Solemnidad. Domingo de Pentecostés
San Lucas 24,46-53: La AscensiónAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
1- ASOMBRO
Se levanto como siempre, pero aquel día algo le intrigaba. Caminaba indiferente
sin saber qué le ocurría, sintió cansancio, cosa común, no se alteró, se tumbó a
la bartola, se durmió soñando cosas inauditas.
Se despertó aturdido, no sabía si había sido una pesadilla o le había ocurrido
algo extraño. Miró a su vera. La vio sorprendido, junto a sí, de inmediato se
sintió atraído, pero receló. Tenía manos como él, nariz, pies y pelo. Estaba
dormida, era bella. La volvió a mirar con suspicacia. Fue entonces cuando ella
se despertó y le miró asustada. Al poco se aproximó, quería abrazarlo, pero no
llego a hacerlo. Sonrió cuando el otro se fijó en ella, recorría con su mirada
todos los detalles de su cuerpo. Satisfecha de inmediato su vanidad, sintió
vergüenza. Los dos experimentaron turbación, trataron de alejarse, pero se
sintieron incapaces. Se aproximaron de nuevo, los brazos estrecharon al
juntarse, una sensación nueva, cual un agradable calambre, se escurrió por todo
su ser. Se separaron un poco, se volvieron a mirar, se volvieron a acercar, se
volvieron a fundir. Sintieron ambos algo nuevo, gozoso y desconocido hasta
entonces. No sabían intercambiar palabras, solo mirarse. No se comunicaron nada,
no hubo confidencias, era un secreto íntimo no compartido, que no se atrevían a
desvelarse, pero del que cada uno deseaba que participara el otro. Que nada de
los dos, o entre los dos, separara y fuera barrera de ignorancia, era su deseo.
Prefirieron por entonces, sin decírselo, conservarlo en el silencio. Y como si
nada hubiera ocurrido, continuaron caminando juntos. Tomaban de aquí y allá
frutas y se las llevaban a la boca. Gozaban del sabor, gozaban de cogerlas e
intercambiárselas. Una minúscula flor asomaba entre la grieta de una roca, él la
cogió y se la dio, ella se la puso en su melena sonriendo. Se observaron de
nuevo, volvieron a alegrarse, fue así como se inventó el regalo. Una flor
elegantemente ofrecida, continúa siendo el más bello don humano, ningún animal
es capaz de hacerlo.
Había sido el primer encuentro con ella. Para ella, el primer encuentro con él.
No es extraño que se asombraran. Ambos sintieron la fatiga propia de haber
acumulado tantas experiencias nuevas en un solo día y, al poco tiempo, se
durmieron.
Se levantó y miró en su entorno, se puso a caminar en solitario. Le intrigó una
cosa plana que veía no lejos de sí. La mano que se acercó a aquello, la vio
repetida. Por un momento pensó que pudiera ser la mano de ella, pero no, estaba
solo, ella se había quedado dormida en el fondo de la brecha. Pensó, empezaba ya
a pensar, que podía ser la mano de otro, pero tampoco. Se movía igual que la
suya, quiso tocarla y notó una extraña sensación. Algo suave rozó sus dedos, se
los acercó a la boca y le gustó, era una sensación agradable. Acercó su lengua y
notó una gran satisfacción. Era preciso que ella lo supiera, corrió a llamarla,
se la trajo a empujones, se quejó molesta, luego al mirarle a él y ver que
deseaba algo bueno para ella, sonrió. Comprendió que había hecho algún
descubrimiento y quería compartir. Llegó y miró lo que le señalaba él. Con
inexpertos ademanes le enseñó a beber. Se inclino, metió su boca en aquello, era
algo que se parecía a la boca de él. Un beso era lo más semejante a aquella
sensación. La vio alegre, le miraba ya sin prevención, se acercó a él y, sin
saber como, él la abrazó estrechamente y ambos sintieron en su interior una
felicidad inmensa. Se salpicaron con aquello el uno al otro, volvieron a
rociarse y sonrieron. Antes de alejarse dirigieron una mirada al agua, volvieron
a contemplarla. Aquella cosa, todavía no le habían dado nombre, había sido capaz
de que se encontraran, se estrecharan íntimamente y jugaran por primera vez los
dos. Sintieron de nuevo asombro, cosa que como ya se ha dicho, les distinguía de
otros seres.
Se despertaron, oyeron un silbido extraño, sintieron miedo. Por más que sus
cuerpos se apretasen, en sus espaldas notaban aquella nueva sensación. Era el
viento que les rozaba, ora como una suave caricia cálida, ora como un empujón
violento y frío. Se adentraron en la grieta y desapareció la molestia en sus
desnudos torsos, pero no el rumor misterioso, que se tornaba silbido enigmático
en algún momento. No dañaba sus cuerpos, pero eran incapaces de aprisionarlo
entre sus dedos, ni siquiera podían tocarlo, ni saber qué era. Aquel día
conocieron al viento y se asombraron de nuevo. Era aquello un chispa de
misterio, que les dejaba ansiosos. Querían saber, querían aprender, estaban
iniciándose en el progreso humano. Ninguno de los dos deseaba vivir indiferente
a lo que iba descubriendo. Que nadie lo ignore, ni lo olvide: el asombro es la
primera manifestación del crecimiento espiritual.
Del cielo cayó un rayo, rajó el árbol más cercano, brotó, sin saber como, el
fuego. Pronto se escurrió por la maleza, embadurnándola de su tinte carmín. Al
aproximarse a aquellas flores rojas que aceleradamente brotaban, sintieron algo
semejante a lo que notaban cuando se abrazaban, pero no, era distinto, agradable
al principio, pronto irritaba y quemaba poco después. ¿Qué era aquello? No
podían cogerlo, pues abrasaba. Pese a que no lo conseguían, ya que ni era duro,
ni blando, ni líquido, al parecer no era nada, no obstante, evidentemente algo
misterioso existía allí. Se miraron los dos y se vieron diferentes, aquello
había iluminado sus rostros y había cambiado el color de su piel, sin modificar
por ello su figura. Frente al fuego los dos volvieron a asombrarse. Común
coincidencia. Ni pudieron llevárselo a la boca, ni guardarlo, lo lamentaron,
aquello era sorprendente. Iban adentrándose en el descubrimiento del misterio.
Tener conciencia de que su conciencia era incapaz de entender algo, es haberse
adentrado profundamente en la realidad personal del ser humano, tan diferente
del animal, por muy viviente que pudiera serlo
Caminando un día alegremente, tomando de aquí y allá fruta bonita, de agradable
sabor, que saciaba el hambre que periódicamente sentían, toparon con un árbol
enigmático. No era muy alto, pese a ser muy viejo. Su ancianidad la delataba el
tronco nudoso y la cintura arrugada. Por entre sus ramas se escondían unas
bolitas ovaladas, verdes unas, oscuras otras. Buscó y rebuscó ella y le llevó a
él un montón de aquellos frutos, nunca habían visto nada semejante. Quería que
el primero que lo probase fuera él y así lo hizo. No le gustó, eran amargas y
con un hueso duro en su interior. De momento, aquella ofrenda la defraudó ¡Había
puesto tanta ilusión en el regalo! Él observó el gesto de ella compungido, no
quiso que la pena enraizara en su rostro. Puso en una losa aquellas olivas y
las machacó con un pedrusco. Fue un impulso espontaneo, no premeditado, pero fue
sorprendente lo que ocurrió. Resbaló un líquido dorado y suave. Untó en él sus
manos, frotó suavemente el rostro de ella, que brilló de inmediato, aumentando
la belleza de su tez morena. Sintieron ambos gozosa suavidad al acariciar sus
hoyuelos, que adornaban sus ojos. Comprobaron que era mayor la elasticidad de su
piel al recibirlo. Aquello era un elixir, era preciso guardarlo y se dieron a la
labor de acumular aceitunas, aplastarlas y recoger su jugo. Con el tiempo
supieron que aquel liquido dorado y suave, también curaba heridas. Era
sorprendente que de aquel viejo tronco tosco y seco pudiera salir un tan
prodigioso bálsamo y al comprobar sus cualidades, de nuevo sintieron asombro.
Acababan de descubrir el aceite.
Su encuentro personal, el descubrir el agua y mojarse, el dejarse acariciar por
ella, el notar el viento, el sentir miedo cuando los empujaba o cuando
pronunciaba su lúgubre lamento, el embadurnar su cuerpo con aceite, que
aumentaba el atractivo y daba elasticidad a su piel, el contemplar el fuego que
les sugería y estimulaba pasión, todo ello eran sensaciones nuevas, que no
conocían más que ellos. Los animales que pululaban en su entorno, eran incapaces
de dejarse seducir por estas sutilezas.
Fueron conscientes de que sus cuerpos cambiaban. El de ella evidente mucho más.
Un día empezó a aumentar el tamaño de su vientre, al cabo de un impreciso
tiempo, floreció un capullo y, sin esperarlo, se encontraron que ya eran tres y
lo celebraron de inmediato. Continuó floreciendo y fueron cuatro. Al principio
aquellos frutos eran pequeños, pero a medida que maduraban, fuera del cuerpo de
ella, crecían, agilizaban sus movimientos y se alejaban del cubil.
Volvió uno un día con la cabeza gacha, esquiva la mirada, muda su boca. Algo
inaudito había pasado. Salieron en busca del motivo que había ocasionado aquel
cambio, encontraron al otro tendido en el suelo, inerte. Había muerto. Lo había
matado su hermano, dedujeron. Clamaron al Cielo, no hubo respuesta. El causante
se alejó avergonzado. La tristeza les embargó, aquello no era asombro, era pena
inmensa, dolor espiritual. Se les adhirió de tal manera, que con frecuencia
volvía a aparecer y atenazarles. Clamaron al Cielo, algo escucharon, poco
entendieron. Decidieron guardar el fruto ajado bajo tierra. Tal vez un día
podría volver a correr, a jugar y a sonreír.
Si así obraron fue porque en el entretanto, habían intuido que existía algo
supremo, lejos de ellos, pero muy profundamente relacionado con ellos. Debía de
ser más bello que una flor, más bueno que un regalo, más cierto y verdadero que
lo que su experiencia les había enseñado. Sin atreverse a darle nombre, habían
intuido la Divinidad, que les causaba mucho respeto y hasta a veces miedo, pero
que sin saber cómo, les permitía vivir, soñar, proyectar, crecer. Constataron
que en el jardín de su convivencia, sin saber quien lo había plantado, pero
sospechando que había sido “aquello” crecía un hermoso arbusto al que llamaron
esperanza. Vivir envueltos en aroma espiritual de aquella misteriosa planta,
les permitía continuar avanzando, crecer, multiplicarse, aprender a trabajar,
aprender a crear, ser cada vez más ellos mismos. En una palabra: vivir cada vez
con más originalidad su peculiar condición humana.
Pasaron años, tal vez siglos, antes de que se dieran cuenta de que existía un
animalito encantador. Era un ave presumida. No olvidaba nunca adornar su cuello
con un collar. Presumida sí, pero no orgullosa. Toda ella exhalaba ternura
cuando jugaba su alrededor. Si se elevaba mostraba la potencia de sus alas.
Antes de descender y posarse, se paraba un instante, para que nadie sintiera
miedo de ella. Les gustó tanto que decidieron incorporarla a su cobijo. Salía
cuando quería, volvía a su antojo, no obstante, sus arrullos les recordaba a
ellos, los hombres, a aquella pareja de hombre y mujer enamorados, su amor y, al
escuchar sus arrullos, se miraban y acababan abrazándose de nuevo. Fue así como
la paloma se incorporó a la historia doméstica, anudándose al rosario de los
asombros.
-Un arcángel le dijo al oído a un serafín: los hombres de hoy sólo saben
comprar, gastar y tirar. No saben como son las cosas y pronto les estorban en su
casa y las tiran de inmediato. Nadie se asombra de nada y comportándose así,
serán incapaces de encontrarse con el Altísimo que no tiene nada en común con lo
que ellos consumen… Un querubín que lo escuchaba se limitó a decir: ellos se lo
pierden, compañero. Insistió de nuevo el ángel: parecen tontos, consumen,
devoran, se mueven frenéticamente. Quieren soñar felicidad y han de acudir al
pobre sucedáneo de la droga…
El querubín serenamente le advirtió: a nosotros se nos ha prohibido el
sufrimiento: contempla con ecuanimidad a los hombres. En todo caso, habla de
ellos a Dios, si lo quieres, puedes ser ángel de la guarda.
La sugerencia del querubín le pareció excelente… Fue así como las dos creaciones
de las que tenemos conocimiento, empezaron a encontrarse.
2- AUDACIA.
No es preciso continuar la narración, lo contado es suficiente para darse cuenta
de que el hombre progresará mientras sea capaz de asombrarse. Si es un simple
consumidor, si se limita a comer, dormir y … si en su tiempo libre es un mero
espectador o dormilón, continuará viviendo, vegetando más o menos consciente, en
la niebla del acumular egoísta o en la esclavitud de la droga, hasta caer en el
hastío. Así viven muchos hombres, tragándose amargos fracasos. Y de desgracia en
quiebra espiritual, de goce íntimo egoísta en placer consumido atolondradamente,
de dominio y violencia con el otro o la otra, en soledad e infortunio. Así pasa
un día y otro día, siempre experimentando negativamente. De sorpresa en asombro.
De explorador de nuevos caminos y parajes, hasta llegar a lejanas tierras. De
indagador de recursos que sirvan de ayuda a necesitados de grandes salvaciones,
así pasa la vida de otros, gustando cotidianamente la felicidad. De una u otra
manera, ha ido creciendo lo acumulado en su memoria, aumentando la profundidad
de su interioridad espiritual.
El proceso fue muy largo, el crecimiento lento, pero llegó un día a enterarse de
que la divinidad es Dios, es decir, un ser personal, comunicable, capaz de
hacerse amigo, si se le acepta y se le permite entrar y abrigarse en la propia
intimidad, que no le es a Él desconocida. Este descubrimiento aceleró la
historia, el hombre atisbó nuevas posibilidades. ¡Qué grandes fueron los días
de Abraham en tierras de Jarán y en Siquem. Desde entonces el arbusto que
llamaron esperanza, se hizo árbol fornido. Más que doméstica compañía y adorno,
se hizo sostén y pilar central, que da seguridad arriesgada a muchos. Fue por
ello por lo que el humano se pudo hacer aventurero, seguro de que un día no
lejano, alguien iluminaría su futuro, mostrándole que la existencia no se acaba
cuando cierra los ojos y le entierran.
Se hizo patente este pronóstico el día que apareció una estrella. No era más que
el resplandor de una chispita surgida en Belén. Empezaba la historia de Jesús,
el Lucero del alba, capaz a temporadas de orientar también en la noche. Cambió
el mundo, muchos no lo supieron, muchos todavía no lo saben. Es preciso que se
enteren.
No hay que olvidar que la Criaturita creció, se hizo joven y se enzarzó en
diputas académicas en Jerusalén, que inquietaron a sus padres. Se independizó de
la familia, de su Madre, lo único que le quedaba, y se enzarzó en el anuncio de
programas de vida, que enardecían a unos, desconcertaban a otros e irritaban a
los poderosos. Al final, aparentemente, su vida había sido un fracaso. Para
colmo de desdichas, la gente lo vio colgado de un madero y muerto. Decayó el
estado de ánimo de los que habían permanecido a su lado, de tal manera, que casi
todos se dispersaron.
Las mujeres no, ellas no quisieron dejarle solo, pero ¿qué contaba su proceder
en una sociedad donde los dominadores siempre eran varones? La marginación que
sufrían evidenció, al ser ellas las primeras privilegiadas en conocer su
resurrección, el aprecio que por ellas sentía el Señor. Porque duró poco el
intervalo desconcertante. Resucitado, se dio a conocer a muchos, se encontró
familiarmente con algunos, hasta quiso comer con ellos, lo que en sus redes
habían pescado. Evidentemente era Él, se lo repetían los unos a los otros, no
había duda de que había triunfado sobre la muerte, pero un no-se-qué les
atenazaba y no eran capaces de sustraerse al miedo.
En ello pensaba Santa María, madre, faro de los navegantes hacia el eterno. Ella
que había dicho siempre sí a las proposiciones del Señor, observaba perpleja que
los amigos y las compañeras que con Él habían colaborado, no se decidían, no
cambiaban, parecía como si no se hubieran enterado de que la historia ya tenía
otro sentido. Hasta que llegó un momento…
No era un día cualquiera. La gente celebraba que habían brotado las espigas de
trigo y las ofrecían a Dios. Recordaban también, la entrega en la sublime
montaña del Sinaí, de la Ley que regía su vida. Comían alimentos que un día para
sus antepasados fueron novedad, pues eran los primeros frutos de la Tierra
Prometida. Esta era la realidad social, pero a la comunidad que se mantenía fiel
a las enseñanzas del Maestro, no les era suficiente, estaban ansiosos de que
algo ocurriera en su interior, para que fueran capaces de vivir de otra manera.
Lo veían claramente, pero se sentían incapaces de obrar de acuerdo con aquellas
enseñanzas tan notoriamente nuevas, distintas y revolucionarias, que habían
recibido.
Estaban encerrados en aquel ámbito repleto de recuerdos. Allí se celebró la
Nueva y Eterna Pascua, allí disfrutaron y aprendieron tantas cosas en los
imprevistos, pero esperados y deseados encuentros con el Maestro. Sí, allí se
respiraba aire distinto, pero intuían que era preciso que hubiera un cambio. No
se trataría de muerte y resurrección corporal, que ya fue suficiente la del
Señor. Debía morir el miedo y resucitar la audacia. ¿Quién era capaz de imaginar
de qué manera esto iba a ocurrir?
Pues sí, ocurrió y de esta forma, de repente se escuchó un ruido tremendo y
solemne al mismo tiempo, atronaba sin herir y unas llamas de fuego aparecieron
sobre sus rostros, caldeándolos sin abrasarlos. Eran simples sensaciones,
imágenes visibles de algo grande que en ellos penetraba. Ocurrió dentro, en el
corazón, y lo que se fragua en el fondo del interior, es siempre inenarrable. A
estos hombres y mujeres allí refugiados, unidos por entrañable amor, la
habitación cerrada se les hizo inaguantable, sufrieron claustrofobia espiritual.
Abrieron puertas y ventanas, clamaron y gritaron. Todo lo vieron nuevo, su
mirada y sus palabras cambiaron la percepción de los que junto a ellos estaban.
Y el mundo empezó a saber que el Espíritu empapaba a aquellos hombres. Aquel
instante sí que fue el momento del gran asombro.
María recordaba entre tanto un gran momento suyo, vivido allá en Nazaret, había
sido un Pentecostés a su medida, había entonces empezado a saberlo, ahora lo
comprendía mejor. Recibió un don para su bien, se inició la efusión de una
gracia para toda la humanidad. Este pequeño Pentecostés, comenzó en el seno de
Santa María, que dio a luz al Salvador y Redentor. El gran Pentecostés, nacía
ahora y daría a luz a la Santa Madre Iglesia.
Aquel gran Pentecostés no se acabó cuando se abrieron las puertas del Cenáculo,
prosiguió, quedo libre y fue caz de llegar hasta nosotros. Somos los
continuadores de aquel gran momento. Será preciso, pues, que seamos consecuentes
con ello y vivamos el encargo recibido.
Como en las grandes rutas de los grandes recorridos, es necesario pararse de
cuando en cuando en un calvero para reflexionar. Alimentarse con la oración,
para recuperar las energías imprescindibles para continuar la misión que se nos
ha encomendado. Detengámonos unos momentos esta noche y entreguémonos a
palabras, gestos simbólicos y canciones, que nos recuerden que es lo que Dios
espera de nosotros.
La audacia sin contar con la ayuda del Espíritu Santo es peligrosa temeridad. El
atrevimiento sin su compañía, imprudencia grave. ¡Cuantas veces hemos fracasado,
porque nuestras decisiones las hemos tomado solos y las hemos querido llevar a
término sin contar con su ayuda.
3. ORACIÓN
(AGUA) Haz, Señor, que seamos limpios y castos, como el agua del manantial que
nace en la montaña, hija de las nieves, que fecunda campos y satisface
sedientos. Que el agua de tu Gracia nos devuelva la cristalina limpieza de la
que carece muestro corazón.
-Llena mi interior de esta Agua.
Veni, Sancte Spiritus, … (melodía de Taizé)
(VIENTO) Haz, Señor que el ciclón del mal, del consumismo, de la vanidad, de la
pereza y del egoísmo, pase de largo. Y si ya ha tomado posesión, que tu Aliento,
que es suave brisa, lo disipe, y nuestra conciencia quede transparente, como la
atmósfera después de haber soplado un vendaval.
-Empuja mi nave, hacia lo espiritual eterno.
Veni, sancte Spiritus, … (id)
(FUEGO) Haz, Señor, que nuestro corazón arda de amor, que se desviva por llevar
el calor de tu Caridad a nuestro entorno, que sea lo que más apreciemos y que
nunca lo releguemos a hacerlo si hay tiempo, si no sabemos qué hacer, si nada en
aquel momento nos interesa. Que alumbre y caliente de amor y a nadie le resulte
indiferente nuestra compañía.
-Abrásame de amor y que a todos lo regale.
Veni, sancte Spiritus, … (id)
(ACEITE). Haz, Señor, que seamos suaves como el aceite del olivo, bienhechores
como bálsamo de algunas plantas, perfumados para los demás, como el aroma de las
flores.
- Dulcifica mi trato y que a todos transmita tu bondad.
Veni, Sancte Spiritus... (id)
(PALOMA). Haznos, Señor, sencillos y cándidos como palomas. Aunque nos engañen,
que no perdamos la ilusión, que lo más real que poseamos y apreciemos, sean
nuestros ensueños. Que el dinero, las propiedades, los gustos y apetencias,
nunca constituyan lastre que nos impidan volar hacia Ti
-Ilusióname interiormente, que ningún absurdo miedo, me detenga.
Veni, Sancte Spiritus, … (id)
4- LA PALBRA DE DIOS, NOS CUENTA…
1º PENTECOSTÉS DE LOS JUDIOS AMIGOS DE JESUS, ELLOS Y ELLAS. (Hechos de los
Apóstoles 2, 1-41)
2º PENTECOSTÉS DE LOS GENTILES, FAMILIA Y AMIGOS DEL MILITAR ROMANO CORNELIO
(Hechos de los Apóstoles 10,1 a 11,24)
5- DONACIÓN GRATUITA
El ángel de la guarda, uno de los ángeles de la guarda, llamó al arcángel San
Miguel, que acudió de inmediato. El de la guarda le comentó: los hombres se
aseguran y reaseguran. Toman precauciones de todo tipo y desconfían.. ¿Tú sabes
el motivo de que no sean valientes? ¿Es que no se han dado cuenta de que una
vida sin una cierta dosis de riesgo, es aburrida? Tú, que en otras
circunstancias, te levantaste defendiendo al Altísimo, contra el Lucero, la
maravilla más preciosa de entre los nuestros, pero que existía centrado en sí
mismo, olvidando los planes de Dios, Tú, ¿No serías capaz de estimular de alguna
manera a estas hastiadas criaturas? El arcángel Miguel lo consultó con Gabriel y
acudieron los dos a pedir la colaboración de Rafael. Los tres habían servido a
Dios en situaciones importantes y junto a Él permanecían siempre. Sabían, pues,
algo de la divinidad y de sus cualidades. Era suficiente una insinuación, para
que al instante, su Amor, su generosidad, su capacidad de inventiva, de
maravillosa imaginación, se pusiera en marcha. Antes de que el arcángel abriera
la boca, empezó a ocurrir y fue de la siguiente manera..
De repente todo se hizo luminoso, pese a que nada alumbrase la estancia. El
resplandor era intenso, pero suave. A nadie deslumbraba. Los rostros cambiaron,
la mirada se hizo sorpresa, la boca palabra entusiasmada, huyó totalmente del
ámbito cualquier resto de miedo. El silencio de asombro lo invadió todo y se
introdujo en los cerebros. La audacia les caló hasta los tuétanos y no
renunciaron a proyectar y cumplir ninguno de los antiguos sueños. Reinaba la
diafanía, de aquí la paz que se gozaba.
Se escuchó una voz en off. Era la del Espíritu Santo. Daba órdenes a un serafín,
diciendo:
Esta noche me siento satisfecho, vete ahora mismo tú, serafín sublime, y
llévales mis generosas dádivas. Que cada uno elija la que más crea necesitar, la
que más le guste. Desearía yo, que cada cual las escogiera todas y empezara de
inmediato a aprovecharse. Que lo hiciera poco a poco, de uno en uno. De acuerdo
con las necesidades más perentorias, pero que no desperdiciara nada. Respeto la
libertad, pero mi Amor es muy grande, mucho mayor que las limitaciones que
ellos puedan tener. Llévales:
SABIDURÍA. Que es gusto por lo espiritual, terreno del que está tan alejado el
hombre de hoy. Es preciso saber juzgar según el estilo nuestro, que no olviden
que soy, con el Padre y el Hijo, único Dios. Se trata de tener una mirada que
penetre en la interioridad de la persona, prescindiendo de sus riquezas, de su
juventud, de su atractivo. El don facilita contemplar con simpatía lo que es
Trascendente, sabiendo apreciar los bienes celestiales, por encima de todo lo
terreno.
ENTENDIMIENTO. Para comprender la Palabra revelada y profundizar en su
contenido. Dejarse llevar por los impulsos interiores que siembre en cualquier
momento. (dicho sea de paso y para que se entienda mejor, dijo por lo bajo el
serafín: los discípulos de Emaús, son un buen ejemplo, ellos decían ¿no ardía
nuestro corazón cuando hablaba con nosotros por el camino? (Lc24,32) El don
supone tener sentido de Fe, que guíe en las opciones concretas.
CIENCIA. Ilumina la conciencia en los momentos clave de la vida. Acompaña en la
resolución de las crisis. Enseña a tener clara una escala de valores a los que
se debe ser siempre fiel. Evita la exaltación de lo que simplemente está de
moda, pero que carece de auténtico valor humano y religioso. Da cualidades de
peritaje espiritual, ayudando a ver lo bueno de las nuevas tendencias y
descubriendo lo que es pura satisfacción, culto de la personalidad, mediocridad.
CONSEJO. Enriquece la prudencia, virtud natural. Es perito logista que
interviene con sus astutas operaciones, en la elección de la vocación, de la
profesión. Es admirable asesor en los momentos de decidirse a comprometerse
amorosamente en el acompañamiento perpetuo de otro en el matrimonio. Es apoyo,
ayuda, buen compañero para los momentos en que las pasiones: ambición de dinero,
de dominio sobre los demás, de obsesión por conseguir afanosa y desbordadamente
el placer sensual, invaden el alma cual ciclón espiritual.
PIEDAD. Sana la dureza de carácter y abre el corazón a la ternura. Se ve lo
Trascendente como padre cariñoso. A los hombres se les considera hermanos,
llamados a formar la gran familia de los invitados a la existencia gozosa y
eterna. La piedad es oración.
TEMOR DE DIOS. Presentarnos con espíritu contrito, sin altanería, ni exigencias.
El alma se preocupa de no ofenderle, por lo que no siente nunca pánico, pero
siempre, eso sí, respeto. Sabe que en algún momento la fidelidad a la Ley exige
renunciamientos y los acepta con serenidad y lealtad. Tiene siempre presente la
misericordia, para obrar de acuerdo con tal amor. Nunca se siente esclavo, vive
siempre con amor filial.
FORTALEZA. Fuerza sobrenatural, por encima de la fuerza humana, para vencer las
dificultades: la pereza, para sobrellevar las adversidades, sin desviarse del
camino. Supera la timidez y apacigua la agresividad. Jesús en Getsemaní demostró
gran fortaleza, os lo recuerdo, por si lo hubierais olvidado. Todos, con
seguridad, seréis tentados, pero este don os facilitará la victoria
6- INGENUIDAD – FINAL -
Impongamos ahora nuestras manos sobre las tarjetas que recuerdan los dones que
deseamos recibir. Que nuestra mente se concentre en el Señor. –silencio unos
momentos- y digamos:
¿Estoy asombrado de la obra de Dios, en la historia humana? ¿Siento asombro y me
gusta reconocerlo al considerar lo que Él ha hecho en mí?
¿ Deseo ardientemente esta noche ser audaz, decidido a iniciar, o proseguir, la
aventura de mi vida? ¿O soy de los que prefieren no arriesgarse y no esforzarse,
ya que la audacia no me es atractiva?
Asombro y audacia son realidades, cualidades, humanas, consecuencia de los dones
de Dios en cada uno de nosotros. Llamamos a estas dádivas generosas, Dones del
Espíritu Santo. Están anotados en estas tarjetas que recibiremos. Tributémosles
nuestro aprecio besándolas al aceptarlas. Que los más jóvenes, los niños
predilectos del Señor, aquellos que no han sido todavía lesionados por el
pecado, las repartan, y en silencio recibámoslas, deseando que se peguen a
nuestro corazón y nada ni nadie, sea capaz de arrebatárnoslas, de manera que
salgamos hoy de esta vela, de la iglesia donde estamos reunidos, con mayor salud
espiritual de la que teníamos al empezar.
Ángeles, arcángeles, querubines y serafines, nunca se sintieron tan cercanos a
los hombres como en esta noche. Siempre se habían sentido superiores a nosotros,
ya que eran puro espíritu. Ahora reconocen que nosotros los hombres,
incorporamos al entorno divino la materia espiritual, que es nuestra más genuina
realidad. Como nos dice San Pablo: glorifiquemos siempre a Dios con nuestro
cuerpo (ICor 6,20)
Y por un momento y sin sentar precedentes, son ellos, hoy y ahora, los que más
se asombran.