Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor
San Juan 20, 1-9

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

No sé si he dormido mucho o poco, ni tampoco exactamente en qué he soñado. Lo seguro es que hoy es un día inolvidable para mí. Las noticias que debería redactar con claridad se cruzan y atropellan en mi interior.


Lo primero que he visto ha sido el rostro de María. A la serenidad de anoche, añadía una inmensa satisfacción. No había dormido y, no obstante, su mirada era luminosa. ¿Está vivo? le he preguntado de inmediato. Si, hijo mío, ya te contaré después. Estaba fatigada, pero feliz. Yo quería hacerle más preguntas y ella me ha dicho: ha sido algo parecido a lo de Nazaret, tu, hijo mío, no lo entenderías: ni eres mujer, ni eres su Madre. Soy más feliz que el día que le di a luz en Belén. Me ha emocionada que me llame hijo. Se ve que ha aprendido bien la lección del Señor. Es admirable, ha pasado unos días difíciles de resistir para cualquiera, desde el prendimiento en Getsemaní, hasta la tortura y ejecución en el Calvario. Ha pasado este mal trago, sin desaprovecharlo. El simple hecho de que ya esta mañana me llame hijo, es señal de lo mucho que ha meditado las palabras del Maestro. Nos hemos abrazado. Lamentablemente, la he tenido que dejar.


A la entrada de la casa me he encontrado a algunos de los nuestros. Comentaban que María, la de Mágdala, efectivamente, había acudido al sepulcro muy de mañana. Estaba la piedra corrida y vacio el interior. Uno cuenta que le han hablado ángeles, otra que el mismo Señor es quien se ha dirigido a ella. Ha venido corriendo, no podía ser otra que la Magdalena, contaba que el Maestro, su Maestro, como siempre le llamaba, le ha encargado que nos lo dijera. ¿Que dijera el qué, pregunto yo? Pues que está vivo y que os añora, que pronto quiere encontrarse con todos. La impetuosidad de esta mujer a nadie deja indiferente, la admiramos, pero, hablando con sinceridad, sentimos una cierta envidia y hasta temor hacia ella. Entre nosotros, allá por el Lago nunca se supo de una mujer de esta clase. A solas, algunos la llaman Judit y otros Jael, quien lea, entienda…


Todavía no nos atrevemos a salir de la casa. Pero Pedro, un poco mosqueado de que sea una mujer la mensajera, dice que no se fía del todo, que se va a comprobarlo. Yo he ido con él. Efectivamente, la tumba estaba vacía y unos ángeles nos han dicho que sobrábamos allí, no nos echaban, cariñosamente, después de volvernos a repetir que por allí no le buscásemos, nos han mandado a anunciarlo a los demás. Nos lo decían sonrientes. Hemos vuelto de inmediato.
Nos ha sorprendido un poco su visita. A fuer de sinceros, ni le esperábamos, ni estábamos del todo convencidos. Era el Señor, efectivamente, respiraba jovialidad, tenía buen humor. Nosotros temíamos que estuviera enojado por nuestro abandono aquellos días, pero Él ni siquiera lo ha mencionado. ¡qué delicadeza tiene! Después se ha ido quedamente.


Por la noche han llegado corriendo dos amigos diciendo que se lo habían encontrado por el camino de su pueblo. Pese a que uno de ellos es pariente suyo, no le ha reconocido hasta que les ha partido el pan. Lo ha hecho a su manera, inconfundible. Ellos lo han dejado todo y han venido a contárnoslo.


La noche avanzaba, pero nadie hablaba de ir a dormir. La mirada de María nos abrazaba a todos.


Ha entrado la de Mágdala, venía de ver a sus compañeras, que ahora la acompañaban. Nadie sentía reproche porque el Señor la había hecho y nombrado emisaria de una buena nueva para nosotros, nadie dudaba del amor que por el sentía ella. No se había percatado de que en la estancia, en un rincón, discreta como siempre, estaba María. Cuando la ha visto se ha abrazado a ella y han llorado. Nadie podía separarlas, ni tampoco lo pretendíamos, es un sueño todo lo que hoy hemos vivido. Pero un sueño real, estoy convencido.
Estaréis contentos, mis queridos señores, de cómo ha acabado todo. Tú, el magistrado, esperabas defenderle ante los tribunales, me encargaste que iniciara la información. Ya lo ves ha sido innecesaria. Tú, ofreciste tu tumba para que en ella fuera depositado su cuerpo. Era tuya, te la tenías preparada para ti. Ahora ni te atreves a acercarte, indigno como te sientes de que haya sido escogido algo de tu propiedad, para que se realizara en ella el más portentoso acontecimiento de la historia.
Ya no cabíamos en la casa. Temía yo que estas notas que he ido redactando se perdieran. Te las entrego, apreciado señor, satisfecho de lo que en ellas he escrito.


***** Mis queridos jóvenes lectores, el famoso filósofo Niettzche, nos exigía a los cristianos que tuviéramos mirada de resucitados, si queríamos que él creyera en Cristo. La frase es muy aguda, seguramente que para él era una excusa, no es hora de emitir juicios, sino de aprender la lección.


Nuestra cultura sufre una crisis de Esperanza y nuestras comunidades cristianas reciben el impacto y, como consecuencia, languidecen. Estar triste y desanimado, es todo lo contrario a lo que la fiesta de hoy, la Pascua del Señor, nos reclama.
Estos últimos días, tal vez ayer, día carente de sentido, te has podido preguntar ¿Qué hizo Jesús, su realidad personal, que es mucho más que el cuerpo físico, durante el intervalo de su muerte clínica, hasta su resurrección?
Las Iglesias cristianas orientales expresan su Fe mediante los iconos. No son sus únicas manifestaciones, pero sí las más peculiares. Entre nosotros, si queremos saber algo de un grupo o comunidad acudiremos a los libros o revistas. Entre ellos, esta función la cumplen los iconos. La Resurrección de Cristo se expresa en dos modelos: el del sepulcro vacío, es uno, tal vez el más modesto, el del descenso a los infiernos, el más solemne y precioso. El Señor Jesús, erguido ha penetrado en las estancias eternas. Está dando una mano, saludando, a Eva, nuestra Madre, la otra se la da a Adán. En su entorno aparecen los grandes personajes del Antiguo Testamento. Venció su muerte y quiere que con Él gocen, los que le precedieron y estaban esperando su santo advenimiento” como reza la formula. Es una explicación. Cielo, tierra, justos muertos, discípulos vivos, aprendices de santos, que somos nosotros, todos, todos, hoy formamos una gran comunidad de amigos, entrañablemente unidos y comunicados con una intensidad que ninguna red de internet, ni mensajes SMS, pueden conseguir. Si fuéramos conscientes de ello reventaríamos de felicidad.
No os oculto, mis queridos jóvenes lectores, que os escribo en tiempo de Cuaresma, pero que al hacerlo, vivo los sentimientos de la Pascua que se avecina, que es y será eterna. Ya he empezado a rezar por vosotros. ¿Quién de vosotros, chicos, quiere parecerse a Juan? ¿Quién de vosotras, chicas, se hará amiga de la de Mágdala y empezará a imitarla?
Cada semana me dirijo a vosotros con ilusión, ¡a ver si algún día sois vosotros los que me escribís a mí!