V Domingo de Pascua. Ciclo C.
San Juan 13, 31-33a: Comunicación personalAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Los viajes, las aventuras apostólicas de Pablo, pasan casi todas en lo que hoy son tierras turcas o griegas. Tuve ocasión el año pasado de efectuar un corto viaje por el primer país y recordaba textos del libro de los Hechos de los Apóstoles, que no podía uno imaginarse en aquel paisaje. Todo eran ruinas, piedras antiguas muy venerables y apreciables para historiadores y arqueólogos, pero carentes totalmente de sugerencias de vida cristiana. El fenómeno de la casi extinción de la Fe en aquellas tierras es complejo, pero uno teme que un día, de lo nuestro de hoy, solo queden edificios y documentos.
El Cristianismo nace en un mundo dividido en compartimentos muy diversos. El
mundo judío con fariseos, saduceos y sectas menores. El imperio de la ciudad de
Roma con sus niveles de poder e influencia. Aristocracia, soldados, juristas,
esclavos, sacerdotes y sacerdotisas. En un mundo de tanta diversidad, surge la
pequeña comunidad de discípulos de Jesús, cuyo único poder es la Fe, vivida
amorosamente, que les dota de una sublime Esperanza. Tenían todas las de perder
o, más bien, la seguridad de una rápida extinción, siguiendo apreciaciones
humanas, pero no fue así. Existía en ellos un ansia de comunión personal. Era
comunicación de corazón y de experiencias, tanto las que tenían éxito como
aquellas cuya consecuencia era la persecución. No ocultaban nada.
Pasamos una temporada públicamente mala. Se nos acusa a todos, para
desacreditarnos, de delitos que únicamente se pueden imputar a muy pocos.
Sufrimos. Con toda seguridad sufrirá Joseph Ratzinger, nuestro Papa actual. Rezo
especialmente por él. Os confieso, mis queridos jóvenes lectores, que en mi
trato personal con los que nos encontramos los domingos en misa o en otras
ocasiones, no he constatado que me traten ahora de diferente manera. Me refiero
desde chiquillos de tres años, hasta adultos. Pasa, creo yo, porque nos
conocemos no solo de vista. Pero no estoy satisfecho del todo. Leo hoy, y
quisiera que vosotros leyerais conmigo, que Pablo y Bernabé, salen a
evangelizar. No es una decisión suya, es la comunidad que los envía. En cada
población que visitan, designan presbíteros que continuaran su labor, rezan
juntos, ayunan y les encomiendan al Señor. Nos ha adelantado que empezaban por
animarles, advirtiéndoles que es preciso pasar malos ratos, si se quiere ser
fiel a Jesús. Nada de encontrase, cantar y disfrutar y basta, como por
desgracia, se piensa a veces, que es la manera de ganarse a la juventud. Sus
éxitos no se los reservan, lo cuentan. Los descubrimientos que hacen, eso de que
hasta los extranjeros se adhieren a la Fe, también lo explican. Hay que
compartir. Las empresas comerciales tienen sus órganos de dirección, su staff
que coordina iniciativas, su control de calidad. Seguramente que la prudencia y
el secretismo, son necesarios para el progreso de la entidad. Pero en la Iglesia
estos criterios no valen, por más que se obre según ellos. Lo decía el Maestro:
vosotros sois mis amigos, porque lo que he recibido del Padre os lo he
comunicado, no me lo he reservado para mí y mis socios, (Juan 15,15).
El evangelio de este domingo es muy corto, pero su contenido muy importante.
Jesús invita a los discípulos a que se amen. Si se hubiera limitado a decir
esto, no hubiera sido demasiado original. Es la recomendación que puede hacer
cualquiera y, en nombre del amor, se cometen muchos disparates y obran según se
les ocurre, de acuerdo con el humor que en aquel momento tengan. Jesús les dice,
y nos lo dice a nosotros, que debemos amarnos como Él nos ama. Y esto ya son
palabras mayores. Deberíamos hacer cada noche examen de conciencia de los dones
que en la jornada hemos recibido del Señor, y darle gracias a continuación. Me
gusta, cuando me meto en la cama, que las últimas palabras que pronuncio, sean:
¡buenas noches nos des, Dios! Y añado: ¡muchas gracias, te doy, Dios!. Al
despertarme, repito lo mismo y desde este agradecimiento por darme un nuevo día,
me levanto empezando a proyectar lo que deseo hacer en beneficio de los demás.
Mi propósito es poner en práctica el amor que he aprendido, para que todos sepan
que soy discípulo de Jesús. No me gusta vestir distintivos, pretendo que mi
conducta generosa, sea provocativo anuncio de mi pertenencia a Cristo, para que
observándome, se animen a seguir el Camino de Jesús y vivir compartiendo en la
comunidad en la que estoy injertado.