XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 12,13-21: Las manos vaciasAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
El título obedece a que muchos recordamos una película de los años cincuenta, cuyo leitmotiv eran precisamente estas palabras. Frase por otra parte que puede resumir la enseñanza global de las lecturas de hoy. Ocurría la aventura fílmica entre gente joven, en un ambiente burgués de una gran población. El protagonista, un balarrasa, acude en un determinado momento a asistir a su hermana que está muriéndose, víctima de un accidente de circulación. Ella le dice: mira mis manos, están vacías. Escucharlo, cambia su vida y da sentido al argumento de la producción cinematográfica.
El fragmento evangélico de la misa de hoy quiere enseñarnos que, pese al interés
por acumular, enriquecerse en títulos, en currículos y en dinero, de tanta
gente, para nada de esto ha venido el Hijo de Dios al mundo. Alguien le había
pedido al Señor que le ayudara en el reparto de una herencia y Él le dice que no
es esta la misión que le ha encargado el Padre. A continuación explica la
parábola.
Sin querer mejorar al Maestro, ni rectificar sus enseñanzas, deseando únicamente
actualizar su lenguaje, me atrevo a contároslo de la siguiente manera.
Al Consejero-delegado de la filial de una multinacional, le echaron de la
empresa, cosa común hoy en día, eso sí, le indemnizaron como le correspondía, y
un poquito más, para que no protestase. Calculó él, que durante su vida había
ido adquiriendo acciones de la compañía que se cotizaban bien en bolsa y, que
añadiéndole lo recibido por el despido, sumaban una gran fortuna. Suficiente
para que, adecuadamente invertido, pudiera vivir holgadamente el resto de sus
días. Acudió a un banco y redondeo la operación. Fue entonces cuando quiso
celebrarlo con los conocidos, los convocó a un restaurante, les explicó su nueva
situación, comieron y bebieron en abundancia y, cuando el anfitrión se dirigía a
su domicilio que, dicho sea de paso, no compartía con nadie, ya que no había
tenido tiempo en su azarosa vida de gran ejecutivo, para enamorarse, fue
entonces, al cruzar la calle, que se sintió mal y se derrumbó en la vía pública.
Lo llevaron de inmediato a un hospital. Sufría un “accidente vascular cerebral”.
Pese a haber perdido el conocimiento y sufriendo parálisis casi total, en un
breve momento, recobró la conciencia y se vio rodeado de tubos y monitores,
acompañado de profesionales de la medicina, que ni sabían su nombre, ni les
interesaba, pues en la recepción de urgencias ya les habían dicho que no tenía
parientes próximos conocidos.
Desafortunadamente se le iluminó la mente y pensó en el capital depositado, era
una gran suma de la que se sentía satisfecho. Satisfecho ¿para qué?. Le estaba
atendiendo la medicina pública como a cualquier ciudadano, sin fijarse si era
rico o pobre. Se dio cuenta de que ni siquiera se le había ocurrido hacer
testamento. Testamento ¿para qué?. Testamento ¿a favor de quien?. Se hundió el
estado de ánimo del ricachón, sufrió una crisis y los facultativos que ni sabían
el motivo, ni a ellos les importaba, decidieron sedarlo. Lentamente se fue
oscureciendo su mente, mientras iba pensando: tanto dinero ¿para qué?.
Queda muy bien explicaros esto a vosotros jóvenes y referirlo a un hombre
provecto. Podéis pensar que no os pasará esto ahora, que es cosa que os puede
suceder en todo caso, dentro de bastantes años, cuando seáis viejos. Pero
quisiera que reflexionarais y pensarais que, ya ahora, muchos de vosotros,
estaréis acumulando conocimientos académicos, para vivir ricamente el día de
mañana. Varias lenguas, que es cosa que se valora mucho cuando uno busca
colocación. Buena presencia, resultado de entrenamientos y sesiones de gimnasio.
Relaciones públicas bien cuidadas y conservadas, que son las que abren más
puertas en la vida. Sí, tal vez no tengáis mucho dinero en metálico, vuestra
riqueza seguramente es de la índole descrita. Enorme fortuna espiritual, de la
que no goza la juventud del Tercer Mundo. Asegurados además a todo riesgo en
vuestros desplazamientos. ¿qué más queréis?.
Un accidente de circulación. Una meningitis vírica que paraliza y conduce a un
rápido fatal desenlace, sin saber nadie de donde salió el “bichito” que invadió
el cerebro. Un sarcoma que cuando se manifestó como un dolor en la rodilla, ya
había hecho metástasis en diversos lugares. Son algunas de historias que yo he
conocido y sufrido, pues, se trataba de gente joven amiga.
¿De qué sirven entonces los títulos, los carnés federativos o el certificado de
inglés?
Vanidad de vanidades, dice Qohelet. Son las palabras de la primera lectura de
hoy.
Lamento cuando algún padre me dice que su hijo, que todavía no ha llegado a la
edad de establecerse por su cuenta, ni acabados los estudios, ya está de monitor
de colonias, cobrando un buen sueldo de la institución pública que lo ha
contratado. U otro que me cuenta que el cursillo que hizo durante el invierno en
la Cruz Roja, lo aprovecha ahora para trabajar de socorrista en una piscina, que
le pagan bien. O el que me explica que ayuda a su primo que tiene un negocio de
informática, durante este mes que se le van de vacaciones los técnicos.
Me alegro cuando me entero de que la hija va a un asilo a colaborar con las
buenas monjas que cada vez son más viejas y disponen de menos personal. O
aquella que ha organizado una especie de guardería escuela de verano, para los
chiquillos hijos de emigrantes que aprovechan para trabajar todo lo que pueden y
no disponen de tiempo para cuidarlo y progresen, por supuesto que la iniciativa
es totalmente gratuita. O los o las, que encuentro en la casa de vacaciones del
Cottolengo cuando voy a celebrar misa.
Cuando yo era pequeño mis padres me decían: no somos ricos y no os podemos dejar
una buena herencia. Heredaréis los cuatro una carrera. Fueron generosos con
nosotros, a los estudios que nos matricularon se juntaban ejemplos de vida
cristiana. Ayudaron ellos a los necesitados, visitaron al pariente encarcelado,
nos dieron testimonio también de piedad. Murieron satisfechos, no se fueron con
las manos vacías. Me siento responsable de esta herencia y creo que alguna cosa
buena que hago, Dios la contará también a su favor.