XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 15, 1-32:
Entre pequeños burgueses

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Permitidme, mis queridos jóvenes lectores, que empiece explicándoos un hecho puramente anecdótico y que para nada aumentará ni vuestra Fe, ni vuestro fervor, pero tal vez os estimule a la lectura de la Biblia, como un libro interesante, que lo es, y pasar más tarde a hacerlo reposada y religiosamente. Pretendo con muchos comentarios míos, que le perdáis el miedo al Libro.


En el texto evangélico de la misa de hoy, se habla de un árbol, más bien de su fruto, del que os quiero contar algo. El algarrobo, pese a ser típicamente mediterráneo y bastante abundante en los paisajes bíblicos, únicamente aparece en este texto. Es frondoso y sus frutos son en leguminosa, unas vainas grandes, marrones y dulzonas. La situación del interfecto de la parábola, era lamentable, pues, ni siquiera podía comer estas grandes habichuelas que el amo había destinado a los cerdos, que, como seguramente sabéis, es un animal maldito para los semitas, tanto judíos como árabes. De pequeño estas enormes alubias las comprábamos en las tiendas de chucherías a un precio que estaba al alcance de cualquier bolsillo. Supimos en aquel tiempo que, por su sabor y color, era sucedáneo añadido a algunos alimentos de uso corriente. Hoy en día entra en la elaboración de helados y confitería. Aparece, generalmente, con el nombre de garrofina. Ignoro porque en ciertos sitios se la llame el pan de San Juan y ni el buen franciscano que custodia el encantador “convento del desierto de San Juan” cercano a Ein-Karen, lo sabía, cuando hace años se lo pregunté. Como os he dicho, la mención de este fruto en la Biblia, es pura anécdota.


Se dice que la parábola del hijo prodigo es uno de los mejores textos del Medio Oriente antiguo. La narración se desarrolla en un ambiente pacifico rural. La paz permite la convivencia familiar y en ella surge la envidia. Es este un defecto muy típico de todas las edades, aunque falsamente lo atribuyamos a los niños. Los grandes conflictos, ruptura de la paz, anidan con preferencia en medios ricos, no excesivamente poderosos. En tales circunstancias, se introduce la envidia, como lo hace el gusano de la carcoma en la madera, que destruye silenciosamente la convivencia.


El hijo pequeño, el aparentemente taimado protagonista, es espontaneo, primario, sin entretelas. Ambiciona lo que le toca según las normas jurídicas y lo exige sin más. Es suyo y se lo gasta, cae en la indigencia y desde ella reflexiona con cordura. Hace examen de conciencia y se arrepiente. Cabizbajo, con actitud humilde, vuelve a casa decidido a pasar por todas las vergüenzas que comporte el gesto.


El padre ama, por encima de comportamientos malos. Su gran corazón destaca en el texto.


El hermano mayor, el que siempre ha obrado con cordura, vanagloriándose de ello, se queja. No ha hecho el mal, sencillamente es malo y esto último tiene difícil remedio.
Interviene de nuevo la bondad paterna. El hijo malo ha recibido emocionado el abrazo y el “bueno de toda la vida” se queja. Pero queda en ridículo.
Acaba la parábola. Es preciso que nos preguntemos ¿A quien me parezco yo? ¿Cuándo pienso en Dios me siento pecador y poca cosa, o lo hago con orgullo, seguro de que la vida que llevo exigirá que Él me premie?.


Ambientados en esta escena podemos juzgar la actuación de Moisés ante Dios en el episodio que nos cuenta la primera lectura. No le habla de lo que él es, ni de lo que hizo. Le recuerda al Señor su bondad para con sus antepasados.


Pablo también habla de sí mismo, no engriéndose, sino recordando su vida de pecado y reconociendo la bondad de Dios que le ha enriquecido.


Son dos testimonios personales históricos, que nos deben conducir a la misma pregunta anterior. Ante Dios no interesa presentar títulos académicos, ni fortunas heredadas o adquiridas. Lo que vale es la actitud interior. Claro que es mucho más fácil hacer inventario de los objetos que uno tiene o de las lenguas en que sabe expresarse. Examinar la interioridad es más difícil y enojoso, pero es un ejercicio necesario.
No dejéis de hacerlo, mis queridos jóvenes lectores.