XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 12, 32-48: Valentía y exigenciaAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Habréis observado, mis queridos jóvenes lectores, que cuando alguien se atreve a preguntar sobre sus convicciones religiosas, pocos contestan que son ateos, pues como decía aquel, para serlo hace falta saber mucha teología. Otros dicen que son agnósticos, está de moda, generalmente, es una manera como otra de vivir en un confortable egoísmo. Pocos entre nosotros se atreven a decir que son creyentes, entre ellos, algunos añaden enseguida que no son practicantes, agregando una serie de coletillas, con las que pretende justificarse y que nadie le haga preguntas indiscretas. Otros afirman solemnemente: soy creyente y practicante. Antes se oía decir: soy católico de misa y comunión diaria. Y el que así lo era, merecía un “certificado de buena conducta”, aceptado por todos. Son posturas peculiares de los tiempos a los que en la vieja Europa llamamos post-cristianos.
No oigo decir, y lo lamento, yo soy persona de Fe. Serlo supone no modificar la
realidad, pero sí observarla de otra manera. Seguramente sabréis, mis queridos
jóvenes lectores, que uno puede ver un cuadro, preguntarse qué significado tiene
o a qué se refiere la pintura y nada más, pero un experto marchante de arte, lo
primero que le intrigará será saber quien lo firmó, qué técnica utilizó y sobre
que soporte lo hizo. Para saber estos y otros detalles, no es suficiente mirar,
es preciso con frecuencia, someterlo a examen con luz ultravioleta u observar
fotografías sacadas con filtros infrarrojos. Sí, estas técnicas dejan ver
realidades del cuadro que estaban ocultas a la vista, pero que son reales. Las
vacilaciones, las correcciones y la firma, con frecuencia, se pueden ver solo,
disponiendo de análisis realizados mediante estos métodos. Algo semejante os
digo respecto al mundo Trascendente, aquel que nos es tan desconocido. No nos
engañemos, hacerse estas preguntas que se le ocurren a cualquiera, suponen
vencer la pereza y el pequeño burgués, provinciano y consumista, no se las
quiere hacer. Pero tampoco llega nunca a ser feliz a rebosar.
La Fe es un don que Dios concede al que desde la bondad y la humildad está
abierto a cualquier cosa superior. El que acepta el misterio como realidad
suprema. Quien tiene la suerte de recibirla, es capaz de vislumbrar aspectos de
la existencia totalmente desconocidos y empujarle a comportarse de tal modo que
tal vez no será comprendido, pero que ocultamente será admirado.
¿A qué viene esta perorata? Se nos cuenta en el Génesis que Abram era un
muchacho inquieto que acompañó a su padre cuando decidió, en busca de mejores
pastos, marchar hacia poniente. Iba con su chica, que se llamaba Sarai. Por muy
obligado que se sintiese al núcleo familiar, un día, cuando recibió de Dios la
Fe, decidió marchar por su cuenta a descubrir nuevos terrenos. Se dejó acompañar
por su sobrino Lot. Lo sentía tan próximo, que a veces le llamaba hermano. Se
decidió a ir hacia el Sur. Un día su interior se iluminó con una sublime luz,
oyó palabras misteriosas y reconfortantes. Como era hombre agradecido, respondió
al Dios que se le revelaba con un sacrificio. Esto ocurrió en el lugar santo de
Siquem, que hoy todavía existe, junto a Nablus, una población de Palestina.
Consideró que era tan importante lo escuchado y el lugar donde lo vivió tan
asombroso, que lo guardó detalladamente en su memoria, de manera que hasta su
nieto Jacob pasó por allí y escavó un pozo. Y sus biznietos también y hasta un
descendiente llamado Josué, hincó una gran piedra que recordaría el compromiso
de todo el pueblo.
Es el mismo sitio donde Jesús se paró y se entregó a una maravillosa charla con
una mujer samaritana.
Abram peregrinó iluminado por la Fe, fue un hombre de Fe, del que los demás no
somos más que imitadores suyos. Hasta Dios, en virtud de su Fidelidad, le cambió
el nombre, que en aquel tiempo no era cosa baldía. Por voluntad del Altísimo
empezaron a conocerle como Abraham y a su esposa Sara. Fue capaz de ver
horizontes muy lejanos, invisibles a sus contemporáneos. El Patriarca ha sido en
nuestra historia el gran explorador del Infinito.
Creo que son suficientes las consideraciones que hasta este momento he escrito,
os invito a que con actitud de asombro, leáis la primera lectura de la misa de
este domingo y hasta que os la escribáis en una libreta, poniendo en cada línea
una sola frase. Queda muy bien. A continuación tratáis de comprender el
contenido y de recordar a los personajes de los que se habla y si no sabéis
quien es alguno, lo buscáis en vuestra Biblia. Descubriréis una impresionante
lista de héroes y conoceréis la gran epopeya que dio origen al pueblo judío, al
cristiano y que figura también en el entorno musulmán.
Si leemos el evangelio de la misa de hoy a la luz de lo que os he dicho
anteriormente comprenderéis mucho mejor sus enseñanzas.
Jesús invita a olvidarse del afán de poseer y dejarse en cambio arrebatar por
las exigencias de su doctrina. Seguramente el Señor nos diría que debemos ser
hombres de corazón, olvidados de lo que llevamos en el bolsillo. Rectos en el
proceder, tanto si estamos en público como si nos encontramos solitarios en la
noche. Dispuestos, preparados. Convencidos de que enriquecidos como estamos por
la Gracia, se espera mucho de nosotros, pues, a quien mucho se le dio, mucho se
le exigirá. Pero en este gran juego de la existencia, en la aventura con Jesús o
en la aventura de Jesús, gozamos de una gran suerte, pues sabemos que solo es el
salón de espera, el “lobby”, que nos da paso a la eternidad feliz.