Sabado Santo de la sepultura del Señor.
San Lucas 24, 1-12

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Le duele y le impresiona a uno la muerte de alguien a quien ama, se le desgarra el alma cuando ocurre. Pero el dolor es una cosa viva, llorar tiene sentido. Una vez enterrado el cadáver el abandono de aquel al que querías, se hace insoportable. Todo, todo, está lleno de la ausencia del amado. Y esta negatividad no tiene ningún sentido. La vida entonces carece de ilusión.


Por las calles de Jerusalén me he encontrado a alguno de los nuestros, nos mirábamos a hurtadillas, avergonzados y nostálgicos. He querido visitar a la Madre del Maestro, esperaba encontrarla destrozada y en cambio está serena. El recuerdo de la cruz le duele. El Cuerpo que sufría en el patíbulo, no deja de atormentarla. Le pregunto: ¿Tú crees que ha desaparecido del todo? ¿Imaginas que vaga sin sentido por el sheol, sin saber qué hacer? No quiero preguntar a sabios, tú eres la que más sabes de Él, ¿qué me contestas?. Ella tampoco tiene respuesta, pero está convencida de que su Hijo no ha podido desaparecer. Dios estaba en Él y Dios no muere nunca. Su serenidad me emociona y llena de paz mi espíritu.


El sepulcro quedó cerrado, pero el ritual no se pudo concluir del todo. Las mujeres, María la de Mágdala es la que está más decidida y ya ha conseguido los perfumes y bálsamos que faltaban, dice que al alba, aunque le toque ir sola, aunque no tenga fuerzas para correr la piedra, ella lo primero que va a hacer, es ir allí, va a rociar su cuerpo envuelto, con los más delicados aromas que ha conseguido. Es la única que tiene proyectos, los demás no sabemos que pensar, ni en qué ocupar nuestro tiempo. A decir verdad, si algún titulo le puedo dar a la jornada, yo le nombraría así: día del aburrimiento total.


Al atardecer de este Sabbat, decidimos unos cuantos, hacer compañía a nuestra Señora, la madre del Maestro. No la podemos dejar sola. Es lo más íntimo que de Él nos queda y no la podemos perder. Nos dice que durmamos, que llevamos demasiadas horas sin descansar, que ella velará nuestro sueño. Pero delicadamente, no la hacemos caso.


Por las calles ninguno se atreve a deambular. A nosotros nos falta el Señor, a ellos, a los judíos vecinos de Jerusalén, les importa un comino lo que le haya podido pasar a un galileo. Uno más o uno menos, les trae sin cuidado. Nosotros quisiéramos gritarles que han sido cobardes, que se han dejado perder al mejor de los hombres, al mayor profeta, a quien estaba totalmente imbuido de Dios. Se hubieran reído. Continuamos convencidos que nos quedaremos en casa con la Madre del Maestro. Yo debería llamarla mi madre, me lo dijo Él, pero recordarlo ahora, es superior a mis fuerzas…


***** Cuando yo era pequeño, mis queridos jóvenes lectores, no existía la Vigilia Pascual. El Papa Pio XII la instauró en 1951. Era por entonces un primerizo seminarista, que me sentía todavía bachiller. Tenía pocos conocimientos de liturgia. Añádase que más que instauración, el anuncio nos sonaba a sugerencia. No había obligación de celebrarla, cosa que para los más inquietos, nos la hacía más atractiva. Hasta bastante más tarde, cuando se estructuró la Semana Santa al completo, no se pudo ver el relieve asombroso, precioso y digno que tenía. Y me temo que muchos todavía no se han enterado. Para que me entendáis, la Vigilia es una fantástica verbena. Una fiesta de bienvenida, que se prepara por todo lo alto. Nosotros sabemos que cuando al amanecer fueron aquellas santas mujeres al sepulcro, constataron que estaba vacio y les dijeron que Jesús había resucitado. No sabemos en que momento sucedió, pero, para no perdernos la celebración del momento aquel, no nos vamos a dormir y nos pasamos la noche entretenidos en lecturas, canciones y sacramentos. Jesús en una noche así, pasó de la muerte a la Vida, del sepulcro donde estaba encerrado, a la libertad absoluta, independiente total del espacio y del tiempo que aprisiona a los vivientes.
En muchos no han calado del todo estos principios y les parece que una noche es demasiado larga para pasarla en la iglesia. No será tan larga la noche que, haciendo cola a la intemperie la pasan algunos, para poder comprar las entradas de un festival o, en un aeropuerto, esperan la llegada del avión donde regresa vencedor su equipo predilecto. Sólo los jóvenes de espíritu saben entenderlo. No importa que a algunos les entre sueño o que a otros no les digan nada las misteriosas lecturas de ciertos profetas. Volviendo al símil del aeropuerto, nadie es capaz de poner atención y entender los periódicos mensajes que anuncian por megafonía las llegadas de los vuelos. Algo así ocurre con los que no queremos pasar la noche prosaicamente dormidos y esperamos asistir a la liturgia de la luz, al pregón pascual, el único texto donde la hierática liturgia latina, se siente poetisa y canta a la cera y a la abeja madre que la fabricó.


Hay que estar atentos e impacientes para que en el mismo momento en que se proclame que Jesús ya no hay que buscarlo en un sepulcro, que ha resucitado, lo cual es mucho más que revivir o que reencarnarse, de inmediato, prorrumpir en aplausos, hasta llorar de emoción. Como lloro yo ahora recordándooslo.


Era una noche de luna llena, la primera de la primavera, la más solemne, la más bella, cuando este misterio aconteció. Fue con mucha probabilidad, os lo vuelvo a repetir, la del 8 al 9 de abril del año 30. No os preocupe que no coincida, se han hecho algunas reformas del calendario y el mismo planeta Tierra no es exacto en sus desplazamientos. Sucedió en domingo, el día del sol, le llamaban los romanos. La primera feria, según la nomenclatura hebrea. El Octavo día de la semana, deberíamos llamarlo siempre nosotros, para señalar su singularidad y trascendencia. La Santa Madre Iglesia decidió que la fiesta fuera celebrada la dominica siguiente a esta fase de la luna. Este año veo que ocurrirá el 30 de marzo, por tanto cuando salgamos de la Vigilia, la noche del 3 al 4 de abril, si podemos verla, estará ya iniciando el cuarto menguante.


No dejéis de fijaros en ella, en la Luna, cuando os asoméis a la ventana, la noche del Miércoles Santo, al final de marzo, es la más presumida del año, la más coqueta, la más impresionante. Ningún astro se le puede comparar. Sonríe orgullosa y satisfecha, mientras nos recuerda que fue ella sola, la que iluminó la primera Pascua.