XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 30-37: “Quien quiera ser el primero que sea el último”.

Autor: Padre Pedro Crespo

 

 

En el domingo XXIV vemos en el Evangelio un anuncio de la Pasión de Jesús, hecho por él mismo. En el Evangelio de este domingo volvemos a escuchar un segundo anuncio de la Pasión de Jesús, hecho, también, por él mismo: “El Hijo del hombre va a ser entregado... y lo matarán y a los tres días resucitará”. La primera lectura del libro de la Sabiduría presenta la figura del justo que es despreciado porque su vida resulta como una denuncia para los que tienen mal comportamiento, por eso “lo quieren someter a prueba, lo condenarán y lo matarán”. Figura del justo que anuncia la pasión de Jesús. 

Jesús era consciente de lo que tenía que sufrir para realizar la redención de la humanidad. Probablemente también sería consciente de que no era entendido por sus apóstoles. Dios tiene unos criterios y los hombres tenemos otros criterios. En el domingo XXIV Jesús le dice a Pedro: “Apártate de mi vista, Satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios”, porque Pedro le quería hacer cambiar de opinión para que no pasase por la cruz. Hoy vemos como, después de anunciar su Pasión, los apóstoles se ponen a discutir quien es más importante. Los apóstoles estaban en otra onda. Pero, ¿y nosotros? ¿Comprendemos que Jesús tiene que pasar por la pasión para resucitar? ¿No estaremos nosotros también un poco despistados cuando desconfiamos de Dios porque no nos ha concedido que nos toque la lotería, o que se solucionen nuestros problemas económicos, o que nos quite nuestras enfermedades? ¿Comprendemos nosotros a Jesús más que los apóstoles? ¿Vivimos con los criterios de Dios? 

En estas circunstancias Jesucristo sentiría el peso del fracaso de su misión, fracaso que viviría en un modo pleno en la cruz. ¿Queréis creer que, a veces a los sacerdotes nos pasa algo parecido? Vemos que no somos comprendidos en lo que estamos anunciando, que la gente no comparte nuestros criterios, los criterios del Evangelio: 

-          Se nos critica si procuramos que no haya distinciones a la hora de celebrar los sacramentos entre unos y otros: más flores, más alfombras, más lazos, más campanas...

 -          No se nos comprende si decimos que una hermandad tiene que compartir dinero del que recauda con los necesitados. Hay hermandades que tienen un presupuesto mayor que la Parroquia y dan una nimiedad a los pobres. Que la gente colabore tan generosamente con las hermandades para sacar los pasos a la calle y no lo haga igual para otras necesidades es un modo poco envidiable de vivir la fe. 

-          A la gente le molesta que digamos que no se pueden celebrar sacramentos por compromiso social. ¡Cuántos bautismos, bodas, primeras comuniones, entierros, sin convencimiento personal, o, peor aún estando en contra de la Iglesia! 

Jesucristo sería consciente de que sus apóstoles no tenían los mismos criterios que él y vería lo distantes que estaban de él. Seguro que también sabía ver en ellos hombres capaces de convertirse a los valores de Dios. Pero eso me hacía preguntarme ¿Con qué criterios vivimos nuestra fe? ¿Con los criterios de la sociedad, del mundo, o con los criterios de Dios? 

El desajuste entre los criterios de Dios y los criterios de los hombres se expresa en el Evangelio: El más importante es el que más sirve. Nosotros la importancia de la persona la basamos en otras cosas: en el poder, en el tener y en la fama. ¡No me digáis que no! “Quien quiera ser el primero que sea el último y servidor de todos”. Una afirmación que Jesucristo vivió plenamente. No sólo se puso a lavarles los pies a sus discípulos en la Última Cena, como un signo significativo, sino que Jesucristo, siendo de condición divina, se rebajó hasta hacerse un hombre como nosotros y se situó en último lugar, en una cueva en Belén. 

¡Ojalá supiéramos adecuar nuestra mente a la de Dios, a la de Jesús: que aceptásemos la cruz y le siguiésemos y que viésemos que servir es lo mejor que podemos hacer como personas!