IV Domingo de Pascua. Ciclo C.
San Juan 10, 27-30:
Pastor

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

A la profesión de Jesús la llamaríamos hoy en día autónomo de la construcción. Hizo su aprendizaje con José en Nazaret y, seguramente, alcanzó la oficialía en la vecina población de Séforis. Los Apóstoles eran pescadores, un oficio poco común en aquel tiempo y en aquellas tierras, ya que se limitaba al lago de Genesaret, al que se atrevían a llamar mar. Alguno de ellos fue funcionario público y otro, precisamente el más querido, Juan, sabía leer, cosa inaudita, tratándose de un chaval pescador. La tierra que habitaban era fértil y de aquí que la mayoría de los habitantes se dedicaran a la agricultura, no obstante, tanto la práctica de estos, como la tradición ancestral, era el motivo de que el pastoreo fuera apreciado y considerado oficio peculiar del pueblo judío. La mayoría de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, lo ignoraréis y la personalidad del pastor os será totalmente desconocida. Más aun dificultará comprender algunos pasajes del evangelio, en que se considera al lobo un gran peligro, mientras, entre nosotros, es especie protegida. Jesús, con toda seguridad, no hubiera utilizado estas imágenes, si estuviera físicamente entre nosotros y tratar de enmendarle la plana, constituiría serio acto de orgullo. Señalada la dificultad, que para mí no lo es tanta, ya que en mi infancia y juventud pude tratar con ellos, intentaré comentar el contenido del fragmento de hoy.


Respecto a Dios, mas que plantearse su existencia, funciones y características, es mejor tratar de experimentar su proximidad y ser conscientes de cómo se compota con cada uno de nosotros. Su grandeza es tal, que, por ínfimos que seamos y por multitud de hombres que habitemos en el planeta, es capaz de amarnos con amor individualizado, que es cariño delicado. En Isaías leemos que Dios tiene a su pueblo tatuado en la palma de sus manos (49,16) algo semejante diría de cada uno de nosotros, los que por la Fe y el bautismo, nos hemos incorporado a la Iglesia de su Hijo. Porque argumentos del tipo de: Dios debe existir, pues, de otro modo ¿de donde salió el primer electrón y protón que formaron el primer átomo? O ¿Quién ha podido formar la maravillosa naturaleza, montañas, ríos y mares, con tal acierto? O ¿de donde han salido los innumerables astros con sus relaciones gravitatorias y otras fuerzas no del todo bien conocidas, pero existentes, que mantienen sus movimientos y forman galaxias que se desplazan a ingentes velocidades en un espacio que desconocemos si tiene dimensiones? Hay que saber mucha astrofísica para ello y tal vez un tal Dios, nos dejaría, a los vulgares hijos de vecino, un poco, o un mucho, indiferentes. Pero un Dios que me ama como un enamorado joven quiere a su novia, (Oseas 2,16) que se complace en acudir a nuestras necesidades para ayudarnos, pese a que a veces, parece que juegue al escondite, con el fin de que seamos conscientes de que es misterio y padre muy superior, o que se adelante a lo que creemos es necesidad imperiosa de inmediato, pero Él vea que no nos conviene para el futuro, y nos acompaña con delicadeza, otorgándonos regalos mas preciados, un Dios tal, es insustituible.


Nos conoce y, poco a poco, le vamos conociendo. El problema no es que nos falten argumentos que nos demuestren que existe, lo malo es que con frecuencia vivimos olvidándolo y hasta de espaldas a Él. La solución está en la práctica de la oración, aun cuando no estemos seguros de que nos oye, que esté próximo, o de que exista. Una oración condicional, decirle al Señor: si existes, si como dicen personas de mi confianza, Tú me amas y eres capaz de oírme y acudir en mi socorro, te pido, como un favor que no merezco, pero que si, como me cuentan es tan grande tu bondad, debes escucharme, te ruego, me des señales de tu compañía, de tu apoyo, de tu amor, que tengo de él una gran necesidad.


La primera lectura nos cuenta un incidente ocurrido en Antioquía de Pisidia, hoy en Turquía. Un episodio que se parece a muchos otros que aun hoy se repiten: la intervención de la envidia cuando se está haciendo algo bueno e importante. Este vicio escurridizo y sutil, que parece propio de criaturas, pelusa le llamamos, es capaz de aniquilar grandes proyectos. Le ocurrió a Pablo y os puede pasar a vosotros, mis queridos jóvenes lectores. Hay que reflexionar serenamente y con sinceridad. Lo que se ataca, lo que se califica de malo, ¿lo es en verdad, o lo estamos considerando así porque no satisface nuestro orgullo o vanidad?. Aquello que hemos emprendido, que se va levantando, que prosigue, pero que, de repente, alguien boicotea tildándolo de equivocado o imprudente, ¿lo es en verdad así, o consecuencia de que en el proyecto no tiene el protagonismo que siempre le gusta sustentar, al que pretende acabar con ello? Hay que ser muy sincero y valiente. Se necesita coraje en ambos casos. Pero no hagáis caso si observáis que gente que se cree importante, pero que no ha gozado de protagonismo en el proyecto, se presta a desmontar apresuradamente lo que con fatiga e ilusión se está llevando a término. El que señoras de prestigio o autoridades de poca monta se opongan, no es señal de error, simplemente consecuencia de la envidia. Y a este vicio menudo y venenoso, se le debe vencer con la oración y acciones delicadas. A una mosca no se la puede matar con una bala de cañón.


Oiréis, mis queridos jóvenes lectores, que unos dicen que todos se salvan, otros meticulosamente afirman que no lo serán mas de 144.000. El texto del Apocalipsis afirma que son muchos. Ahora bien, los mencionados en el fragmento de la misa de hoy, no son gente cualquiera, se trata de aquellos que “han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero…” es decir han sido mártires. Ante el barullo que se arma esta temporada, hablando de los males que sufre la Iglesia, que hunden a algunos en depresión religiosa, me gusta recordar que, mes tras mes, las agencias nos comunican que en diversas partes del mundo, cristianos han sufrido martirio. Cuando una planta da flor decimos que goza de vitalidad, aunque ciertas ramas se sequen u otras se mustien y pudran. La Santa Madre Iglesia, esposa del Señor, florece actualmente y, pese a carecer de morbo, la fuerza de los mártires supera la perversidad de lo pederastas. Me siento feliz de pertenecer a ella, me gustaría que vosotros sintierais lo mismo.