XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 13, 22-30: Obras son amores y no buenas razonesAutor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Las lecturas de la misa de este domingo tratan de temas de los que no se habla hoy, sin que por ello piense que carezcan de actualidad. El fragmento de la carta a los hebreos se refiere al castigo. Hoy no esta de moda castigar. Se dice, no conduce a nada. Ahora bien, se puede inutilizar los primeros años de la vida de una chiquilla, obligándola a inhumanos entrenos diarios, en vistas a que se convierta en campeona de gimnasia, con tal que aspire a ser de importancia mundial. El que lo consiga, ya es harina de otro costal. Aislarla de sus juegos de barrio o de los del patio de su colegio, no es castigo, pero expulsar a un alumno de clase porque su comportamiento es dañino, eso no se puede hacer. Fomentar el deseo de llegar a ser un futbolero de prestigio que cobre sueldos altos, para que ponga interés en abandonar la vida de cualquier chaval de su entorno y se entregué a duros entrenamientos, eso sí es políticamente correcto.
El hombre no es malo de por sí. En algunas circunstancias siente inclinaciones
de satisfacer sus ansias de placer, de obrar sin tener en cuenta los deberes
para con los demás, olvidando en otras ocasiones el futuro al que está llamado
por Dios. A veces se obnubila su mente y se precipita tomando decisiones
apresuradas e incorrectas. Todos somos conscientes de que hemos hecho cosas que
preferiríamos no haberlas hecho.
A los árboles se les endereza el tronco o se podan sus ramas, para que den mejor
fruto o sombra saludable. No somos ni totalmente malos, ni perfectamente buenos
y de corregir nuestra labor cotidiana se ocupa el Señor, sin que puedan
olvidarse de ello los que en su entorno tienen sobre él responsabilidad
educadora. Ocurre por el contrario, que algunos se creen que Dios es como un
guardia de la porra, obsesionado y atento sólo a poner multas. No, no es así.
Hay quienes se desentienden y se olvidan y todos somos testigos de gente que
arrastran una existencia deplorable y que no quieren permitir que nadie los
corrija. Es preciso, mis queridos jóvenes lectores, que os detengáis un momento
a meditar, a examinaros. San Ignacio de Loyola, decía que el examen de
conciencia diario, era más importante que la oración. Tal vez, o con seguridad,
debamos admitir que examinarse bajo el amparo del amor de Dios, es una forma de
plegaria, aunque no le demos ese nombre.
El evangelio trata del futuro de la persona traspasado el umbral de la
existencia histórica. Hoy quiere olvidarse este asunto. A la muerte, el sublime
momento de abandonar esta mundo, de alejarse físicamente de los seres queridos,
se la quiere anestesiar. Todavía existen personas que quieren, llegado este
momento, despedirse, pedir perdón, solicitar oraciones para cuando muera. Pero
muchos abandonan a sus más queridos a los cuidados profesionales a nónimos, de
muy digna profesión, no hay que olvidar.
San José es patrono de la buena muerte, pues la suya tuvo el gozó de la compañía
de Jesús y de María
.
¿Cómo puede uno atreverse, pretender, entrar en el Cielo? ¿Cuántos entran?
Siquiera planteárselo les parece a muchos una aberración. Jesús no contesta con
estadísticas, ni dicta pronósticos. Dice que la puerta es estrecha. Dice que el
entrar no es un privilegio aleatorio, es el resultado de un comportamiento.
Leo a veces que se va a celebrar una misa en memoria de una cierta persona y no
es así. La Iglesia cree que podemos rezar por los difuntos. Hayan muerto hace
poco, como si hace siglos, o hace siglos, el tiempo es una categoría que en
realidad no existe. Desde la física moderna será más fácil de entender la
cuestión. Que conste que los cristianos celebramos la misa, en todo caso, en
sufragio de los muertos. Solo cuando se ha reconocido solemnemente la santidad
de una persona se puede celebrar buena memoria o feliz recuerdo (aviso a
redactores de notas mortuorias)
Nuestra actualidad, en muchos sitios, esta apasionada por valores positivos,
pero medianos o mediocres. Nación o patria, lengua o idioma, que tanto se
valoran, no existen en la eternidad. Sumergidos en la historia, tampoco son
valores supremos, su cuantía está en función de si son peldaños que inviten y
permitan mejorarse. Hablar como lo hace Isaías de naciones lejanas, es una
manera de expresar esta ausencia de preferencias por su forma de expresarse o
por los territorios que se ocupan.
También carece de valor de lo que uno habla, o lo que se atribuye a si mismo.
Leí hace muchos años un poema de R. Kipling cuyo título he olvidado. Se trata de
un hombre, un erudito, alguien que ha cuidado su presencia y sus maneras. Muere
y se presenta a las puertas del Cielo. Allí San Pedro le pregunta qué es lo que
ha hecho, que buenas obras trae. Como viene desprovisto de ellas, se le prohíbe
entrar. Va al infierno desconsolado y allí explica crímenes horrorosos, delitos
vergonzosos, injusticias flagrantes. El diablo le pregunta cuando obró así y el
pobre hombre le replica que estaba escrito en los libros de su biblioteca, que
durante su vida leyó. Tampoco puede entrar. Cuenta el narrador con ironía, que
al interfecto le toca vagar amorfo y sin sentido por los espacios anónimos sin
que en ningún sitio pueda detenerse.
Como os recordaba el otro día, mis queridos jóvenes lectores, preparaos para
entrar, no vayáis con las manos vacías al encuentro eterno. No sabemos casi nada
al respecto, pero algo se nos ha dicho. Los grandes patriarcas, los hombres
santos, gozan de la gran fiesta. Sí les imitamos también podremos entrar
nosotros y gozar de su misma felicidad.