XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 14, 25-33: Carta de recomendación.Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Me voy a entretener, mis queridos jóvenes lectores, en
comentaros la segunda lectura del presente domingo. Os advierto que en la misa
no se lee completa la carta que San Pablo dirigió desde la cárcel a un amigo,
pero casi toda. Se ha escogido lo fundamental, recortando inicios y despedidas,
innecesarios para la finalidad litúrgica.
La historia es la siguiente. Un señor llamado Filemón tenía un esclavo que un
día se fugo de la mansión, llevándose además una cierta cantidad de dinero. Fue
detenido y llevado a prisión. Allí se encontró con Pablo. El apóstol entró en
contacto con él y, de resultas de esta relación, el esclavo, que se llamaba
Onésimo, descubrió la Fe cristiana y se bautizó. Al salir de la cárcel, donde
quedó prisionero Pablo, se llevó una carta de recomendación para su amo. Es el
texto que recoge, casi enteramente, el fragmento de hoy.
Se deduce por el contexto que el tal Filemón, el amo, era cristiano y
precisamente catequizado y bautizado también por Pablo. Lo primero que extraña
es que, tratándose de un seguidor de Jesucristo, tuviera un esclavo. Hay que
recordar que en aquel tiempo esto era una práctica habitual, aceptada sin
remilgos. Como entre nosotros se puede tener dos domicilios, más de un coche y
alguno de alta gama o un deportivo, pese a que se viva en ciudad. Vacacionar en
un yate de lujo por el Caribe, etc. Ocurren tales comportamientos de cristianos,
mientras en tantos sitios del planeta mucha gente se muere de hambre, tantas
familias carecen de un techo capaz de aguantar un aguacero, los niños no pueden
ir a la escuela, ni siquiera beber agua con la seguridad de que no tendrá
bacterias dañinas, ni parásitos. Tantos chicos miran la marca de las galletas
que les ofrecen, antes de aceptarlas, tantos exigen que su refresco de cola sea
el de su estricta preferencia, los zapatos o la camiseta de marca renombrada.
Otro ejemplo más generalizado, es nuestra utilización sin medida, de cosas tan
corrientes como la sal o el aceite de oliva, que en ciertos lugares no está al
alcance de la gente sencilla. Y vivimos tan tranquilos, como viviría Filemón, él
teniendo en su casa al esclavo Onésimo y nosotros consumiendo como buenos
burgueses.
Pues bien, Pablo en esta nota, le dice que aquel que se escapó siendo esclavo,
él lo reciba como hermano. Que lo que le robó antes de escaparse, no se lo
reclame, y que si pretende recóbralo, lo pase a su cuenta personal, en la de él,
que recuerde que le debe estar agradecido por sus desvelos que le llevaron a la
Fe. Acaba identificándose con el esclavo, ya libre de la cárcel, de tal manera,
que le indica que lo reciba como lo haría a él.
Y ahora viene mi comentario personal. A vosotros, mis queridos jóvenes lectores,
se os estimula, se os recluta, se os entusiasma con frecuencia, para finalidades
de tipo político o social. Sois fáciles de movilizar, dotados como estáis para
el idealismo, no sois conscientes de que se os está utilizando para conseguir
fines del grupo dirigente. Respondéis con entrega, movilizáis a gente. Consiguen
ellos sus objetivos y os dais cuenta entonces de que os han manipulado, que
ellos caen en los mismos abusos que quisieron que vosotros denunciaseis. Os
quedáis entonces decepcionados, sintiéndoos arrojados, en la cuneta de la
historia. Y la sociedad que habíais soñado trasformar, continua con sus
injusticias. Y los pobres y marginados, continúan siéndolo.
Pablo no acepta la esclavitud y la injusticia que supone, simplemente, no se
subleva reventándolo todo. Pretende con su carta de recomendación, que enmiende
su actitud individual, poco a poco cundirá el ejemplo.
El Cristianismo apareció en medio del imperio de la Ciudad de Roma, el
cristianismo, poco a poco, sembrando de amor y respeto las relaciones entre los
hombres, logró la desaparición de la esclavitud, sin que el cambio supusiese
revoluciones sangrientas, sin que los promotores se sintiesen manipulados. La
gente joven de esta revolución pacífica se llamaba Tarsicio, Cecilia, Jorge,
Catalina… No quedaron marginados, ni amargados, ni aherrojados, fueron y son,
reconocidos santos.
Y algo más, por si no os habéis dado cuenta. Pablo recuerda a Filemón que su
quehacer evangelizador a favor de él, tiene valor. Os pregunto ¿tenéis este
sentimiento agradecido por los que os condujeron hacia y en la Iglesia: quien os
bautizó, quien os catequizó para prepararos a recibir los sacramentos, quien os
perdona, en nombre de Cristo, los pecados, a quien pedís consejo, quien os
infunde y exige coraje … ? ¡a tantos debéis sentiros agradecidos y manifestarles
vuestro amor por ello!