Solemnidad. Domingo de Pentecostés
San Juan 20,19-23:
Pentecostés

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

La palabra significa cincuenta, son los días pasados desde Pesaj, el nombre hebreo de la Pascua, es como llama a la fiesta la traducción griega del Antiguo Testamento, la que llamamos Septuaginta, y que fue la más usada por la primitiva comunidad cristiana. Como ahora cuenta más en el mundo judío, el texto hebreo, la llaman con preferencia shevuot, fiesta de las semanas. Se trata de la celebración ancestral de las primeras espigas de trigo (como Pesaj lo era de las primeras de cebada). Ellos celebran este día también, la entrega en el Sinaí de la Ley y la entrada y el gozo de la Tierra Prometida. De aquí que, entre otras cosas, coman productos de la tierra y principalmente lácteos. (Una de mis costumbres a este respecto, es obsequiar a los que vienen a la Vela de Pentecostés, con un vasito de cuajada azucarada aromatizada. Los chiquillos esta noche reparten “chuches” a los adultos, caramelos, anises, o qué sé yo lo que se les puede ocurrir).


Nosotros, en realidad lo que celebramos es la segunda venida del Espíritu Santo, ya os contaré cual fue la primera.  


Tener una idea luminosa, a todos, en un momento u otro, nos ha ocurrido. Salir corriendo a buscarla, es bastante común. Desanimarse al poco y abandonar el camino iniciado con entusiasmo, es probable. No es suficiente estar enterado o ser persona entusiasmada. Recuerdo un chico que ilusionado me explicaba sus proyectos de hacerse sacerdote y acabó en el terrorismo violento y muerto a causa de ello. De chicas que proyectan hacerse médico para irse a África o a India y que con el tiempo, o no acaban la carrera o son simples funcionarias de la salud ( que no está mal, ni mucho menos) también os podría contar casos. En el mismo sentido, se puede hablar del magisterio. No hay cosa que resulte tan gozoso imaginar, como enseñar al que no sabe. Pero no es extraño que pasado un tiempo, aquella romántica ilusión se abandone, afirmando que no existe vocación de maestro, que se trata de ser competente enseñante y nada más.


Los ejemplos que os he puesto, mis queridos jóvenes lectores, desearía que sirvieran para que a vuestra vida cristiana, no le pasara algo semejante.


Dios sabe como es el hombre, lo sabe porque es su creador y porque el Hijo, llamado históricamente Jesús, lo ha sido. Predicó una doctrina sublime, la acompañó de gestos de amistad, de prodigios y milagros maravillosos. Murió por ello y sus más allegados lo vieron. Resucitó y muchos lo comprobaron en variados encuentros con Él. Desde esta prodigiosa realidad de resucitado, les fue instruyendo. No obstante, Él sabía que no era suficiente. El calor vuelve perezoso al hombre. El frío dificulta el trabajo. El sueño retrasa muchos proyectos. Hasta aquí se trata de factores menores. La ambición arrasa todo deseo de mejorar el bien obrar. Las pasiones ahogan el dominio de uno mismo. El orgullo aplasta los planes más generosos. Y esto ya es peor. Y no olvidemos que todos, en algún momento, sentimos indolencia, deseos de poseer riquezas, de triunfar. No nos “fabricó” mal Dios, somos nosotros los que, poco a poco, nos hemos ido echando a perder.


Dios lo sabía. Jesús lo tenía en cuenta. Pensaba en ellos, los discípulos y en nosotros, y afirmaba: conviene que me vaya, es preciso que os envíe y recibáis el Espíritu Santo. Gracias a ello, podréis seguir los caminos que os he indicado.


Y vino el Paráclito, que así le llamamos también (la palabra significa defensor) y el proceder de los Apóstoles y discípulos, ellos y ellas, (acordaos que la apóstol de los apóstoles fue una mujer, María, la de Mágdala) cambió en aquel momento radicalmente.


No la de todos. Santa María, madre de Jesús, ya había tenido su llegada del Espíritu Santo, allá en Nazaret, el día que Dios, con su consentimiento, empezó a ser hombre. De aquí que, entre tanta gente como estaba encerrada en el Cenáculo, ella se sintiese seguramente muy complacida, recordando aquel sublime momento. Para ella no era novedad, pero observaría como los amigos de su Hijo, recibían los dones. Al principio os decía que celebramos hoy la segunda venida, ahora os he contado cual fue la primera.
Hubo posteriormente otra efusión solemne, la llamamos “el Pentecostés de los gentiles” y se nos cuenta en el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles” (10,1 a 11,24)


La Venida del Espíritu Santo tuvo como consecuencia, la recepción de sus dones. Tradicionalmente  los hemos agrupado en siete conceptos. Son como las vitaminas para el cuerpo. ¿Os acordáis que las llaman biocatalizadores? Pues algo paralelo, en el ámbito espiritual, lo son. Para obrar el bien es necesario querer y saber hacerlo, pero, seamos sinceros y humildes, es preciso la ayuda de Dios. Os los menciono sucintamente. Sabiduría (preferencia por lo espiritual), Entendimiento (para comprender la Palabra de Dios), Fortaleza (que es carácter, ejercido en el seguimiento de Jesús), Ciencia (ilumina la propia conciencia, para evitar desvíos), Consejo (enriquece la prudencia), Piedad (sana la dureza y procura la ternura) y Temor de  Dios (que no es pánico, sino respeto).


Hoy es día de que pidamos estas gracias a Dios-Padre, mediante su Hijo unigénito, Hermano Mayor nuestro, movidos por el Espíritu Santo que nos empapa.


Hoy debemos recordar que fue en Pentecostés, cuando nació la Iglesia de Jesús, en la que vivimos gracias a la evangelización que en aquel mismo momento iniciaron los Apóstoles y que nosotros debemos continuar, si queremos ser consecuentes.