Solemnidad. Santísima Trinidad, Ciclo C
San Juan 16,12-15:
La Santísima Trinidad.

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Lo de proclamarse ateo es arriesgado. Como decía aquel, para serlo, hay que saber mucha teología. Preguntadle, mis queridos jóvenes lectores, a alguno que diga que lo es, cuales son sus razones profundas para definirse así, le será imposible encontrarlas. Lo corriente es prescindir prácticamente, en la vida ordinaria, de referentes religiosos. Hoy está de moda declarase agnóstico y al faltarle fronteras ideológicas a tal postura, no es necesario dar demasiadas explicaciones. Otros afirman: no soy religioso, pero sí creo en la espiritualidad. Proclaman también: religiosidad sí, pero sin dogmas, ni iglesias que encorsetan, privando de libertad. Algunos, al oír tales afirmaciones, las aceptan satisfechos. No negaré que los tales tienen más categoría que los que se contentan con comer, comprar, dormir, divertirse y…


Ahora bien, la mayor felicidad, el hombre la consigue compartiendo. Al llegar a una cierta edad, supongamos 12 o 13 años, se goza explicando intimidades. Tal vez sean proyectos o logros. O atractivos personales, inicios de enamoramiento. La mirada emocionada de una chiquilla, dirigida a un compañero de otra clase, es un encanto. La confidencia a la íntima amiga, un portento maravilloso. ¡qué maravillosas fueron tales situaciones, que todos recordamos! Pero pronto se experimentó la traición. Al secreto explicado al oído, se le dio publicidad. Y se sufrieron los primeros fracasos en aquellos proyectos de amistad. Algunos, escarmentados, no se atrevieron a continuar y tal vez se hicieron adultos solitarios. Tuvieron colegas, cómplices o socios, pero nunca les aportaban la satisfacción de la que ellos estaban sedientos. Algunos, privilegiados ellos, encontraron a alguien que les amó tal como ellos eran, y gozaron de su suerte. Pero la muerte los separó un día y cayeron en gran desaliento y depresión.


Parece que la situación del hombre sea trágica. En realidad, quien la vive, está preparando al descubrimiento de que todo lo que su corazón más ansía, lo encontrará en Dios.


Muchas veces, en mis contactos personales, suelo decir: te hablo de Dios, o de Jesús, no para traerte a mi grupo, no para conquistarte y conseguir un nuevo cliente para mi Iglesia. Te explico estas cosas, para que, si las aceptas, seas feliz, o más feliz.


Al cristiano se le ha concedido la gracia de poder entrar en la intimidad de Dios. La situación es sorprendente y fascinante. De repente, a cosas muchas veces oídas, se les da un nuevo valor. Ese “Algo superior” que muchos conceden debe existir, se convierte en un Ser personal, admirable y misterioso. Quien hasta aquí llega, se encuentra muy cercano. Si es capaz de, con humildad e ingenuidad, solicitar ser atendido, se le abre la puerta y es entonces cuando goza de la mayor dicha. Dios es su confidente. Y Dios es misterioso, pero no engaña.


Situado en tal proximidad, Dios le cuenta, le habla de sí mismo. Le comunica que es Padre creador, Hijo comunicador, Espíritu santificador. Y no es un revoltijo. De lo que más está convencido, es de que Dios, se le considere desde donde fuere, es Amor. El hombre entonces se atreve a contarle sus anhelos, a manifestarle sus necesidades, a arroparse a Él en busca de protección.


Aquello de lo que había oído hablar y nunca entendía, el misterio de la Santísima Trinidad, continúa no entendiéndolo, no le importa, pues goza de participar de su existencia. Como tal vez no entienda las frases que aparecen en los dólares, sin que le enojen, lo que enriquece es tener un buen puñado. La riqueza espiritual la proporciona la Gracia, sin que nadie sepa exactamente que es y como es. Lo importante es tenerla y conservarla.