XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: “Sed fuertes, no temáis”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

Es bonito el mensaje de la primera lectura de este domingo XXIII del tiempo ordinario: “Sed fuertes, no temáis”. Un mensaje de esperanza, propio del tiempo de adviento. La fortaleza y la ausencia de temores nos vienen de la certeza de la salvación que se acerca a nosotros de la mano de Dios. Esta salvación se expresa en la primera lectura y en el evangelio. Dice Isaías: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciego el cojo, la lengua del mudo cantará”. La salvación que Dios trae se expresa en liberaciones concretas que necesitan las personas concretas. No es algo abstracto. El texto del evangelio presenta un milagro de Jesús en un sordomudo. 

Los milagros que Jesús hacía no eran principalmente para solucionar problemas puntuales de personas concretas, sino que además llevaban implícito el mensaje del  anuncio del Reino de Dios: un mundo mejor en el que el ser humano se vería libre de todos los males que le afligen, que le atan o le esclavizan. Sus signos son un modo de anunciar el Reino. El mensaje de las lecturas de este domingo, en este sentido, es un mensaje profundamente social: Hay que liberar a todo aquel que tiene algo que le limita, le esclaviza, le dificulta su realización personal: enfermedades, problemas personales, pobrezas, marginaciones... Todo lo que contribuye a liberar a las personas contribuye al Reino de Dios. No es que se identifique con el Reino de Dios, pero lo expresa y lo prepara. El Reino de Dios superará las liberaciones que el hombre haya conseguido y tendrá algo de no esperado. Dice la segunda lectura que no hay que hacer acepción de personas para no marginar a los pobres. El mensaje es que hay que optar por aquel que más lo necesita, por el más desfavorecido. No podemos, pues, anunciar el Evangelio, sin esta tarea liberadora. 

Además de esta lectura social y liberadora de las lecturas de este domingo, también tienen una comprensión simbólica y espiritual, pero por ello nada alejada de la realidad. La curación de un sordomudo es la curación de todo lo que impide escuchar la Palabra de Dios y proclamarla. En este sentido todos podemos estar reflejados en este personaje que se acerca a Jesús para que le cure su sordera y su mudez. 

¿Qué nos impide escuchar la Palabra de Dios? Probablemente hay muchas cosas que nos impiden escuchar. La falta de escucha es uno de los grandes males de nuestro tiempo, que nos sumerge a cada uno en su propio mundo y dificulta la relación, la apertura de corazón al otro y sus necesidades. Verdaderamente es difícil escuchar con un corazón libre y despejado lo que el otro te quiere decir. Seguramente una de las cosas que más nos impide escuchar la Palabra de Dios son nuestros esquemas personales, nuestras ideas sobre Dios, la Iglesia y el Evangelio; lo que ya sabemos, pues pensamos que ya lo sabemos todo porque lo hemos oído todo. Para escuchar la Palabra de Dios hay que despojarse de toda idea preconcebida para que su mensaje nos siga sorprendiendo. Otra cosa que nos impide escuchar la Palabra de Dios es la “sordera de conveniencia” que todos tenemos en mayor o menor grado. Escuchamos lo que nos conviene, lo que coincide con nuestras ideas, lo que vamos buscando, lo que más nos consuela y silenciamos todo lo que nos pone frente a nuestros miedos o cobardías, o nos saca de nuestras comodidades, de nuestra tranquilidad. “Effeta”; es decir: “ábrete a la Palabra de Dios”. 

¿Qué nos impide proclamar la Palabra de Dios? Sin duda, una de las cosas más importantes para proclamar la Palabra de Dios es haberla escuchado en toda su profundidad y en todo su sentido, porque hay que tener en cuenta que un cristiano tiene que proclamar la Palabra de Dios, su mensaje, no sus ideas personales. Y hay que proclamar la Palabra de Dios completa, no sólo lo que interesa o lo que es más agradable oír. Una de las cosas que más nos puede echar para atrás a la hora de proclamar la Palabra de Dios es la conciencia de nuestro propio pecado, nuestra propia incoherencia con esa Palabra. Es un dato interesante que nos hace ser humildes y darnos cuenta que no nos anunciamos a nosotros mismos, sino una realidad mucho mayor. No nos podemos esperar a ser santos para hablar de Dios. A pesar de esto hay que tener en cuenta que la Palabra de Dios la tenemos que anunciar de palabra y de obra. Nuestro modo de vivir es el mejor púlpito que tenemos, a pesar de nuestro pecado. 

“Sed fuertes, no temáis”, comenzaba diciendo la lectura de Isaías. ¡Que el Señor disipe todos los temores que nos impiden escuchar y proclamar su Palabra y que nos dé fuerza para poder realizar su mensaje liberando a los demás de los males que les afligen!