Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
San Lucas 22, 14-23, 56Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja
“si tropiezas el triunfo, si llega tu derrota, y a los dos impostores, tratas de igual forma…” R.Kipling
Palabras semejantes, le susurraría al oído el Padre Eterno a Jesús, mientras
bajaba gozoso la ladera del Monte de los Olivos, aclamado por todos.
Mis queridos jóvenes lectores, se me ha ocurrido redactar las homilías-mensaje
de estos días, fajo la ficción de que un hombre importante e influyente de aquel
tiempo, piénsese en Nicodemo, y un amigo íntimo, hombre rico, aunque apartado de
los asuntos de la cosa pública, como José de Arimatea, le encargaron a un
jovenzuelo seguidor de Jesús, de inteligencia aguda y, cosa rara en su tiempo,
que sabía leer y escribir, que les anotara los pasos, gestiones y contenidos de
las palabras del Señor. Por razones de prudencia no creían conveniente,
especialmente el primero, dar la cara por el momento, pero deseaba estar
enterado para, llegado el momento muy probable, en que al Maestro le fueran las
cosas mal, poder salir en su defensa, apoyado en normas legales y conocimientos
de hechos probados. Fue tomando nota el chico y redactando el documento, que
entregó posteriormente al mandatario. Desafortunadamente, de nada sirvió y quedó
olvidado. Cayó posteriormente en otras manos, que añadieron comentarios por su
cuenta. Me limito yo a darle coherencia y fluidez, y ofrecerlo a quien en ello
esté interesado. Seguramente el lector estará enterado de los hechos, iluminará
la narración algunas precisiones, que los evangelios canónicos no quisieron
aducir. Vuelvo a repetiros, mis queridos jóvenes lectores, que es una ficción el
relato, no el contenido y que muchos añadidos son míos seguramente puras
referencias históricas o geográficas.
FERIA PRIMA, DÍA DEL SOL, DOMINGO, LE LLAMAMOS HOY.
El Señor con sus amigos había pernoctado en Betania, una villa apacible, alejada
de la capital a no más de 5 kilómetros. Aunque la víspera ya había estado en
Jerusalén y en sus barrios tenía amigos de confianza, no le gustaba al Maestro
quedarse a dormir en la capital. Sentía prevención y hasta un cierto miedo.
Se despertó deslumbrante, a todos nos extrañaba su buen estado de ánimo. Él
sabría porque estaba tan contento. Salió de casa y nos fuimos con Él. A poco más
de un kilómetro está la aldehuela de Bet-Fagé. Antes de llegar indicó a algunos
compañeros, que se adelantasen. Vivían allí unos amigos, se paraba a charlar con
ellos cada vez que pasábamos por el pueblo. Tenían estos un borriquillo muy
joven, en broma le habían dicho la última vez que hablaron: Maestro ¿Cuándo vas
a estrenarlo? ¿o es que te da miedo cabalgarlo? Si te gusta, cuando lo pruebes,
te lo reservaremos para ti solo… El Señor pensativo no había dicho nada. Hoy,
por lo que dedujimos, iba a dar respuesta.
El animal se inquietó cuando le pusieron algún aparejo, pero pronto se calmo.
Rebuznó en cuanto se acercó el Maestro, parecía que lo estaba esperando. Sonrió
Él y con destreza se encaramó en su grupa, el animal no puso reparo y acepto
subir la senda que lleva a la cresta, en no más de ocho minutos. La vista de
Jerusalén es espléndida, nadie se cansa de mirarla. Alguien, por la voz parecía
que se trataba de un niño, le gritó tratando de llamar la atención, de atraer su
mirada. Él sonrió. El padre de la criatura se puso muy contento y extendió su
manto para que pasara por encima de él. Muchos otros le imitaron. Aquella
fragmentada alfombra blanca se fue extendiendo por todo el camino. Gritó
alguien: ¡Viva! Y se le añadieron los demás. La docena que empezamos a
acompañarle se convirtió en multitud. Todo el mundo lo advirtió. El pequeño
mundo de aquellos barrios, quiero decir. Pero fue suficiente para que se
enteraran los de Jerusalén, la gente dominante, los que se creían
imprescindibles y a los que nadie había invitado. Su enojo subió de tono y
salieron a su encuentro recriminándole que se dejara vitorear de tal manera. No
se inmutó. Si ellos callan, hasta las piedras castañearán de gozo, les contestó.
Comentar la entrada en la Ciudad lo dejo para otro momento. No puedo callarme
que me he sentido feliz cuando oía aquellos aplausos. El Señor era mi amigo y yo
estaba a su lado, no dejaba de repetirme…
*****Hasta aquí llega el relato. Hoy 28 de abril del 2010, domingo que llamamos
de ramos, jornada de la juventud, os pregunto yo a cada uno de vosotros, mis
queridos jóvenes lectores: ¿te sientes feliz de ser amigo de Jesús? ¿te alegra,
te emociona, cuando ves que junto al Sagrario o a una imagen alguien ha puesto
un ramo de flores? ¿se te ocurre cuando vas por el campo o la montaña y ves
ingenuas flores silvestres, traerle algunas, para depositarlas en la iglesia
como homenaje? ¿ o le has dejado encendida una vela, para recordarle que tu
corazón late como el vacilar de la llama, que es luz, porque de Él la has
recibido y quieres con tu gesto agradecérselo?
Pensad estas cosas cuando acudáis a la iglesia. Agitad vuestros ramos. Que se v
ea desde lejos. Que los
indiferentes, los que se oponen a nuestra Fe, lo vean y se pregunten a qué viene
este homenaje. Cantad, si sois muchos, con entusiasmo. Musitad unas palabras de
agradecimiento si sois pocos. Pero no viváis esta preciosa liturgia
indiferentes.
En el interior de la iglesia oiréis el relato de la Pasión que nos legó San
Lucas. Proclamarlo hoy es una tradición de la iglesia de Roma. Una advertencia.
Esta semana no es de vacación espiritual. Hay que tomársela con atención.
Lograréis con ello ser seriamente felices, buen preludio para acabarla, la noche
de Pascua, viviendo jubilosamente. No os hago ningún comentario más para este
día, será más oportuno que lo haga el viernes. Hoy ha sido, litúrgicamente
hablando, un toque de atención.