vida es necesaria la fe en Jesucristo. Pero más que el mensaje de la fe, resalta en este texto la idea de la vida y de la vida eterna: “El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida... El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. La vida que nos trae Jesucristo es vida eterna en el cielo, vida para siempre; pero también es vida plena aquí en la tierra.

 

¿Qué es lo que puede mermar la plenitud y la eternidad de la vida en las personas? Podríamos decir: La falta de dinero, la falta de salud, la falta de amor... Sin embargo cada una de las lecturas nos proponen otra idea: La falta de fe, la falta de sentido de la vida, la falta de valores morales, son las que hacen que la vida pierda su plenitud y, por tanto, su apertura a la vida eterna.

 

La falta de fe. Vemos en el Evangelio: “El que cree tiene vida eterna”; por consiguiente, quien no cree, dice alguna vez San Juan, ya está condenado. Los paisanos de Jesús no creían en él como quien les puede dar la vida: “¿No es éste Jesús, el hijo de José?”. Podríamos decir que hoy hay mucha increencia en nuestra sociedad, hay mucha gente que no cree en nada, que no tienen sentido religioso. Lo que estoy afirmando es que para que la vida sea auténtica vida, sea vida plena, el ser humano tiene que estar abierto a Dios. El ser humano es religioso por naturaleza, igual que tiene otras capacidades: hablar, hacer ejercicio, componer música... Si una persona no potencia esta capacidad religiosa está mermando su desarrollo personal en algo que le es sustancial. Cuando alguna persona renuncia a algunas de sus tendencias naturales es señal de alguna enfermedad: si uno renuncia a comer (anorexia) no lo vemos normal, atenta contra su vida; si uno renuncia a hablar (autismo) no lo vemos normal, atenta contra la relación personal, algo esencial al crecimiento humano... Si uno renuncia a su sentimiento religioso, a su formación creyente, limita la plenitud de la vida a esta vida, achica su horizonte.

 

La falta de sentido. Está reflejada en la situación existencial del profeta Elías. Elías se ha jugado todo por Dios. Ahora se siente desanimado, cansado y perseguido a muerte por la reina Jezabel. En esta situación se desea la muerte, porque no ve salida a su situación. Se le aparece el ángel del Señor y le dice: “Levántate y come que el camino es superior a tus fuerzas”. El alimento de Dios le da fuerza a Elías para continuar hasta el Horeb, donde se encontrará con Dios en una brisa suave. Esta situación podría ser la situación de muchos cristianos, cansados de ser buenos; desanimados porque el mundo no cambia a mejor; desalentados porque su testimonio no interroga a nadie, ni siquiera a sus propios familiares; la situación de tanta gente como en nuestra sociedad occidental no le ve sentido y horizonte a su vida. Pues bien, lo que decimos aquí es que sin Dios, sin su mensaje, sin sus valores, la vida no puede tener auténtico sentido y, por tanto, no puede ser plena.

 

La falta de vida moral. Toda creencia en Dios lleva consigo un comportamiento moral. Esto es incuestionable. Al revés, no; es decir, ser buena persona no te lleva a ser cristiano; pero ser cristiano si te tiene que llevar a ser buena persona. Por eso dice San Pablo en la segunda lectura: “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.” Es decir, al final, el cristiano tiene que tener un comportamiento acorde con lo que cree. Dice una máxima, que viene muy bien para este caso: “Si no vives como piensas, terminarás pensando como vives”. Máxima que quiere decir que el pensamiento o las creencias desaparecen si no se llevan a la práctica. Lo que afirmo aquí es que una vida sin valores morales, sin ser buenos, no es una vida plena, sino una vida que nos ata a nuestros instintos más salvajes, que nos deshumanizan.

 

Excursus: La Vida que nos propone Dios en «Caritas In Veritate»:

 

* Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros. (1)

 

* La verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un «desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres» (8)

 

* La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida… El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente. (34)

 

* Pablo VI, presentando los diversos niveles del proceso de desarrollo del hombre, puso en lo más alto, después de haber mencionado la fe, «la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres» (19)

 

*  El auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones. Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige. (11)

 

Cristo es el pan de la vida. Ha venido para que tengamos vida eterna. Podemos saber si estamos participando de esa vida en la medida de nuestra fe, en la medida del sentido de nuestra vida, en la medida de los valores morales que vivimos. ¡Que Cristo sea nuestra vida!