XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 10, 25-37: El SemáAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Tenemos la tendencia a identificar a los judíos como individuos de nariz aguileña y luenga barba, añadiendo a veces tirabuzones y largas levitas. He estado bastantes veces en Israel y os aseguro, mis queridos jóvenes lectores, que no son estos los distintivos. No existe raza judía. Existe pueblo judío, con una serie de contenidos humanos, que casi siempre les son comunes, es lo que llamamos fe israelita. Es curioso comprobar que puede uno oír de nuestro interlocutor que no es creyente y hasta explicarnos sus razones, pero difícilmente si le decimos que nos recite el “semá”, os contestará que no lo sabe. Recuerdo un joven médico-pediatra que nos acompañaba como guía por el Sinaí. Observando la piedad cristiana del grupo, nos dijo sin inconvenientes, que era ateo. Pero, en llegando a la cima de la montaña santa, nosotros proclamamos nuestro credo y le pedimos que él nos recitara el “semá”. De inmediato nos respondió: el “semá” aquí, lo tengo que cantar. Y fue como un grito solemne, lo que escuchamos en la inmensidad del paisaje impresionante que se divisa desde allí. Y también le solicité lo mismo, no hace de esto ni siquiera un año, al Sumo sacerdote del pueblo samaritano, también accedió de inmediato. Os podría explicar otros ejemplos, basten estos para que comprendáis lo entrañable que les resulta la formula.
Vamos al texto evangélico de la misa de hoy. Este hombre ilustre, que por mucho
que lo pudiera ser ni siquiera el evangelista nos da su nombre, pregunta, más
que para saber, para darse importancia, que es lo que debe hacer, si quiere
conseguir la vida eterna. Jesús le responde a su vez con una pregunta: ¿que es
lo qué está escrito?. Y es entonces cuando responde recordando el “semá”. Pues
cúmplelo, le dice el Señor. No se había presentado en público para irse de
inmediato, debía justificar y demostrar que era hombre de elevados pensamientos,
así que quiso continuar su intervención y dijo: ¿Quién es el prójimo?
La parábola que explica el Maestro puede hacer referencia a un hecho ocurrido
aquellos días. Así lo piensan muchos y lo que os contaré añade probable
veracidad. El camino de Jerusalén a Jericó tiene un desnivel enorme. La
distancia que separa la Capital de Israel de la Ciudad de las palmeras, que así
se llama la segunda, es de unos 30 Km. y en este corto trecho, pasa de 750m
sobre el nivel del mar, a 400 bajo este mismo nivel. El trayecto se hace hoy en
día por una moderna autopista, ahora bien, si uno se espabila, puede salirse en
algún tramo y caminar por la antigua senda, la que tantas veces siguió el Señor.
De acuerdo con la creencia que os contaba, en un cierto lugar, hay una pequeña
explanada con un edificio que, evidentemente, ya se ha convertido en una tienda
de souvenirs. El peregrino lee allí, llamado actualmente el “Kan del buen
samaritano” el fragmento evangélico que se nos ofrece para la misa de hoy.
Aunque este trecho lo siga uno en coche, queda impresionado por el desierto de
Judá, que lo va atravesando de oeste a este. Al wadi por donde transcurre el
viaje, se le añaden a ambos lados, otros que a él llegan perpendicularmente.
Estar escondido en cualquier rincón, aparecer, atacar y desaparecer con el botín
conseguido, resultaba, pues, cosa fácil. A los primeros oyentes que conocían de
sobras el paraje, les resultaba muy entendedor el ejemplo puesto por el Maestro.
Prosigo. La víctima, el hombre agredido y robado, quedaría, según el relato, en
lo que hoy llamaríamos pronóstico reservado.
Los que pasaron serían equivalentes, creo yo, el primero, a un consejero
delegado, de una multinacional que a bombo y platillo, proclamaba ayudas
generosas a distinguidas ONGs. Aquel pobre hombre, pensó, era muy poca cosa para
él. Si le ayudaba en ese momento, nadie se enteraría, no crecería el prestigio
de la empresa y los gastos no los podría declarar al fisco, para la
correspondiente desgravación. Otro día será, hermano, pensaría para sus
adentros.
El segundo, sería el equivalente a un inconformista universitario, colocado,
gracias a una beca, en una empresa que no peligraba quebrar. Para su talla
“aquello”, el pobre hombre herido, era muy poca cosa. Él no se entretenía en
minucias: Precisamente, estaba aquellos días muy ocupado, preparando las
incisivas palabras con que finalizaría su discurso, al final del mitin de
protesta, por la marginación que sufrían los anónimos proletarios.
El tercer actor, el protagonista, podría ser un emigrante, como tantos que
abundan entre nosotros, a los que nos hemos dignado asignar las labores más
ínfimas, llámesele barrendero, peón de la construcción o recolector de fruta.
Pese a su situación de marginación, o tal vez porque la sufría, sabía el buen
hombre compadecerse, y no solo atender a las necesidades del momento. De aquí
que no se limitase a despedirse con buenas palabras, diciendo que tiene prisa,
que se espabile, que ya lo ha dejado bajo techo. No obra precipitadamente, paga
por él los gastos inmediatos y promete satisfacer, si es necesario, los
sucesivos.
¡Cuantos de entre los nuestros, saben al dedillo los posibles fraudes, los
tantos por ciento que se quedan los intermediarios, las posibilidades de que se
desvíen por otros caminos, las aportaciones que podamos dar a las organizaciones
benéficas!. Cosa que les disculpa, según creen, de prestar ayudas a necesidades.
Ciertamente que debemos saber que hay individuos que han perdido el sentido de
la honestidad y se las apañan para no encontrar nunca trabajo y vivir a costa de
los demás. A estos tales, es preciso desenmascararlos y exigirles que cambien de
proceder. Pero ante el que sufre dolor traumático o espiritual, ante el
arruinado, víctima de los desarreglos de la economía, ante la mujer abandonada y
maltratada, hay que atender de inmediato, sin pretender cálculos que, aunque se
presenten como precauciones, son simples defensas personales, consecuencia del
puro egoísmo.
Tened en cuenta, mis queridos jóvenes lectores, que una cosa es ser un buen
burgués y otra un buen cristiano. Que ante Dios, el día del juicio, los
criterios sociales no contarán, solo las exigencias evangélicas.