VI Domingo de Pascua. Ciclo C.
San Juan 14, 23-29: El hombre es el animal capaz de comprometerse

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Ninguno otro es capaz de hacerlo. Nuestro ADN podrá parecerse mucho a los de otros vivientes, pero esta distinción perdurará. Y antes de comprometerse, ocurre a veces, que hay disparidad de criterios y viene la discusión, la rivalidad y hasta las luchas. Y normalmente ocurre en cosas que no son las más fundamentales, pero, eso sí, en las que se mezclan intereses económicos, tradiciones ancestrales o costumbres del lugar. Os he explicado esto, mis queridos jóvenes lectores, para que entendáis los problemas en los que se vio metido Pablo, por muy judío que fuese, y benjaminita para más inri, es decir de pura cepa y belicoso. Jesús se le había metido dentro con toda la novedad de su doctrina. Ya lo sabéis que a la gente mayor les cuesta mucho cambiar de pareceres. La primitiva comunidad cristiana se formó entre gente adulta, no os creáis que salió de una catequesis parroquial. En este caso, por suerte, eran gente de bien y sensatez, de manera que decidieron tomarse las cosas en serio pero con serenidad y paz. Lo de la serenidad es un decir, ya que el texto refleja momentos de discrepancias apasionadas, pero no llegaron a las manos. Lo curioso del caso es que del incidente surgió un invento insospechado. Sin saberlo, convocaron y celebraron un Concilio. Fue tal la improvisación y escasa la asistencia, que si se os ocurre consultar la lista de Concilios que la Santa Madre Iglesia ha celebrado, observaréis que a este no lo nombran, pese a que, por pocos que concurrieran, ninguno como este tuvo a tan grandes Padres Conciliares. Intervino Pedro y Santiago, además de Pablo ¡anda ya!. Lo que en la misa de hoy leemos sería, en lenguaje actual, el resumen de las actas, con el visto bueno de “el Espíritu Santo y nosotros”. Esta expresión es un buen detalle de la íntima unión que sentía la incipiente comunidad con Dios.


Evidentemente no definen nada referente al Padre, ni a Jesús, se trata de comportamientos y, en vez de un cúmulo de órdenes y prohibiciones, se limitan a tres temas elementales. Deben alejarse del culto a los ídolos, para nosotros cosa que nada nos cuesta, pero que en aquel tiempo suponía valentía. Añaden un detalle que ha perdido actualidad. Cualquier hijo de vecino sabe lo que es la sangre y más o menos que función cumple en el organismo, pero en aquel tiempo creían que este líquido que circula por el cuerpo, era substancia divina, de aquí que cuando en su practica habitual se proponían comer carne de animal, lo primero que hacían era derramarla ritualmente en un pequeño pocito practicado en la tierra y acabado el rito, cubrirlo con el montoncito que había quedado al lado. No hace muchos años presencié este rito en Nablus, por parte de uno de los sacerdotes de la comunidad samaritana y en mi reciente visita al Sumo Sacerdote, le pregunté si continuaban haciéndolo así y me lo confirmó. Como veis todavía para muchos eso de la sangre es cosa seria en el aspecto religioso, de aquí que se abstengan no solo de beberla, sino de practicar las simples transfusiones. No había entonces que irritar inútilmente a los que de buena fe se abstenían de probarla. La tercera orden disciplinaria era la rectitud con que debían obrar en el terreno sexual. La comunidad cristiana había recibido del Señor las enseñanzas que vinculaban el sexo con el matrimonio y que este era un sacramento, aunque la palabra no la emplearan. No era caprichosa disciplina, hoy diríamos que era vincularlo antropológicamente con lo más profundo y mejorcito de la dignidad humana, en contra de los que lo consideraban, y por desgracia continúa habiendo gente que así lo consideran, exclusiva genitalidad, productora de placeres.
Poca letra contenía el mensaje que trasmitía la comisión, pero de gran significado.


Lo que os voy a contar, mis queridos jóvenes lectores, os puede parecer estrambótico, pero no quiero dejar de compartirlo. Anoche, como casi todos los domingos, veía por televisión, una trasmisión de ballet clásico. Había leído previamente el sucinto argumento, pero el derroche musical y coreográfico, era demasiado para poder entenderlo al detalle, cosa que no era impedimento para que disfrutase inmensamente al verlo. Pensé entonces que una sensación semejante se tiene cuando uno lee el Apocalipsis. Son bellas descripciones que uno no es capaz de interpretar, pero que nos trasmiten la seguridad del triunfo del Cordero, que evidentemente es Jesús, pese a los seres misteriosos que le acechan. Se habla hoy en día mucho de los peligros que rodean la vida de los clérigos, de las infidelidades de algunas de las figuras centrales de las comunidades, de los que gozan de notoriedad. Aventuran que el fracaso, la quiebra, está a punto de llegar. Se pretende olvidar que los protagonistas importantes, los buenos inversores y accionistas de la Iglesia, son las comunidades entregadas al servicio de los pobres, de los más desfavorecidos, de los marginados. Súmense los entregados a la adoración, a la contemplación, a la intercesión. Allí donde hay un núcleo cristiano hay un hospital, una escuela y, más o menos cerca, también una comunidad contemplativa. Si un día me dijeran que ya no hay asilos de Hermanitas de los pobres o de los Ancianos desamparados, que se han cerrado los Cottolengos, que las Hermanas de la Caridad han desaparecido, que las Misioneras de la Caridad o las de Xto Jesús, han dejado de existir. Que se han cerrado las cartujas y abandonados los monasterios de Carmelitas o de Clarisas, que se han extinguido los franciscanos, etc (cito nombres que conozco y aprecio, pero hay muchos más) ese día si que temería por la salud de la Santa Madre Iglesia.


Vuelvo al ballet. El momento que me satisface más es cuando acabada la representación, se levanta de nuevo el telón y el conjunto de danza, el director de la orquesta y el responsable de la coreografía saludan sonrientes. Es, para mí, la mejor parábola de cómo será el Fin del Mundo para los que hemos confiado nuestra vida a Jesucristo.
Ahora caigo en la cuenta de que a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, no os acostumbra a gustar el ballet. Se me ocurre una imagen que tal vez os sirva es la del final de unas olimpiadas. Aparentemente todo es barullo, multitud, movimiento, final de fiesta, pero todos sueñan ya con los próximos juegos, donde nuevos records serán alcanzados y la convocatoria gozará de estrepitoso éxito.